El masivo despliegue de tropas rusas cerca de la frontera de Ucrania ha reavivado los tambores de guerra en esta antigua república soviética. Con el conflicto iniciado en 2014 todavía enquistado y la zona convertida ya en tablero de la geopolítica mundial, diversos gobiernos libran estos días un particular pulso dialéctico a golpe de amenazas. Moscú es el principal valedor de los rebeldes separatistas que se hicieron hace casi ocho años con el control de gran parte de la región del Donbás. El apoyo político y armamentístico a este conflicto estuvo acompañado también en 2014 por la anexión de la península de Crimea, en un movimiento cuya legitimidad no reconoce Occidente.
Los Acuerdos de Minsk, suscritos inicialmente en septiembre de 2014 y ampliados en febrero de 2015, estaban llamados a poner fin al conflicto en el este de Ucrania, pero a día de hoy siguen sin haber surtido efecto y las partes firmantes se cruzan constantes reproches sobre supuestos incumplimientos. Más de 13.000 personas han muerto víctimas de la guerra, según datos de la ONU. La anexión de Crimea, por su parte, ha terminado por convertirse en una política de hechos consumados, puesto que la península se mantiene dominada por Rusia a pesar de la campaña de presión internacional que encabezó Estados Unidos. El presidente ruso, Vladimir Putin, ha visitado en numerosas ocasiones esta península para dejar claro que ahora es él quien la controla. Y así se llega hasta noviembre de 2021, cuando un inesperado despliegue militar ruso cerca de la frontera de Ucrania hizo saltar de nuevo todas las alarmas. Las cifras bailan, pero serían más de 100.000 los militares que forman parte de este operativo y altos cargos de Estados Unidos han advertido de la capacidad de Rusia para dar nuevos pasos en un corto periodo de tiempo.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pronosticó el miércoles en rueda de prensa que Rusia «entrará» en Ucrania tarde o temprano, el mismo día en que su secretario de Estado, Antony Blinken, estaba en Kiev para reafirmar el apoyo norteamericano al Gobierno de Volodimir Zelenski, que ve lejana ya la promesa de acabar con el conflicto con la que ascendió al poder en 2018. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, también ha advertido de que el riesgo de que haya un conflicto es «real», mientras que la Unión Europea habla igualmente de una potencial «invasión», sin medias tintas. Ambos bloques son clave en el futuro que atisba Ucrania lejos de la órbita rusa, especialmente una Alianza Atlántica a la que quiere unirse cuanto antes.
Las excusas de Moscú
Moscú justifica sus controvertidos movimientos precisamente en el acercamiento de Kiev hacia la órbita estadounidense, en particular la OTAN. Teme que sea la puerta de entrada al despliegue de armas en el país vecino y Putin ya ha deslizado en varias ocasiones mensajes que dejan claro que no se quedará de brazos cruzados si se cruzan ciertas líneas rojas. La principal reivindicación rusa consiste en que la OTAN frene su expansión en el este de Europa, en un momento en que Zelenski ha reclamado a sus aliados que den a Ucrania el respaldo definitivo introduciendo un calendario claro hacia la integración. Stoltenberg ha dejado claro que la Alianza no está dispuesta a que nadie le dicte quién y cuándo puede unirse. En realidad, el efecto en Occidente de las amenazas rusas está siendo el contrario, ya que en los últimos días varios gobiernos europeos se han comprometido a entregar nuevos equipos militares a Ucrania, dejando claro que están de su lado, no sólo en el ámbito político sino también en el de Defensa.
Biden cree que Putin no busca «una guerra a gran escala» en Europa y por ahora Washington y sus aliados se limitan a poner sobre la mesa una batería de adjetivos con las que describir las consecuencias que podría acarrear una hipotética invasión rusa: «devastadoras», «masivas» y «nunca vistas», entre otros términos utilizados en las últimas semanas. Un alto cargo del Gobierno ruso comparó recientemente la situación en torno a Ucrania con la crisis de los misiles de Cuba de 1962 y, si bien la guerra nuclear no es ya una opción, los dos contextos sí comparten la sensación de pulso de futuro incierto. Moscú incluso ha introducido en la ecuación un posible despliegue militar en Cuba y Venezuela y no ha dudado en enviar tropas a Bielorrusia y Kazajistán para dejar claro su esfera de poder. La Inteligencia estadounidense sospecha que Rusia podría recurrir a tácticas propias de la Guerra Fría para terminar justificando la invasión y, según fuentes citadas por los grandes medios norteamericanos, el plan encubierto consistiría en orquestar un falso ataque para justificar ante el mundo la necesidad de tomar cartas militares en el asunto.
Contactos sin éxito
Putin y Biden han mantenido dos conversaciones telefónicas en el último mes para tratar de rebajar la tensión, pero sin éxito. Las conversaciones de la semana pasada entre las dos administraciones, centradas en temas de seguridad, tampoco supusieron avance alguno y todos los ojos están puestos en lo que pueda pasar este viernes, cuando Blinken y su homólogo ruso, Sergei Lavrov, se vean las caras en la ciudad suiza de Ginebra. El presidente de Ucrania también ha propuesto una cumbre internacional para resolver el conflicto, resucitando de nuevo el Cuarteto de Normandía, del que también forman parte Francia y Alemania. Zelenski ha planteado, además, una cumbre virtual con Biden y Putin, en un escenario en el que la Unión Europea parece quedar relegada a un papel secundario a pesar de la cercanía geográfica. EUROPA PRESS