Khatama Heydari tiene 23 años y vive en Pakistán con su hermana mayor, Fariba, que me cuenta los días difíciles que pasó en Kabul. Ambas vivían juntas en la misma casa de la capital afgana, donde la primera trabajaba como empleada del Ministerio de Educación y la segunda era estudiante universitaria. Fariba explica que, cuando la ciudad cayó ante los talibanes, perdieron toda esperanza porque habían oído historias sobre el régimen anterior y tenían mucho miedo de enfrentarse a ellos.
Fariba recuerda exactamente el día en que cayó Kabul. Su hermana la llamó y le pidió que regresara a casa pronto, que ella también estaba de camino. Las dos hermanas tenían miedo de lo que pudiera pasarles y, cuando llegaron a su hogar, lloraron amargamente. El pánico reinaba en todas partes y solían preguntarse qué ocurriría si los talibanes descubrían que dos mujeres jóvenes vivían solas. Una vez más, se consolaron mutuamente y se convencieron de que no pasaría nada.
Una mañana Khatama le dijo a Fariba que, al salir de casa hacia el trabajo, se había encontrado con un vecino en el camino que la miró muy raro. "Pasé y me dije que tal vez veía mal, porque ese hombre era mayor que mi padre", pensó, pero la situación continuó todos los días y ella se sentía muy molesta. Muy asustada, le preguntó a su hermana si ella había reparado en el comportamiento del hombre, porque no entendía por qué tenía esa actitud y deseaba hablar con ella.
Fariba le respondió que no se preocupara, que no pasaba nada. Sin embargo, lo decía para consolarla y reducir la ansiedad de su hermana, porque ella misma había comenzado a intranquilizarse. ¿Por qué ese hombre se comportaba de manera extraña?
Mientras tanto, los talibanes imponían restricciones a mujeres y niñas todos los días. Las escuelas y universidades cerraron para ellas, tal y como anunciaron el 21 de septiembre. Fariba no podía seguir yendo a clase. Tras estas restricciones en Kabul, el régimen también prohibió a las mujeres trabajar en la oficina, y Khatame recibió un mensaje para que no volviera a su puesto en el Ministerio. Cuando preguntó por qué, sus compañeros le respondieron que los talibanes habían vetado la presencia femenina en las instalaciones.
Me llamaron: qué podían hacer las dos hermanas, cómo iban a vivir, cuando, además, las miradas del vecino resultaban tan molestas. Fariba me contó que el hombre acudió a la parte trasera de la casa y le reprochó que ambas vivían solas. "No te conviene vivir sola, deberías casarte", le espetó. Ante el comentario, la joven lo llamó "viejo" y el hombre se enfadó mucho. "Quiero asumir la responsabilidad de las dos. Es mejor que no me digas esas cosas. Quiero desposarme con una de vosotras", le contestó.
Fariba me contó que estaba muy asustada, que cerró la puerta tras decirle que no las molestara y se echó a llorar. Khatama le preguntó qué había ocurrido, pero no podía contárselo y le pidió que la dejara sola unas horas. La joven se quedó dormida unos minutos y tuvo una pesadilla. No podía dejar de pensar en lo que sucedería si Khatama se enteraba, pero tampoco se sentía capaz de ocultárselo.
Al día siguiente, el vecino volvió a su puerta y pidió matrimonio a Khatama, con la amenaza de denunciarlas ante los talibanes si rechazaba la proposición. Un hombre de 65 años quería casarse con una chica de 23. Fariba y su hermana se vieron obligadas a abandonar su casa y trasladarse a la de unos familiares, pero, tras unos días, les dijeron que no podían permanecer allí. En este escenario, la mayor de las dos hermanas comprendió que no tenían otra opción: debían huir. Desde entonces, han vivido durante varios meses en Pakistán.
