El verano ha puesto en evidencia las debilidades de uno de los sectores clave de la economía italiana. La temporada alta no ha cumplido las expectativas de los operadores turísticos y el impacto se nota, sobre todo, en la costa. Según Assobalneari, la patronal de los beach clubs, la ocupación en las playas concesionadas —las más demandadas del país— cayó un 25% respecto al año pasado. El puente de Ferragosto, el 15 de agosto, suele concentrar millones de desplazamientos y marca el momento más intenso del verano. Este año, sin embargo, se registró un millón menos de viajeros italianos que en 2024, reflejo de las dificultades económicas de las familias. En las cifras macroeconómicas, Italia mantiene cierta estabilidad: el PIB crece de forma moderada, la inflación está contenida y el desempleo ronda el 6%. Pero desde 2018 los salarios reales se han reducido un 7,5%, según la OCDE.
El coste medio de una sombrilla en la playa alcanza los 212 euros a la semana, de acuerdo con el ISTAT. Ese gasto, unido al transporte, el alojamiento y la restauración, convierte una estancia costera en un lujo para muchos. Por eso, cada vez más italianos buscan alternativas: escapadas a la montaña o viajes a países más baratos. El Gobierno italiano rechaza hablar de crisis turística. Acusa a la oposición de exagerar y subraya el dato positivo de un 10% más de llegadas, según el Ministerio del Interior. Sin embargo, La Repubblica cuestiona ese cálculo. El método estadístico, empleado también por ONU Turismo, permite inflar los resultados: una familia de cuatro personas que cambia cinco veces de hotel en cinco días se computa como 20 llegadas; si pasa un mes en un solo alojamiento, solo cuenta como cuatro, pese a que las pernoctaciones son mayores. La diferencia entre «arrivi» (llegadas) , «presenze» (presencias) y «pernottamenti» (pernoctaciones) genera confusión. Los hoteleros de Federalberghi recuerdan que, desde hace quince años, los italianos reducen el número de noches para ajustar el gasto. El verano de 2025 confirma esta tendencia.
Otro elemento que distorsiona las comparaciones es la entrada en vigor, el pasado enero, del código identificativo nacional para los alquileres de corta duración, similar al aplicado en España. La medida ha sacado a la luz una oferta de camas antes sumergida. Parte del supuesto aumento de llegadas responde más a un control estadístico que a un crecimiento real. El turismo se ha convertido en un terreno de confrontación. El Gobierno de Giorgia Meloni destaca los indicadores positivos, mientras que la oposición, con La Repubblica como altavoz, insiste en que se ignoran los problemas de fondo.
Italia recibe millones de visitantes extranjeros, pero el turismo nacional es el que sostiene el sistema. Los empresarios reclaman medidas para contener los precios de los servicios básicos, inversiones en transporte y una fiscalidad que incentive la competitividad. Por ahora, la respuesta oficial ha sido más defensiva en la comunicación que efectiva en la gestión. El riesgo es que el verano de 2025 quede como un aviso sobre la sostenibilidad de un modelo turístico que durante décadas ha funcionado por inercia. La experiencia italiana interesa a España por la similitud de sus problemas: fuerte dependencia del turismo, mayor en España, dificultades para medir con transparencia y tensiones entre la oferta regulada y la sumergida. La lección que deja este verano es clara: las estadísticas no bastan para diagnosticar la salud del sector y el éxito no está garantizado.