El verano es un período de celebración, de comidas al aire libre y de días soleados. Sin embargo, también es una temporada en la que el calor puede afectar la calidad y la frescura de nuestros alimentos si no se almacenan adecuadamente. Según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), una buena conservación no solo garantiza alimentos de calidad, sino que también permite un ahorro significativo al reducir el desperdicio.
Las frutas y verduras, fundamentales en nuestra dieta, especialmente en los meses cálidos, pueden conservarse congeladas entre ocho y doce meses sin perder su calidad. La carne, dependiendo del tipo, tiene diferentes tiempos de conservación en el congelador: la carne de vacuno, cerdo y cordero puede durar entre seis y doce meses, mientras que la de pollo, entre nueve y doce meses. La carne picada, tan versátil en nuestra cocina, tiene un periodo de conservación más corto, de entre tres y cuatro meses. En cuanto a los productos del mar, el pescado blanco puede estar congelado entre seis y ocho meses, el pescado azul hasta tres meses y el marisco entre tres y seis meses. Incluso las sopas y guisos ya cocinados tienen una vida útil en el congelador de entre dos y tres meses, pero, ¿por qué es tan crucial una buena conservación?
Los riesgos asociados con la mala conservación de alimentos pueden ir desde una pérdida de calidad y sabor hasta problemas de salud relacionados con intoxicaciones alimentarias. Estos riesgos pueden evitarse fácilmente si se siguen ciertas pautas y se cuenta con un conocimiento básico sobre la conservación. Para los alimentos frescos y perecederos, la recomendación es clara: deben conservarse a bajas temperaturas, ya sea en refrigeración o congelación. Esta práctica no solo garantiza la frescura del producto, sino que también prolonga su vida útil, permitiéndonos disfrutar de nuestros platos favoritos durante más tiempo.
Por otro lado, para los productos con menor contenido de agua, como cereales y derivados, la conservación debe centrarse en mantenerlos alejados de la humedad. Un lugar seco y fresco será su mejor aliado, garantizando que mantengan su textura y sabor óptimos. En resumen, el verano no tiene por qué ser sinónimo de desperdicio o de alimentos en mal estado. Siguiendo los consejos de la AESAN y siendo conscientes de las necesidades específicas de cada alimento, no solo podremos disfrutar de comidas deliciosas y seguras, sino que también contribuiremos a un consumo más responsable y sostenible. ¡Aprovecha al máximo los sabores del verano y evita el desperdicio!