Cuando alguien nos sonríe, tendemos a devolverle la sonrisa, pero si pasamos tiempo con alguien que está enojado o estresado, terminamos absorbiendo estas emociones negativas. Esta tendencia a alinearse con las emociones de los demás se llama contagio emocional y es una forma básica de empatía ha sido programada en nuestro cerebro durante miles de años. Pero este comportamiento no es exclusivo de los humanos. Nuevos datos del Instituto Gulbenkian de Ciência (IGC) han confirmado que los mecanismos que utilizamos para sincronizar emociones se remontan al grupo más antiguo de vertebrados, los peces. En su trabajo más reciente, el equipo del IGC dirigido por Rui Oliveira ha tratado de entender si, al igual que los humanos y otros mamíferos, el pez cebra necesita oxitocina para adoptar las emociones de los demás.
Los experimentos que han llevado a cabo han demostrado que cuando peces similares a los que se encuentran en la naturaleza ven un cardumen en peligro, reflejan su comportamiento. Por otro lado, los peces con alteraciones genéticas en la oxitocina o en sus receptores siguen nadando normalmente incluso cuando ven a sus congéneres en peligro. Esto demuestra que esta molécula es necesaria para sembrar el miedo, por ejemplo, cuando uno de los miembros del cardumen está herido. «Nos dimos cuenta de que estos observadores se acercan al banco en peligro incluso cuando vuelve a nadar normalmente, mientras que los peces mutados prefieren estar cerca del grupo que siempre había estado en un estado neutral. Esto significa que, a través de la oxitocina, el pez cebra decodifica e imita el estado emocional detrás de los movimientos del banco vecino y comienza a comportarse de manera similar», han dicho los expertos.
Pero la oxitocina no es el único factor común entre peces y humanos en cuanto al contagio emocional. «Para reconocer y emparejar emociones, el pez cebra utiliza áreas del cerebro equivalentes a algunas de las que los humanos también utilizan para este fin», ha explicado el investigador principal Rui Oliveira. Esto convierte a estos peces en el modelo perfecto para estudiar este comportamiento social y sus mecanismos neuronales. De esta manera, estos hallazgos abren el camino hacia la comprensión de cómo afectan las emociones de los demás y cómo esto moldea el bienestar y el de la sociedad, con implicaciones que van desde la salud pública y la política hasta el marketing.