Internet no siempre fue un motor para sacar dinero de todos nuestros aspectos vitales, como sí lo es ahora. Eso se gestó a principios de siglo, cuando Wall Street «infectó» a Silicon Valley, como dice la investigadora y artista Joana Moll (Barcelona,1982). Desde entonces, todo un entramado comercial monetiza la atención de los usuarios para extraer datos comerciales que luego se venden. De eso se encargan los «brókers publicitarios», como los empleados de las corporaciones tecnológicas detestan que les llamen aunque a eso se reduzca su trabajo, señala la profesora de la alemana Academy of Media Arts Cologne. En Cookies at War: A Somatic Approach to The Kill Cloud, Moll, que investiga en profundidad el capitalismo tecnológico, advierte sobre las «prácticas oscuras» que la industria publicitaria está intensificando en los últimos años, vendiendo datos de millones de usuarios a los servicios militares de Estados Unidos e Israel, principalmente.
¿Cómo ésta maquinaria ha transformado nuestro mundo?
El cambio más importante que ha habido desde 2001, tras el atentado de las Torres Gemelas, es que internet se ha convertido en la gran fuente de inteligencia abierta del mundo, como dijo un alto funcionario del gobierno de Estados Unidos. Pueden conseguir información sin tener que espiar porque son datos accesibles. Y esto ha podido pasar gracias a la industria de la publicidad online, que es la responsable de la extracción masiva de datos y de que internet sea gratuito, entre comillas. Funciona como un mercado de valores donde se produce un intercambio de datos por publicidad. De lo que todavía no se habla tanto es del resultado de esta alianza entre la industria publicitaria y la seguridad nacional, que implica una militarización de la sociedad civil. Es muy perverso y ya está pasando, pero todavía es algo difuso en el imaginario social.
¿Qué efectos tiene ya esta colaboración?
Hay datos publicitarios que se están utilizando para identificar objetivos militares en Gaza. Es la nube que mata, la kill cloud. Internet no es lo mismo que la World Wide Web (WWW), que se desarrolló a principio de los años noventa y está construido sobre Internet, que sí es de origen militar. En 1991 se establece esta interfaz sobre Internet para que fuera más accesible comercialmente. El origen militar siempre ha estado y sigue ahí. Estados Unidos se dio cuenta, sobre todo durante la guerra de Vietnam, de que necesitaba un aparato global para aplacar insurgencias antes de que fueran demasiado peligrosas para sus intereses. Internet es eso.
No es nuevo, pero sí más sofisticado.
Peter Thiel, uno de los cofundadores de PayPal junto a Elon Musk, es dueño de Palantir, una empresa de inteligencia que ha firmado un contrato con el sistema público de sanidad británico para gestionar su plataforma de datos. Es una locura. Esto lo relacioné en un texto que he publicado con un sistema que Estados Unidos puso en marcha en los años setenta en todo el sudeste Asiático, sobre todo en Tailandia. Analizaron datos biométricos de miles de ciudadanos para que, en caso de insurgencia, conocieran qué tipo de soldados podrían estar luchando. También se registraron datos físicos y de creencias políticas y espirituales. Todo esto que comentamos viene de atrás, pero efectivamente se ha ido sofisticando con los avances tecnológicos.
Google, Facebook y otras compañías han compartido datos con el FBI
¿Cómo se fraguó esta alianza?
Uno de los fallos del 11-S, y que permitieron que ocurrieran los atentados, fue la falta de comunicación que hubo entre las agencias que disponían de cierta información comercial. Disponían de datos de uno o dos de los terroristas que si hubieran estado en manos del FBI habrían hecho saltar las alarmas y quizás se podrían haber evitado los ataques. Tras todo esto, las empresas empezaron a colaborar con la seguridad nacional del gobierno de Estados Unidos. De hecho, Google, Facebook y otras compañías han compartido datos con el FBI. Al hilo de esto, había una aplicación que ayudaba a musulmanes a rezar para saber dónde está la Meca, por ejemplo. Lo que no sabían es que tenía un código maligno que filtraba la información de todos los usuarios al gobierno norteamericano con el fin de identificar a potenciales terroristas. Esto es la militarización sutil de la sociedad.
Muchos dirán que bien usada puede estar justificada.
Puede ser útil sí, pero no fuera del marco legal. No puede ser que estés usando una aplicación, de lo que sea, y monitoricen tus datos sin tú saberlo. Otro caso sonado es el de un think tank de extrema derecha que compró datos comerciales de gente que había estado en clínicas de aborto. En Estados Unidos eso es muy peligroso porque ya está prohibido en ciertas partes del país. Es un estado de vigilancia continua a través del aparato comercial. Nos la cuelan mediante la publicidad.
Y la militarización también está conectada con la domesticación de nuestros cuerpos. ¿Qué relación tienes tú con Internet?
Me he disociado mucho y, desde que he estudiado este tema a fondo, he tenido que bajar el ritmo. Cuando sientes las cosas en tu propio cuerpo es complicado gestionarlo. Es una mecanización de los cuerpos y el pensamiento; la estructura comercial sirve para nutrir la kill cloud.
