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Esperando a Longinos

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Lo juro por éstas, que son cruces: dejé el ordenador apagado y por la mañana mascullaba unos ruidos muy raros y en su pantalla rebullían imágenes escalofriantes de cuando en cuando. Es muy extraño, todas las noches le doy a "salir" y luego extraigo mi lápiz de memoria e incluso desconecto el aparato, por si acaso; pero cuando dan las del alba empiezan los ruiditos, como silbidos y repiqueteo de nudillos, chistando para reclamar mi atención hacia este artefacto enajenado y autónomo que, sin duda, pretende soberanía, independencia o ¡sabe Dios qué otras artimañas emancipadoras de la red…! En ocasiones solamente son musiquillas apagadas, una sonatilla grave, o bien un lento, un adagio o un cantábile y, por momentos, viene la inundación sobrecogedora de efigies perturbadoras, caras que van y vienen sobre el monitor, que a intervalos se funde en negro, cual iconos innombrables. No sé si es peligroso, me inquietan esas miradas lánguidas, las lágrimas que se desbordan de sus ojos y hasta sus gritos ocasionales. Luego se queda en silencio y él solo se apaga. Y ese silencio es insoportable y me sume en un dolor que hago mío, como antes lo era de sus lagrimales.

Pero lo de hoy ha sido el acabóse: serían las siete o siete y cuarto cuando ha comenzado, como siempre, la retahíla de estampas y los llamamientos habituales. Me he levantado, como haciéndome el distraído, y me he acercado al espantoso artilugio y entonces he oído voces. Sí, señores; voces que vienen solemnes, de ultratumba quizás. Me he quedado de piedra. Los ojos de aquel rostro inhumano se han puesto casi en blanco, entornados hacia lo alto, y su boca —¡esa boca, Señor!— ha dicho:¡Consumatum est!, y a continuación ha sonado un presto con tutta la forza espeluznante y he visto como en un flash a un hombre que se alejaba con una caña y una esponja empapada en agua y en vinagre.

No he podido contenerme, he abierto mis brazos hacia una cruz inexistente de la que pende un ilusorio cartel del que no alcanzo a comprender sus letras arcaicas, cirílicas.Es el cumplimiento—pienso—, y entonces exclamo desde el fondo de mi alma, sin dar crédito a lo que digo:¡En tus manos encomiendo mi espíritu!

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