Este martes, 8 de febrero, se cumple la efeméride que rememora unos hechos terribles. Son ya 85 años de La Desbandá; así se conoce popularmente el bombardeo de la carretera de Málaga que masacró a la población civil que huía de la ciudad ante el avance del ejército nacional en plena Guerra Civil. Según los historiadores, hasta 5.000 personas murieron asesinadas esa funesta jornada bajo el fuego y las bombas de las máquinas de guerra que se interpusieron en su escapada. Entre ellas se encontraba un buque, el crucero Baleares, que cuenta con una calle en Madrid y un monolito en sa Feixina, Palma. Este último acarrea un largo historial de disputas y polémicas vecinales alrededor de su mantenimiento o eliminación.
Pero hoy no es el día de hablar de sa Feixina. Este martes 8 de febrero es el momento idóneo para poner el foco en un episodio que siempre ha pasado bastante desapercibido. Por ejemplo, pocas referencias harán de ello los jóvenes estudiantes que abordan en los institutos el conflicto entre hermanos que, de una manera u otra, marcó inexorablemente el devenir de España. En este sentido el recuerdo a las familias enteras, la mayoría mujeres y niños, que murieron por tratar de ponerse a salvo en la carretera de Málaga a Almería está hoy muy presente.
Málaga se había caracterizado, hasta el momento del golpe de estado militar de julio de 1936, por un fuerte compromiso obrero y republicano que también se plasmó en las elecciones de la época. Cuando la guerra se aproximó los malos cálculos estadistas dejaron su plaza desprotegida, y el 17 de enero de 1937 el general Queipo de Llano lanzó una primera ofensiva sobre la provincia, ocupando Marbella por el oeste y, desde Granada, Alhama y sus proximidades. Al norte los fascistas italianos contaban con cerca de 10.000 hombres repartidos en nueve batallones. Por su parte, en Málaga se parapetaban 12.000 milicianos fieles a la República, poco armados y sin apenas munición.
El 3 de febrero comenzó el ataque definitivo contra Málaga desde Ronda. Los sublevados hallaron una resistencia reseñable, y apenas tres días después los camisas negras italianos tomaron una posición estratégica para dominar cualquier posible retirada por la carretera de Almería. En Málaga cundió el pánico por las represalias. El bando nacional amenazaba con pasar a cuchillo y antes de eso hacer todas las tropelías que se les antojara con las malagueñas, algo que provocó un éxodo masivo y sin mucho orden ni concierto.
Como resultado los aliados del bando nacional penetraron en Málaga sin oposición. Temiendo que salieran a su encuentro miles de malagueños trataron de poner a salvo a sus seres queridos de camino hacia la vecina Almería, sin saber que así se libraban sus últimas horas, expuestos al fuego de artillería y desde el mar, y a los bombardeos de la aviación nacional. Posiblemente decenas de miles de personas trataron de huir. Además de la fuerza aérea participaron en esta represión indiscriminada contra la población los buques Baleares, Canarias y Almirante Cervera.
La escasa aviación republicana trató de maniobrar para distraer el fuego rebelde, pero su aportación fue irrelevante. Asimismo, el 8 de febrero consta un desembarco con la intención de cortar la retirada a los civiles. En todo el fuego que desataron tanto el crucero Baleares como todos los medios militares que acumuló el bando sublevado para represaliar y eliminar al enemigo emerge la figura del doctor canadiense Norman Bethune, que se desplazó expresamente desde Valencia con su unidad de transfusión de sangre para socorrer a la población civil en plena matanza.
Durante tres días él y sus ayudantes Hazen Sise y T.C. Worsley socorrieron a los heridos y ayudaron en el traslado de refugiados hacia la capital almeriense. Esta traumática experiencia le llevaría a escribir el relato El crimen de la carretera Málaga-Almería donde evoca: «Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi en esta marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos».
Sin duda, el bombardeo de la carretera de Málaga a Almería aporta un argumento de peso a aquellos que hace años que luchan en Palma por derribar el monolito. No obstante, en los últimos tiempos la administración local ha resignificado el espacio, eliminando las menciones que pudieran resultar ofensivas a las víctimas de su acción de guerra, por ejemplo, las que hoy recordamos en Ultima Hora. En todo caso llama la atención que unos hechos tan reseñables como estos hayan pasado más o menos desapercibidos para el común de la sociedad española en las largas décadas que han transcurrido desde entonces hasta hoy. En todo ello algo se antoja claro: en estos asuntos se plasma el camino que, sin desmerecer el trayecto, muestra lo que nos queda aun por andar como sociedad.
En las guerras muere gente y ahora los EEUU y la UE azuzan a Rusia a entrar en una.