A Suiza e Italia las separan únicamente los Alpes, esa gigantesca maravilla geológica que conecta la Europa Central con la Mediterránea. Sin embargo, en la apertura de los octavos de final de la Eurocopa, en el Estadio Olímpico de Berlín, a ambos países les separó un abismo. Las dos escuadras se habían citado en el coliseo casi de mera casualidad: el minuto que les había sobrado a los helvéticos ante Alemania, fue el que necesitaron los transalpinos para cercenar a Croacia. Con esa disparidad temporal, quedaba por ver qué marcaría la diferencia: si la acometida de la navaja suiza o la firmeza del 'catenaccio'. Y como de una cuestión de tiempo se trataba, tenía que ganar la nación del 'Rolex'.
La solemnidad y la pasión con que vivieron los 'tifosi' el 'Il Canto degli Italiani', el emblemático himno nacional del 'país de la bota', no estimuló a los de Luciano Spalletti, que se vio obligado a hacerle un nuevo arreglo al esquema tras no haber conseguido dar con la tecla en las primeras tres jornadas -con el veterano Stephan El Shaarawy como invento más extravagante-, sino a sus no tan adorables vecinos. Tras un comienzo de tanteo mutuo, bajo el intenso sol que lucía en la capital de Alemania, la 'Rossocrociati' tomó la iniciativa. Ante la parsimonia transalpina, dispusieron de las primeras aproximaciones, sin efectividad en la toma final de decisiones.
Embolo la tuvo para romper el hielo al tedioso inicio, pero chocó con la interminable silueta de Donnarumma. La ocasión enardeció a los de Murat Yakin. Con el impredecible delantero del Mónaco revoloteando en todo el frente de ataque, tan aparatoso para tener el balón en los pies como astuto para generarse los espacios, Suiza se lanzó a descerrajar el 'catenaccio' y Freuler, tras un gran servicio de Vargas, encontró la llave.
La grada italiana, de luto; la suiza, de dulce, como su famoso chocolate. Una magistral falta al filo del descanso lanzada por Rieder pudo silenciar aún más el funeral 'azzurro', pero el enorme portero del PSG volvía a darle vida al muerto. Italia, experta en reponerse de inicios dubitativos, sobre todo cuando hay un escándalo de por medio -véase 'Totonero', 'Moggigate' o 'Scommessopoli'-, no repasó su propia historia en el entretiempo -la polémica de la restricción de los móviles de Spalletti es demasiado nimia como para llegar a tal categoría-
Vargas, pletórico en todo el duelo y ovacionado por su parroquia al ser sustituido, proyectó un misil teledirigido cuando no se había cumplido un minuto de la reanudación y comenzaba a dictar la sentencia de los italianos. Los Chiesa, Cristante y Barella, reemplazado por Retegui, mediada la segunda parte, eran espectros sin peligro alguno. Suiza comenzó a recrearse en su propia euforia y en la de su hinchada. Disfrutaba del escenario y estaba cómoda en medio del desconcierto rival.
Hasta la diosa Fortuna, tantas veces aliada de los transalpinos desde tiempos inmemoriales, se puso de parte de los helvéticos para desviar al palo un balón mal despejado por Schar, primero, y un remate de Scamacca, después. El tiempo, ese juez supremo e insobornable que da y quita razones, le marcó la hora a la 'Azzurra', alocada en sus ofensivas y endeble cuando los centelleantes suizos recuperaban el esférico. Los cambios de Spalletti no surtieron efecto y el partido se convirtió en una lenta pero inexorable agonía para los del lado mediterráneo de los Alpes, irregulares desde el inicio de un campeonato que ya no podrán revalidar.
La que sí progresa en el torneo será la irreverente Suiza, que no quiso ensañarse aún más en el marcador con su decepcionante oponente. En cuartos, donde les aguarda el ganador del Inglaterra-Eslovaquia, tratarán de adentrarse en territorio inexplorado -nunca han participado en las semifinales de una Eurocopa o un Mundial-; pero, de momento, han vuelto a dejar su huella en una Eurocopa. Si en la última edición ya dejaron en la cuneta a la vecina Francia en octavos, en esta repitieron operación con la también colindante Italia. Le señalaron su hora. Al final, sí, era cuestión de tiempo.