La resistencia numantina, de tintes épicos, en la acería de Azovstal, en Mariupol, languidece por momentos. El batallón Azov, los marines de las 36 Brigada de la Armada ucraniana y algunos policías de la ciudad se refugiaron en la inmensa factoría, una de las más grandes de Europa, en cuanto Mariupol quedó cercada por las tropas rusas. Hace de aquello más de setenta días. Dos meses de infierno bajo tierra, sometidos a bombardeos continuos desde el aire y con artillería pesada. Y pese a todo, el recinto metalúrgico, un entramado de acero de 11 kilómetros cuadrados, ha aguantado uno de los asedios más salvajes de las últimas décadas.
Una «guerra de ratas» en el subsuelo, como las acontecidas en Stalingrado en el gélido invierno de 1942. Los ucranianos, superados en número por 10 a 1, han tenido a su favor una defensa cerrada, casi inexpugnable, y los rusos han carecido del factor sorpresa. De hecho, en 2014, cuando Putin se anexionó Crimea, Mariupol fue uno de los objetivos del Kremlin, pero en aquella ocasión, de nuevo, la fábrica de Azovstal se interpuso entre los tanques rusos y la victoria. Ahora, ocho años después, los nacionalistas del batallón Azov han tenido mucho tiempo para reforzar las defensas, almacenar agua y víveres, y sellar la red de túneles bajo sus pies. Kilómetros de laberintos oscuros y, por tramos, angostos. Una pesadilla para cualquier ejército invasor. Sin embargo, en las últimas horas, antes del 9 de mayo que conmemora la victoria sobre los nazis, los rusos han obrado el milagro. La esperada epopeya. Y han roto las líneas ucranianas.
Aunque en realidad la hazaña no está tan cargada de épica como pudiera parecer en un principio. Como en todas las guerras, los traidores encuentran siempre un terreno abonado. En este caso ha sido un electricista de la ciudad, que trabajó en la monstruosa acería y, por ende, conocía todos sus secretos. Y sus túneles. El operario ha guiado a los comandos rusos por aquellas galerías acorazadas y los ha dejado a las puertas de la ciudadela subterránea donde ahora, todavía, se combate cuerpo a cuerpo, metro a metro. En lo que se prevé que será una de las peores matanzas de la guerra. Un drama que nos recuerda a lo que sucedió en el paso de las Termópilas en el 480 a.c., cuando cuenta la leyenda que 300 valientes guerreros espartanos (aunque parece que en realidad el número era mayor), capitaneados por el rey Leónidas, frenó durante tres días el avance de los 200.000 soldados persas de Jerjes I. Empantanados ante aquel desfiladero de solo 15 metros de ancho, taponado por las falanges hoplitas de enormes escudos y afiladas lanzas, los invasores solo pudieron romper la resistencia con la ayuda de otro traidor: Efialtes. Un pastor de la zona que conocía aquellas montañas y guió, por la noche, a los persas, que acabaron sorprendiendo por la retaguardia a los 300 espartanos. Los griegos, en ese combate, fueron exterminados, y a Leónidas le cortaron la cabeza y la clavaron en una pica. La gesta griega ha sobrevivido 2.500 años. Con la fábrica de Azovstal, el electricista traidor pasará también a la historia de la infamia. Pero todo indica que Putin no colgará la cabeza de Zelenski en ninguna pica.