Pero siendo consciente de todo ello, ¿por qué no has decidido abandonar la nube?
Si te desligas de Internet, te desligas del mundo. Y si te aíslas de todo esto, te aíslas del sistema y de cualquier posibilidad de poder resistir o ‘reparar’ el propio sistema. Es importante hacer pedagogía. Nuestra generación ya está algo vendida porque estamos muy ligados, pero cuando investigo pienso en niños y adolescentes. Internet aísla mucho. No conecta a un nivel que tenga significado, que sea vital. Como nosotros venimos del Mediterráneo, lo tenemos algo más cubierto, pero en Alemania todos mis alumnos están deprimidos. Es un país que está implosionando y que está peor que España en muchos sentidos. El efecto de Internet está muy intrincado en nuestra vida, totalmente naturalizado. Y eso cuesta verlo. Se tendría que explicar desde Primara, y lo mismo habría que hacer con el funcionamiento de la bolsa o el propio capitalismo.
Al usar el móvil hacemos gestos mecanizados y obedientes dirigidos a generar datos para un modelo de negocio
Para captar la atención y extraer datos, la publicidad digital apela a nuestro ego. Creo que ahí está la base de todo: mediante un trabajo de introspección podemos evitar caer en la trampa narcisista.
Hay muchos estudios que certifican cómo todo eso nos genera dopamina, lo cual lo hace adictivo. La gente, además, lo usa de forma inconsciente como una regulación de su sistema nervioso. Lo más importante es entender lo que está pasando. Después hay que fijarse en el rol de nuestro cuerpo cuando generamos datos al interactuar con las pantallas. Al hablar de internet nos olvidamos de incorporar nuestro cuerpo físico y la mente. Sin cuerpo, no hay datos. Internet es toda esta red de ordenadores, pero incluye los cuerpos y la tierra a través de los servidores físicos. Cuando usamos un móvil o el ordenador tenemos una postura y hacemos unos gestos mecanizados y obedientes dirigidos a generar datos para un modelo de negocio. Crees tener libertad, pero todas las acciones que puedes hacer están prescritas. Hay legiones de personas que diseñan cómo monetizar cada una de nuestras acciones.
Estás convencida de que este modelo comercial colapsará, como pasó con las hipotecas suprime. ¿Por qué lo crees?
El sistema publicitario online colapsará, pero con la importancia estratégica militar que tiene todo este ecosistema de datos, ya no lo tengo tan claro. Cuando lo creía no me había metido tanto en el aspecto militar. La World Wide Web es estratégica y es probable que se proteja, pero al final es un mercado liberal. Sería curioso que dentro de unos años subsidiaran a las empresas publicitarias online, como hicieron con los bancos. Nos acordaremos de esta conversación (ríe).
Y en caso de que ocurriera, ¿qué supondría?
Si colapsara la World Wide Web tendría un efecto dominó. Y mucha gente se quedaría sin trabajo. Si colapsara Google, imagínate todos los documentos compartidos que desaparecerían. El problema es haber dejado que una corporación esté tan intrincada en nuestras vidas. No pringarían los de arriba. Es complejo, no es que sean los malos que haya que aniquilar. Hay que repensar cómo habitamos el mundo y en qué nos estamos convirtiendo.
La resistencia a este sistema pasa por volver a sentir el cuerpo
Con la instalación de arte sonoro A Silent Opera for Anthropogenic Mass abordaste el Shifting Baseline Syndrome, un fenómeno psicosocial en el cual las personas aceptan las condiciones ambientales que conocen como si fueran las naturales, ignorando el deterioro que sufren por nuestras actividades. ¿Seremos capaces de superar esa barrera?
Mi generación pudo experimentar eso de ir en bicicleta por el campo y notar cómo había más insectos que chocaban contra la cara. Es algo que hemos sentido con el cuerpo, y así con muchas otras cosas. Cuando no conectas con el cuerpo y solo lo haces intelectualmente, es difícil entender la necesidad de cambiar ciertas cosas como el cambio climático, que en realidad es una crisis cultural sobre cómo nos relacionamos con el mundo. Todas las crisis lo son. La resistencia a este sistema pasa por volver a sentir el cuerpo. Sobre esto ahora recuerdo una anécdota en la que encargaron a un ingeniero y a un artista que hicieran una lavadora más eficiente. El primero presentó un diseño muy sofisticado, pero el segundo planteó poner una lavadora compartida para todo un edificio, lo cual implicaba cambiar un patrón cultural. Eso es ser más eficiente.
Es terrorífico, pero es la pura verdad. Cada uno de nuestros pasos y acciones está controlado. Google nos conoce mejor que nosotros. Sabe gracias al móvil dónde estuvimos el 7 de septiembre a las tres de la tarde... y así cada segundo de nuestra vida. Escucha nuestras conversaciones con el micrófono del móvil, sabe qué páginas web visitamos, qué intereses, pensamientos, creencias, ideas tenemos... Y como la red es un tema tan complejo, no podemos ni abarcarlo, lo que da paso así a las conspiraciones de los terraplanistas y similares. Yo no sé si hoy vivimos en un mundo mejor que hace 20 ó 30 años.