Después de charlar con Álex Vallespí dan ganas de irse a ver un partido de rugby y a compartir unas cervezas con los rivales en el tercer tiempo. Este barcelonés de 38 años contagia su pasión por el deporte que mamó desde niño. No en vano, su abuelo ya defendió la misma camiseta que él, y fue quien le llevó a ver sus primeros partidos.
Con 25 años como jugador a sus espaldas, Vallespí cambió el año pasado el primer equipo del Barça (que milita en la División de Honor B, la segunda competición nacional) por el banquillo del conjunto juvenil. En este intervalo ha descubierto el placer de guiar a los jóvenes en un deporte que a él le ha servido como "una escuela de vida".
¿Por qué se decantó por un deporte tan minoritario?
Empecé por mi abuelo. Él jugó, también en el Barça y, cuando yo era pequeño, me llevaba los domingos a ver partidos. Así que he mamado este deporte desde niño.
¿Su abuelo jugaba a rugby?
Sí, es una de las secciones más antiguas del Barcelona. Antes, el partido de rugby se jugaba antes del de fútbol, así que tenían mucho público. También jugó encuentros internacionales.
¿Cómo es que ha menguado tanto su popularidad entonces?
En Francia, Inglaterra, Irlanda, etcétera, se ha dado un salto cualitativo. Mientras, España se ha quedado en un nivel semiprofesional. Entre las 40 selecciones más importantes del mundo, la española está entre los puestos 18 y 25. No se acaba de montar una buena estructura.
Se ha quedado en un estado muy amateur...
Sí, le han superado otros deportes. Aquí, la gente con un físico apropiado para el rugby se dedica al baloncesto o al balonmano, a los que pueden jugar desde pequeños en el colegio.
Hablando de su ex equipo, ¿cómo lo ve?
La temporada anterior promocionaron para subir. El equipo está en una muy buena onda. Este año suben seguro.
Ahora se dedica a entrenar al equipo juvenil...
El año pasado tuve una lesión y, como estaba parado, me comprometí a hacerlo mientras pudiera. Pero vi que me absorbía, que me encontraba muy a gusto. Entrenar a los chavales me llena, estoy encantado con ellos.
Le noto sorprendido...
Jamás pensé que tendría sensaciones parecidas a las que tenía como jugador. Noto una tensión muy agradable antes de cada partido y disfruto mucho con sus victorias.
¿Cómo trata el Barcelona a su sección?
No nos podemos quejar, tenemos unas buenas instalaciones, pagan las fichas federativas de los jugadores, material... Pero se centra demasiado en el equipo senior.
¿Ha aparcado del todo su faceta de jugador?
Aún juego rugby a 7, y no descarto volver a jugar, porque sigo teniendo unas ganas locas. Pero con 38 años, hay que andar con cuidado.
¿Qué ha supuesto dedicarle tantos años al rugby?
Ha sido una escuela de vida. Gracias a él he aprendido valores olvidados o que no sabía ver. Por ejemplo, el valor de la amistad. Este juego la fomenta mucho. De hecho, es vital que exista, porque dependes de tus compañeros. También me ha enseñado a no rendirme ante las adversidades.
Todo el que se acerca a este deporte habla del ambiente...
Es cierto. Engancha si te explican cómo funciona, porque si no puede parecer aburrido. Y sobre todo hay muy buen rollo, no hay roces, así que la gente que se acerca a él lo encuentra muy atractivo.
¿Es cierto que es más noble que el fútbol?
Absolutamente. Es duro pero no violento. Todos somos conscientes de que podemos hacer mucho daño a los demás. Si se entrara con la mala leche con la que se hace en el fútbol, nos abriríamos la cabeza en cada partido.
El rugby es más cortés...
El respeto a los otros es fundamental. Se acatan las decisiones del árbitro. Ya es bastante difícil arbitrar un partido y, además, cuando pitan algo, ya no hay marcha atrás por mucho que protestes.
¿Y las aficiones?
No tienen nada que ver con las del fútbol, ni en los estadios más grandes. Cuando el rival va a ejecutar un golpe de castigo, hay un silencio absoluto.
Se hace raro...
Pero es así. El primer partido internacional al que asistí fue un Irlanda – Inglaterra. Se decidía el ganador del 5 Naciones. Ganó Irlanda, lo cual dejaba a sus rivales sin título. Tras el encuentro, yo iba con la camiseta irlandesa y nos cruzamos con un grupo de unos 15 ingleses borrachos. En vez de increparnos, nos hicieron un pasillo... ¡y empezaron a aplaudirnos! Aquella reacción me enamoró.