Estrés, ansiedad, agotamiento, insomnio, apatía, culpabilidad e incapacidad para disfrutar. Son algunos de los sentimientos que acompañan a Irene Merino desde hace poco más de un año, cuando nacieron sus trillizos. «Yo, que siempre he sido una tía muy optimista, llegó un momento en que no era capaz de seguir viviendo», confiesa. La vida después de dar a luz no siempre es un camino de rosas, aunque las redes sociales se empeñen en mostrar una imagen muy diferente.
Irene tiene una hija de cuatro años, otra de 11 por parte de su pareja de una relación anterior y ahora trillizos. Si un hogar se revoluciona cuando llega un recién nacido, imaginen con tres bebés en casa. Aunque le costaba levantarse de la cama, no era una opción posible. «Estaba obligada a seguir una rutina aunque me costara la vida hacerlo. Si a eso le unes que dormir con tres pequeños es una quimera... suma y sigue», relata esta joven que, asevera, «mi marido es mi sostén. He tenido mucha suerte».
Terminó cayendo en picado seis meses después del nacimiento, ya no fue capaz de esconder que no se encontraba bien. Tuvo suerte de que su marido y su familia estuvieran al quite y la obligaran a pedir ayuda. Así fue como aceptó que sufría depresión posparto, que no había que esconderlo, no debía sentir culpa alguna por estar mal y que centenares de mujeres sufren como ella, la mayoría en silencio. Todo esto agravado por el estrés postraumático tras el embarazo. Idúnn, la pequeña de los trillizos, se pasó los dos primeros meses en la UCI pediátrica y a Irene, aún hoy, le cuesta asimilarlo. «Las primeras noches me despertaba pensando que estaba muerta y enviaba a mi marido a la UCI a ver si estaba bien; ha pasado más de un año y todavía me despierto con la misma idea», relata.
Irene Merino tenía que reincorporarse a su puesto de trabajo como auxiliar de enfermería a domicilio a finales de julio. Le fue imposible hacerlo. «Mi trabajo es estar mano a mano con personas vulnerables, no podía hacerlo. Esta enfermedad me ha quitado una parte importante de mi vida. Hasta eso ha hecho. Y cada día me odio un poco más por no saber disfrutar de mis hijos», confiesa esta madre.
Al final todo termina afectando. Tanto Irene como su marido, Alejandro, han notado que su hija de 4 años está experimentando un retroceso. «Exige que le hagamos mucho más caso, pero con tres bebés de poco más de un año, no llegamos a todo. No quiere comer sola, pide que la vistamos. Vamos poco a poco», dice esta madre, que lleva unos meses con medicación y tratamiento terapéutico. Aunque hoy en día no puede decir que esté recuperada, va por buen camino.