Muchas veces se oye a asesores o gestores de inversiones (a los que lo han conseguido) la frase “muy bien, hemos perdido menos que el mercado”, a lo que las personas que no conozcan el mercado pueden responder “muy mal, si no hubiera invertido no hubiera perdido nada”.
Ambas frases pueden ser consideradas como lógicas: el gestor lo ha hecho muy bien a pesar de las pérdidas y el inversor no está contento por haber perdido. Sin embargo, el haber perdido menos que la bolsa no es un simple consuelo, sino que ofrece dos lecturas positivas.
La primera, y más directa, es que asumiendo el riesgo bursátil ha afectado menos de lo normal. El riesgo conlleva dos vertientes, las de las posibles pérdidas y la de los potenciales beneficios. Si se han conseguido limitar las pérdidas, el inversor está en una situación ventajosa ante subidas bursátiles y, por tanto, alcanzará el punto muerto fácilmente en cuanto cambie la tendencia.
Pero no solo esto (nadie debería invertir en bolsa para empatar): limitando pérdidas, las ganancias de las inversiones a largo plazo serán superiores a las del mercado, y ya de por sí la bolsa es el activo más rentable que existe.
Es cierto que quien no haya invertido ahora no estará perdiendo, pero tampoco ganará cuando suba y perderá poder adquisitivo por la inflación. Evidentemente que nadie, y menos sin ser profesional, pretenda no estar invertido cuando la bolsa caiga y sí estarlo cuando suba.
El buen gestor o asesor profesional consigue limitar las pérdidas mediante una eficiente diversificación, utilización de stops o coberturas, pero es absolutamente imposible eliminar el factor riesgo del todo, al 100%.
Por otra parte, las pérdidas patrimoniales (compraventa de bolsa, fondos, sicavs o inmuebles) pueden ser útiles fiscalmente: son compensables con ganancias patrimoniales y, en parte, por rendimientos del capital (intereses de cuentas, renta fija o dividendos). Por lo tanto, vender con pérdidas de cara a final de año podría (no siempre ni en todos los casos) dar beneficios fiscales a inversores.