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‘La serva padrona', un clásico moderno

La ópera regresó este viernes al Teatre des Born con la última obra que se representó antes de su cierre hace 15 años

Noche de ópera. El género de música teatral regresó el viernes al Teatre des Born precisamente con la última obra de ópera que se representó antes de su cierre hace 15 años | Josep Bagur Gomila

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La fórmula es sencilla pero no es fácil dar en la diana. Breve, melodía pegadiza y una temática universal, las relaciones amorosas, por ejemplo. Esos son los tres elementos con los que se suele jugar para conseguir un éxito en el pop; es decir, un mensaje fácil que conecta con la mayoría. Si lo trasladamos a la ópera, «La serva padrona», que se estrenó el pasado viernes en el Teatre des Born, el acierto no puede ser mayor. Que una pieza estrenada hace tres siglos siga siendo una de las más representadas no es fruto de la casualidad, pero en el caso de esta coproducción entre el Teatre des Born y el Teatre Principal de Palma, el clásico sigue vigente pero con un aliciente añadido, esa vuelta de tuerca que permite acercar lo antiguo a lo moderno de la mano de la dirección escénica de Ana Cuéllar.

La historia, que sigue hablando de la desigualdad de género, se presenta al público en un marco más actual. Decoración de época pero repleta de guiños al presente, todo ello con una estética colorista, todo muy pop de nuevo, en la que decoración más barroca está salpicada por elementos del presente, pongamos por ejemplo el ejemplar de ‘Es Diari' que lee Uberto, interpretado por un Simón Orfila tan sobrado de voz como de vis cómica. De darle la réplica se encarga Irene Mas, metida en la piel de Serpina, el contrapunto a una relación en el que ella se mata con las tareas de la casa mientras él hace poco más que estar en el sofá. Una estampa tristemente familiar, pero que evoluciona a lo largo de lo poco más de una hora que dura el espectáculo. «La serva padrona» pone el foco en las pequeñas revoluciones feministas, es una crítica a la injusticia de la invisibilidad del trabajo de la mujer, especialmente en el hogar.

Los minutos pasan, el mundo gira y la obra te va dejando instantáneas que se quedan grabadas en la retina. Serpina, sobre la mesa, altavoz en mano, se reivindica; Uberto, antes amo del mando de la tele, tiene una plancha en la mano. Y no nos olvidemos del tercero en discordia, Joan Servera, metido en el bufonesco papel de Vespone, protagonista también de una original introducción, y que desdobla su papel, por exigencias del guión, para conducir la historia de los protagonistas a buen puerto, en un papel de tintes «trumpescos».

¿Y la música? Pues a estas alturas poco más se puede decir de la calidad de la Orquestra de Cambra Illa de Menorca, que sonó espléndida desde un foso en el que contó para la dirección con una figura de tanto relieve en el panorama nacional como Andrés Salado. Todos ellos contribuyeron al regreso de la ópera al Teatre des Born para dar coherencia a un proyecto que esta nueva etapa tiene una filosofía muy clara, la de pensar siempre en espectáculos variados y hacer del espacio cultural la casa de todo tipo de público.

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