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Guerra Rusia-Ucrania

Kiev, una ciudad fantasma por el asedio ruso

Soldados, deambulando por las calles de Kiev. | ANDRII NESTERENKO

| Kiev |

El avance de los tanques rusos hacia la capital ucraniana, el toque de queda, las constantes alarmas antiaéreas y el éxodo de su población han convertido Kiev en una ciudad fantasma. «Quiero pensar que los rusos no van a tomar mi ciudad. Porque, le diré la verdad, nosotros, los ucranianos, no queremos vivir en el país que se llama Federación de Rusia. No. Eso es imposible», comentó Nina, física de profesión en un perfecto español.

El silencio sepulcral sólo es roto por las sirenas, las campanas de las iglesias y los esporádicos bombazos y disparos que se pueden oír en distintos barrios de la ciudad invadida por última vez hace más de 80 años por las tropas hitlerianas. Los kievitas sólo salen a la calle para hacer acopio de alimentos. Apenas un par de tiendas no han cerrado sus puertas en el centro de la ciudad. Incluso los restaurantes de comida rápida dejaron de servir hace ya dos días. En las pocas tiendas abiertas ya hay colas, ya que la gente se prepara para un asedio. Hace días que las estanterías de algunos supermercados céntricos ya estaban vacías.

Hay prisa en los rostros de la gente, ya que el Ayuntamiento ha alargado el toque de queda. Ahora, queda prohibido salir a la calle después de las cinco de la tarde. Más que una ciudad parece un paisaje lunar. Sólo los miembros de las fuerzas de autodefensa rompen la monotonía en las calles con sus patrullas. «Esto es una locura. Los rusos se están acercando», comentó uno de ellos frente a la Catedral de Santa Sofía. Los únicos que no parecen tener miedo a un posible ataque aéreo ruso son los vagabundos, que por una vez puedan campar a sus anchas en plazas y parques. «En el centro la situación es muy tranquila. Prácticamente no hay gente ni coches. Nosotros somos ucranianos, somos democráticos e independientes. Nosotros vamos a proteger nuestro país hasta la última gota de sangre», explica Nina. Los que no están para bromas son los miembros de las fuerzas especiales que protegen junto a tanquetas los principales edificios de la ciudad, desde la Presidencia al Gobierno, el Ayuntamiento y la Rada Suprema o Parlamento. Está terminantemente prohibido tomar imágenes. A un reportero que apuntó contra una sede oficial se le acercaron dos airados soldados para conminarle a que borrara inmediatamente la imagen. «¡No provoquen! ¡No ayuden al enemigo!», gritó.

De repente, en plena calle, frente al memorial dedicado a los caídos en la guerra del Donbás aparece Sviatoslav Yurash, el diputado más joven de Ucrania. Ataviado con un elegante abrigo negro, el parlamentario oficialista de 26 años lleva orgullosamente un fusil Kaláshnikov al hombro. «Los rusos están enviando diferentes grupos subversivos. Kiev es una ciudad de millones de personas. Así que le digo a la prensa: ¡No pasarán!», comentó Yurash, que participó en la revolución del Maidán de 2014. La Rada Suprema es considerada uno de los principales objetivos de los infiltrados rusos, entre los que ya se rumorea que hay unidades chechenas. Justo en ese momento los soldados que vigilan el Ministerio de Exteriores dieron el alto a un par de individuos sospechosos que merodeaban el edificio. «¡Alto! ¡Al suelo!», gritaron. Al suelo también se echaron los reporteros que grababan en esos momentos en las inmediaciones.

John es un antiguo marine estadounidense que no es indiferente a la situación en Ucrania. No dudó en coger un avión en su natal Memphis para viajar a Kiev. «Los militares ucranianos me han dado el visto bueno. Me van a dar un fusil para irme al frente. Ahora mismo voy al hotel a recoger mi mochila», explica en plena plaza de la Independencia. Muestra en su teléfono una foto en la que aparece con el uniforme de gala de los marines. También Kolia, un taxista, está dispuesto a tomar un arma, aunque se queja de que las autoridades no quieren repartirlas entre la población. «No es verdad que sea suficiente con un pasaporte. Yo me iría ahora mismo a primera línea. Yo creo que nuestro Gobierno quiere entregar el país», señala, al tiempo que critica a Occidente por dejar sola ante el peligro a Ucrania. Masha trabaja en un céntrico hotel. Asegura que nunca ha tenido nada en contra de los rusos, pero esta invasión no se la perdonará «nunca». «Si pudiera, cogería un arma y les daría su merecido», asegura. En raras ocasiones se ven grupos de personas, familias o estudiantes extranjeros, que avanzan por las calles con sus maletas rumbo a la estación del tren. Encontrar un taxi es casi imposible en estos tiempos. «Espero que tengamos la posibilidad de ver una Ucrania libre con Europa y no con la Federación Rusa. ¡Gloria a Ucrania! ¡Gloria a los héroes!», concluye Nina.

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