Un juego entre la realidad y la ficción. Resulta curioso que cada uno de los protagonistas de «Isla bonita» se ponga frente a la cámara utilizando su verdadero nombre. Así, Fernando Colomo, el artífice de este proyecto cinematográfico, es Fernando, y en una de las últimas tomas de la película, metido en el papel de director de un documental, cuando su ayudante le pregunta si quiere ensayar antes de comenzar, responde que «prefiero rodar ya para ganar espontaneidad». En una sola frase, resume el espíritu de una película que, ante todo, resulta muy natural, como su entorno, una Isla que, entre plano y plano, también sabe lucir su protagonismo.
«Isla bonita» supone en la carrera del realizador madrileño una vuelta a los orígenes. Durante su vista a Menorca el pasado verano reconocía que empezó haciendo películas «con bastante libertad y poco dinero». Y se nota a la legua que esos son los ingredientes principales de un trabajo cuya mayor virtud es no ser pretencioso. Se trata de una película rodada con grandes dosis de improvisación, y en el plano experimental funciona. Ayuda a ello un elenco de actores profesionales jóvenes como los menorquines Lluís Marquès y Olivia Delcán, y la madre de está última, Nuria Román, en la realidad y la ficción, junto a aficionados como Miguel Ángel Furones, entre otros, y el propio Colomo, metido en un papel que, de forma inevitable, recuerda a Woody Allen.
La película está planteada como una comedia de enredo, pero es en ese campo tan difícil, el de hacer reír, donde más flaquea el proyecto de Colomo. Para ello tira de temas tan universales como el amor y el arte, con diálogos a veces demasiados extensos, aunque interesantes, especialmente los cara a cara entre Colomo y Román debatiendo sobre la esencia del arte, pero que hacen que «Isla bonita» no cuente con ese ritmo tan esencial que necesita una comedia.
Y es que el filme está impregnado de ese estilo menorquín, el de ir poc a poc, al que se hace referencia en varias ocasiones en el guión. Pero al final, todo encaja en la historia, para resultar una película pequeña, como la Isla en que se ha rodado, simpática y que se deja ver, seguramente mucho mejor a los ojos de que quienes ya conocen los múltiples escenarios que aparecen en un metraje que ronda los cien minutos y en el que conviven tres idiomas, el menorquín, el castellano y el inglés.
«Isla bonita» es una película en la que la imagen juega su papel, pero también es una obra de grandes frases. «Esta Isla tiene vida propia, pero si te pasas te rechaza», reflexiona uno de los protagonistas en la recta final de un desenlace que, como no podía ser de otra forma, resulta bonito.