Humira Sadat espera en Pakistán
Humira reflexiona sobre cómo construimos una vida en Kabul con miles de esperanzas y sueños, estudiamos para un futuro mejor y luchamos contra todos los problemas. "Me comprometí cuando tenía veinte años y, entonces, me enfrenté a muchas dificultades. Mi prometido solía pegarme, aunque ponía excusas; así que no tuve más remedio que romper nuestro compromiso", relata. Sin embargo, las complicaciones no terminaron ahí. Su exnovio continuó molestándola, pero ella sabía que no podía hacerle nada porque había instituciones que escuchaban la voz de las mujeres. "Teníamos un Ministerio de la Mujer y solían ir allí a resolver sus problemas legales, había un tribunal", detalla.
Ahora bien, después de la caída de Kabul, todas las organizaciones en apoyo a las mujeres y los tribunales que trabajaban para defenderlas se cerraron. En este escenario, la violencia machista ha aumentado en Afganistán porque no hay autoridades para tratar este tipo de problemas. El régimen ni siquiera permite que las mujeres salgan solas a la calle. Como última acción, los talibanes incluso han comenzado a buscar a las jóvenes casa por casa y las obligan a casarse con ellos a la fuerza.
Para escapar de esta situación y de una vida clandestina, Hamira huyó a Pakistán para refugiarse después en un Estado europeo. Fue muy conmovedor para mí cuando le pregunté en cuál querría refugiarse y respondió que, pese a saber lo complicado que era, deseaba ir a España. Había oído y leído sobre el país y le gustaba.
Pese a todo, Humira, que había trabajado con oficinas de relaciones exteriores, siguió siendo acosada por su expareja. Su antiguo prometido le hizo la vida imposible en Kabul y la amenazaba con denunciar ante los talibanes que había colaborado con extranjeros. "No me quedó otra opción. Tuve que huir, por el bien de mi futuro, porque ya no era fácil soportar esa situación. No podía soportar que el régimen la llevara con ellos", narra.
Nazifeh Amin vive con su madre en Pakistán
Nazifeh ha trabajado con empresas extranjeras de renombre, y el régimen mató a su hermano precisamente por haber trabajado con militares de otros países. Tras acabar con él, buscaban al resto de la familia. "Los talibanes me hicieron la vida muy difícil, no tienen piedad de nadie. Nos cambiamos de casa varias veces, nos amenazaron muchas más. Tuve que huir con mi madre", cuenta
Escapó a Pakistán, donde dice que la vida también se ha vuelto muy costosa, por lo que tuvieron que vender su casa para poder obtener el visado. "Ahora, residir aquí trae muchos problemas a los afganos. Tenemos que pagar el alquiler y el precio es alto", se lamenta.
Ahmed Firouz Issar, periodista afgano
Ahmed Firouz explica que eran las once de la noche cuando la Policía pakistaní entró por sorpresa en su edificio, arrestaron a todos los hombres, se los llevaron consigo y los metieron en la cárcel. Después, volvieron a acceder a sus viviendas e interrogaron también a las mujeres. "Nos trataron muy mal, teníamos mucho miedo", admite este periodista afgano residente en Pakistán junto a su mujer desde hace un año.
No obstante, el de Firouz no es un caso único. Un gran número de compatriotas suyos han sido arrestados varias veces por la Policía en Pakistán con diversos pretextos. Después de que los talibanes recuperaran el poder, muchos afganos emigraron al país vecino: algunos fueron para recibir tratamiento, mientras que otros fueron arrestados y encarcelados porque no poseían documentos en regla.
Estos presos, según los informes, son maltratados e incluso uno de ellos, que estaba enfermo, murió en prisión, de acuerdo con sus familiares. A su vez, las mujeres embarazadas se han visto obligadas a dar luz en la cárcel sin que nadie se haya preocupado por la condición de sus hijos recién nacidos.
El aumento de arrestos y encarcelamientos de inmigrantes afganos en Pakistán ha creado una ola de preocupación y miedo entre los inmigrantes afganos, especialmente entre aquellos que han buscado refugio en Pakistán por miedo a los talibanes.