Alejandro Miquel (Madrid, 1956) es doctor en Antropología Social y sociólogo. Profesor titular de la UIB en el área de Antropología del Departamento de Filosofía, ha trabajando en los procesos de identidad en la cultura del trabajo pero sobre todo se ha enfocado en las migraciones internacionales y en los problemas que se producen, tales como el racismo y la xenofobia. Además, fue presidente de SOS Racismo en las Islas, una organización que nació en los 90 en España pero que en Balears se disolvió en el 2007. Su postura es clara cuando se le pregunta sobre lo último acontecido con el jugador de fútbol Vinicius: No se castiga al racista y atacar sale gratis. Opina que la educación antirracista es fundamental, así como una ley.
Brasil tildó recientemente a España de país racista. ¿Cree que lo es?
—No es tanto la gente o el país, no es tanto ser racista sino el hecho de que se permita el racismo. Este incivismo puede surgir en cualquier proceso de confrontación, pero el hecho radica más bien en que en España se puede ser racista en la práctica.
Esta pregunta se la hago a propósito de los ataques racistas que recibió el jugador del Real Madrid Vinicius en un partido de La Liga en el estadio de Mestalla.
—Desgraciadamente, no me asombró. Lo que ha ocurrido con Vinicius tiene una parte negativa que es, evidentemente, el poder banalizar el racismo, y una positiva. Sobre la negativa, vemos que a la persona que recibe este ataque racista le da igual que sea una frase o una palabra. No es tanto las palabras [de insulto] sino que es una cuestión social muy negativa porque, al expresar una palabra [«mono»], estás definiendo a la persona de forma denigrante. La parte (medio) buena es que se consigue hablar de ello, se sanciona, como la postura que ha tenido Brasil, y se desempolvan protocolos de actuación que no se aplican casi nunca.
¿El racismo en el fútbol es un espejo de cómo es nuestra sociedad?
—Más que un espejo, es un pequeño detalle, o un pequeño espejo, porque el racismo no es tan público, más bien está al margen de todo. El sociólogo francés Michel Wieviorka habla de cinco niveles de racismo. En primer lugar, existe un racismo de la palabra normalizado, que son esos términos que utilizamos a diario como «me has engañado como un chino» o «trabajas como un negro». El segundo nivel es el racismo social. En España existe este tipo de actitud centrada en los inmigrantes extracomunitarios. Esto se ve, por ejemplo, en no darles las mismas condiciones de trabajo o el mismo sueldo a pesar de hacer el mismo trabajo; o se les discrimina por su origen a la hora de negarles un alquiler. El tercero es un racismo político cuando se hace del racismo un eufemismo al decir «no tengo nada contra los inmigrantes pero que no vengan». Un ejemplo muy claro es el partido Vox con la campaña de los MENA (Menores extranjeros no acompañados). El cuarto trataría de un racismo institucional cuando los jueves no hacen jurisprudencia al no tener en cuenta determinadas leyes. El quinto, el racismo de Estado. Un ejemplo de este último es lo que ocurre en países como Myanmar con los rohingyas.
Cuando explica el racismo institucional, ¿se refiere a que España permite estos ataques porque no existe una ley contra el racismo, por ejemplo?
—Es uno de los principales problemas. España no tiene una ley contra el racismo, a diferencia de Francia o Alemania que sí la tienen, por lo tanto aquí no es delito ser racista, sino que es un agravante de otro delito (el delito de odio). Pero existen más problemas dentro del racismo institucional como son las políticas migratorias, es decir las políticas de Extranjería, que limitan los movimientos de personas en función de su nacionalidad.
¿Por qué se señala tanto a futbolistas? ¿Qué problema hay con el racismo en este deporte que no se dan en otros?
—Hay ataques racistas en muchos otros deportes, y si nos enfocamos en Estados Unidos, lo vemos en deportes más minoritarios. Pero aquí el fútbol es nuestra religión, es una guerra incruenta: hacen su partido, se enfrentan y todo se permite en el estadio. Todos se pueden expresar y sale gratis. Esto hace del fútbol el mayor negocio y espectáculo basado en hooligans y no tanto en espectadores interesados en el juego en sí mismo.
¿De qué sirven las reacciones sociales si esta lacra sigue permitiéndose?
—Hay movimientos y programas a nivel de partido muy importantes que señalan a la población un problema haciendo ruido. Pero Vinicius no es, ni mucho menos, el único caso ni el que peor lo ha pasado. El racismo se produce a diario. No es que haya un racismo más light que otros, existe y sale gratis, por eso las organizaciones trabajan a diario. Cabe recordar que, durante toda la historia, el racismo no ha existido siempre, sino que se constituye con la gran captura y externalización de las personas de África para cultivar grandes extensiones de tierra. Si miramos la historia, existían senadores negros. En la esclavitud, se esclavizaba por la guerra, no por el color. El hecho de mirar el racismo desde el color es algo moderno, desde el siglo XVII en adelante.
Decía la escritora antirracista Desirée Bela que el racismo no va de moralismo sino de educación.
—Se intenta aplicar en la educación. Le llaman educación multicultural y la intención es buena, pero la base es difícil de cambiar. Todavía seguimos constituyendo la historia de España explicando el periodo del Al-Ándalus como una época de invasión. Es decir, la gente que más estuvo en la Península Ibérica eran invasores y los que llegaron luego, los auténticos españoles. Para cambiar el lenguaje, para formar en antirracismo, se debe trabajar con planes en las instituciones. Es un proceso lento, pero hay que ponerse en serio y abarcar toda la educación.