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«Vivir en una autocaravana no tiene precio, vives en total libertad»

José de las Heras tiene en Inglaterra a su hija y a sus nietos a los que, muy a su pesar, no conoce

José, aparte de avisar que en la caravana hay un perro, lo lleva retratado en un lateral. Por tanto, si alguien pretende entrar cuando no hay nadie, que lo sepa... | Click

| Palma |

José de las Heras está jubilado, tiene una casa en Inca, una pequeña autocaravana de color azul, en la que vive gran parte del año, una moto, un coche y un perro. Durante muchos años trabajó en discotecas (Alexandras 1 y 2, Bananas, Barrabás, Calcuta, etc.), luego fue chófer de bus turístico, más tarde chófer de trailer... Posteriormente tuvo un cáncer en la parte de atrás de la mandíbula, «junto a la oreja –se toca la parte que estuvo afectada–, aunque afortunadamente, hoy estoy limpio…», lo cual, curarse del cáncer y liberarse de cuanto una enfermedad como esta conlleva, seguro que ha influido en lo de vivir en la autocaravana, en plena naturaleza, en total libertad, yendo a dónde le plazca…

«Sí, vivir de este modo no tiene precio. Porque yo vivo como me gusta. Llego a un lugar donde no moleste, y en el que posiblemente me encontraré con otras autocaravanas, me presentaré a sus dueños, les diré quién soy y lo que busco, les presentaré a ‘Akiles', mi perro, que es un american standford fox terrier, y me quedaré allí por un tiempo... ¿Que a lo mejor en algunas de mis idas y venidas me gusta un lugar, o bien cerca del mar, o bien tierra adentro…? Pues me quedo en él por unos días. Eso sí, si puedo cerca de otros caravanistas, pues si hay algún problema es más fácil que lo resolvamos entre todos a enfrentarte a él solo».

José, con lo que no está de acuerdo, «y como yo, muchos –subraya–, es con esa ley que no permite aparcar en determinados lugares a las autocaravanas cuya altura sea superior a los 2,10 metros, cuando casi todas superan esa altura… Dicen que eso es para evitar que las autocaravanas tapen las vistas de las casas frente a las que aparcamos, cuando, realmente, aparcamos tratando de no molestar a nadie. También se meten con nosotros por lo de las aguas sucias, cuando todos procuramos vaciarlas en lugares que no molestan a nadie.

Yo, por ejemplo, vacío el depósito en mi casa. Porque como no dependo de nadie, esté donde esté, cuando veo que se va llenando, me aproximo a Inca, que es donde tengo la casa, y lo vacío. Por otra parte, cuando llegamos a un pueblo, damos vida a sus tiendas y a sus bares, a las primeras porque en ellas compramos lo que nos falta, y a los segundos, porque a veces comemos en ellos… Qué duda cabe que alguno, al marcharse, no deja la basura donde toca. Pero son los menos… Porque yo, no solo me llevo la mía, sino que si veo que otros se la han dejado, la recojo y me la llevo. Y como yo, hay muchos».

«Nunca me divorcié»

Con la caravana aparcada, y con su perro tumbado, cerca de él, nos cuenta que está casado con una inglesa, con la que tuvo una hija, emparejado con otra mujer, con la que tuvo también familia, «pero con la particularidad de que de mi mujer nunca me divorcié, por tanto sigue siendo mi mujer, pero… –toma asiento e inicia un largo relato–. Mire, cuando me ganaba la vida en la noche, conocí a una inglesa, nos enamoramos y a los cuatro meses nos casamos. Tuvimos una hija, y cuando esta tenía dos años me dijo que se iba por unos días a Reading, una localidad al norte de Londres, donde había nacido y donde vivían sus padres. Para que hicieran ese viaje tuve que firmar mi consentimiento. Pero pasaron las semanas, los meses, y no solo no volvieron, sino que no dieron señales de vida…

Hasta que un día, a través del Consulado de Inglaterra en Palma, ella me mandó los papeles del divorcio para que los firmara, cosa que no hice… ¡Ah!, y encima me pedía que pagara la manutención de nuestra hija, eso sí, sin derecho a verla. Naturalmente, no firmé ningún papel. Y no volví a saber nada más de ellas. Cinco años después, en un último intento, me fui a Londres, averigüé que los padres seguían en Reading, pero no los vi. Busqué un trabajo para vivir y lo encontré en Glasgow, en la Ford. Los viernes, a medio día, cuando terminaba mi jornada laboral, que reanudaba el lunes, en un coche me iba a Reading tras recorrer 900 kms.

Ese viaje a este pueblo, mostrando la foto de mi mujer, lo hice cada semana durante dos años y medio, hasta que di con su casa. Una persona, viendo la fotografía, sin asegurármelo, me dio una dirección, aparqué frente a ella y esperé. ¿Y qué pasó? Que llegaron dos de Scotland Yard, pidieron que me identificara, me llevaron a comisaría, allí me comunicaron que era persona no grata, volvimos hasta donde estaba mi coche, me escoltaron durante esos 900 kms. hasta Escocia, a buscar lo poco que tenía, y de ahí me acompañaron hasta Dover –más de 1.000 kms.–, me embarcaron, crucé el Canal de la Mancha y de ahí a Mallorca. Y desde entonces, ni una noticia de ellas. Eso sucedió en 1987».

Resignación, pero libertad

Con el tiempo, José encontró una nueva pareja, con la que convivió durante años y con la que tuvo dos hijos. «Un día, el mayor –prosigue–, a través de Facebook, encontró a su hermanastra, mi hija. Habló con ella, pero ella nunca quiso hablar conmigo. Por lo visto su madre la había puesto en contra mía desde que tuvo uso de razón… Que ya me dirá qué mal le pude hacer cuando su madre me la arrebató, teniendo ella dos años… Lo cierto es que mi hijo insistió, pero siempre con la misma respuesta por parte de ella: ‘¡No!', a lo que, ante su insistencia, añadía que no estaba preparada para hablar conmigo.

Entonces mi hijo le decía que yo, desde que se fueron de Mallorca, las había estado buscando siempre, que seguía siendo el marido de su madre, que no me había vuelto a casar, en cambio su madre se había divorciado ¡cinco veces! Pero no hubo manera. Lo único que sé es que mi hija, hoy, tiene 43 años, dos hijos, mis nietos, a los que no conozco... Bueno, sí, tengo unas fotos de ellos», apostilla aceptando su realidad.

Escuchándole en este episodio de su vida, en el que la resignación es evidente en cada momento, entendemos por qué ha optado por vivir en una autocaravana. Sí, suponemos que es porque la resignación conlleva la paz al espíritu, del que sus mejores alimentos son la libertad y la naturaleza.
Por ello, no lo dejes.

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