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Ilusión monetaria y expectativas racionales

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La ilusión monetaria y las expectativas racionales son dos conceptos que fueron ampliamente estudiados hace más de dos décadas y que ahora están en desuso. Pero no se preocupen porque volveremos a utilizarlos y se convertirán en candente actualidad dentro de unos meses.

La ilusión monetaria es la percepción errónea que tenemos los seres humanos sobre las variables económicas cuando introducimos inflación. Tendemos a valorar más los precios nominales que los reales. Por ejemplo, si aumenta el salario de un trabajador un 5%, mientras que el resto de los precios de los bienes que compra lo hacen un 15%, el trabajador verá como al cabo de unos meses disminuyen sus ahorros porque en realidad es incapaz de mantener su nivel de vida pese al aumento de su salario. El problema reside en que el aumento del 5% es nominal y que su salario real tiene un poder adquisitivo un 10% menor, es decir, en términos relativos el precio de sus horas trabajadas vale ahora un 10% menos que los demás bienes que le rodean. Ha tenido la ilusión de que su salario aumentaba un 5%, cuando en realidad disminuía un 10%.

La ilusión monetaria es un trampantojo que para economistas como Keynes resultaba útil en la política económica. Si un gobierno desea aumentar el empleo disminuyendo los costes salariales sin protestas puede realizar una política monetaria expansiva incrementando la cantidad de dinero en circulación y, por tanto, la inflación (pongamos, por ejemplo, un 5%), mientras que por otro lado sube los salarios un 3%. Los trabajadores creerán que ganan más ofreciendo más horas de trabajo mientras que los empresarios invertirán más porque se dan cuenta que el coste salarial ha disminuido en realidad un 2%. Surge así la llamada curva de Phillips, que permite intercambiar inflación por empleo con el objeto alcanzar un nivel óptimo de actividad en el país.

Esta visión era criticada por los autores monetaristas porque iba en contra del supuesto clásico de la neutralidad del dinero, que mantenía que las personas son seres racionales que no se engañan. Al final, esta controversia entre las dos escuelas la cerraron, entre otros, Lucas, Sargent, Wallace y Barro de la escuela de las expectativas racionales, que afirmaban que los individuos a largo plazo son racionales y aprenden a ajustar sus comportamientos a la inflación incorporando racionalmente toda la información disponible sobre la evolución pasada y presente de una variable, sobre las variables que la afectan y sobre las políticas económicas adoptadas. Con toda esta información acaban adoptando expectativas ciertas sobre la evolución de precios o salarios, sin cometer errores.

Al final, esta controversia desembocó en la creencia de que la inflación sólo tendría efectos exitosos en términos de política económica si ésta era sorpresiva y corta en el tiempo. Pues bien, hace 24 meses en España la inflación era negativa (por debajo de cero) y desde entonces hasta ahora los precios han aumentado acumulativamente más de un 13% mientras que los salarios lo han hecho menos de un 5% sin apenas protestas, lo cual demuestra una alta ilusión monetaria. Sin embargo, los agentes económicos parecen estar empezando a ajustar sus expectativas de precios de forma racional.

Colectivos como los transportistas o pensionistas, y más recientemente, funcionarios de justicia, empleados de líneas aéreas o trabajadores de la hostelería, empiezan a perder su ilusión monetaria y a reclamar subidas salariales en línea con los aumentos de la inflación, que después de 18 meses ya no se pueden considerar como «aumentos temporales de precios causados por la guerra». Es por esta misma razón que las negociaciones salariales van a ser cada vez más duras y conflictivas, y los economistas desempolvaremos los viejos manuales de los autores ya citados, si bien, incorporando esta vez las aportaciones de autores conductivistas (Amos Tversky, Diamond, etc.) para explicar por qué el ser humano tiende a equivocarse sistemáticamente con la ilusión monetaria. Es decir, siempre tiene sesgos antirracionales de los que se aprovechan los políticos.

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