El jurado del Proyecto Nacional de Cultura Granada Costa concedió por unanimidad a Maria Vives Gomila, en 2019, el Premio Humanidades de Literatura como reconocimiento de «sus méritos excepcionales» a lo largo de años de investigación en psicología, y por la defensa con ello de los derechos humanos. Su labor como docente, incentivando el interés de sus alumnos, ha sido igualmente destacada. Igual que su obra escrita. Su último libro publicado, «Las alas del viento», compendia su trayectoria profesional, vital y literaria. Fue presentado en el Ateneu de Maó el pasado diciembre en un acto con música y poesía, acompañado por expertos de distintos ámbitos que han colaborado en el mismo y por amigos. Mientras todos citaban la larga senda de su recorrido, ella hizo alusión al emblema que constituye el camino, como lo más importante, y por cuanto que «permite hacer realidad los sueños». Su viento a favor, insistió, han sido los compañeros de viaje.
¿Cómo vivió el acto de presentación de su libro?
—Necesitaba rodearme de las personas que habían intervenido en los textos, como el historiador Miquel A. Casasnovas o los filólogos Jaume Gomila y Joan F. López Casanovas, este último, desafortunadamente, desaparecido. Diego Dubón leyó el artículo que él me había dedicado, y Jaume Gomila hizo lo propio con la lectura de sus poemas. Y también Laura Pons recitó poesía. Conforme iba recibiendo felicitaciones y muestras de afecto, sentía un cúmulo de emociones. Pero, al mismo tiempo, la sensación de que mi vida había sido muy parecida a la de otros profesionales vinculados a la docencia e investigación, a la actividad terapéutica y psicoanalítica.
¿De qué forma surge la narrativa y la poesía?
—A los veintipocos años aparecen mis primeras poesías, compartidas en mi círculo de amistades. La mayoría de las veces, unidas a la música; poniéndole letra. De la misma forma ponía música a poemas de autores como Costa i Llobera. Mi primer libro de poemas se publicó en 2008, impulsado por dos amigos de Mallorca y Menorca. Ellos me instigaron a hacerlo, casi en tono de amenaza (sonríe).
En su poesía se lee toda una filosofía de vida y una manera de entenderla; como si ordenara pensamientos y sentimientos.
—Para mí, lo importante del proceso creativo es llegar a hacer entendible lo que sentimos, poniéndole palabras. La poesía permite poner nombre a las cosas a través del sentimiento.
¿De qué forma su escritura está vinculada a la psicología o al trabajo terapéutico?
—A través del tratamiento psicológico y psicoanalítico también hay todo un trabajo de interpretación de sensaciones y de sentimientos. Relacionado con el ámbito psicológico está mi novela «La herencia», a partir de un hecho real de una familia menorquina, que muestra la capacidad de supervivencia de una joven, quien reacciona con gran madurez ante unos acontecimientos que hubiesen podido hundirla.
¿Qué le aporta la escritura a nivel personal?
—Vivir es como hacer versos; convertir las sensaciones en sentimientos y hacerlos conscientes. La poesía permite comunicar un mensaje, transmitiendo, con ello, belleza. En el fondo, con la escritura está la necesidad de comunicar la experiencia. Pero supongo que esta intención está sobre todo en mis artículos destinados a prensa.
En «Las alas del viento», vivir se asocia a la creación poética.
—Dice un filósofo que el arte de vivir que todos practicamos a diario exige, sin saberlo, organizar muchos recursos y desplegar una habilidad constante para hacer de la vida una aliada, asumiendo la propia condición. Este superarse a sí mismo nos hace aprendices, para hacer de nuestra vida una obra, llevando a término las expectativas, los anhelos, etc.
Con este libro, que recoge toda su trayectoria, se entiende el premio en humanidades.
—Considero que mi trayectoria ha sido algo normal dentro de mi ámbito; formándome y trabajando en lo que me gusta. Y siento que en muchas ocasiones he estado en el sitio y con la persona adecuada en el momento oportuno.
Dice que «Las alas del viento» son las circunstancias que hacen posible las cosas, y especialmente, las personas.
—Las alas representan cierta agilidad en el recorrido gracias a tantas personas con las que he coincidido y me han acompañado en este viaje, empujada por un viento que me ha dirigido al objetivo. Evolucionamos y crecemos gracias a los demás, de quienes recibimos y aprendemos, y a quienes damos.
Su obra aúna ciencia, estética y espiritualidad.
—Todos partimos de una herencia y de un ambiente familiar, social y político determinado. La mía me llevaba a observar, aprender y ser crítica. La estética me viene de mi madre; tocaba el piano casi a diario; era una artista, todo en ella era sensibilidad. En cuarto de Psicología empecé a trabajar en el ámbito científico, con la suerte de tener buenos profesores y compañeros. Los congresos, por ejemplo, eran una fuente permanente de estímulos, que llevaban a nuevas investigaciones y relaciones humanas.
En cuanto al ámbito espiritual, propiciado por una época que todo lo impregnaba, lo considero un viaje hacia el interior de uno mismo.
¿Cómo recuerda su infancia y la influencia de sus padres?
—En el clima de los años de postguerra, crecí entre adultos, como hija única, quienes revisaban la historia con detalle. Y esto constituía un medio de formación continua. Yo nací en Mallorca, donde viví hasta los 22 años. En casa se vivía ‘en menorquín', que era la procedencia de mis padres. Los veranos los pasaba en Menorca, y compensaba la época de invierno y responsabilidades en Mallorca.
Menorca está siempre presente en sus poemas.
—El impacto de la belleza de las Islas está en cada uno de mis poemarios. El regreso a Menorca, tras muchos años en Barcelona, con la impartición del máster en el Ateneu de Maó y los cursos en la UIMIR, y al establecer, finalmente, la residencia aquí, tras finalizar la docencia, me ha permitido recuperar una parte de mis vivencias y su gente.
De su larga experiencia, ¿qué desafíos señala para la salud mental?
—Los psiquiatras coetáneos a la primera promoción de psicología de la UB, a la que pertenezco, valoraban ya en aquel momento el tratamiento psicológico como complemento del farmacológico, reduciendo este último si observaban la mejora del paciente. Hoy, los retos, y coincido con ello con el Dr. A Talarn, son el exceso de medicalización, la necesidad de prevención primaria para la salud mental y una ética prioritaria en la asistencia.
¿Cómo se conseguiría esta prevención primaria?
—Dado que los síntomas de muchas alteraciones suelen iniciarse en la juventud o infancia, son necesarios programas de prevención que incidan en los factores de riesgo de carácter psicosocial. Las condiciones sociales y económicas tienen una influencia directa sobre la salud y la salud mental de la población, especialmente, infantil. Y de la misma forma, se tendría que proteger a las familias desestructuradas (hijos desprotegidos, madres maltratadas) y cubrir las necesidades terapéuticas de personas sin recursos.
¿Y frenar el exceso de medicalización?
—Implementando una nueva forma de considerar la enfermedad mental, y aplicando en personas medicalizadas todas las formas sociales, terapéuticas y de adaptación conocidas e investigadas, para poder mejorar su día a día.
¿Y en caso de depresión y ansiedad, por ejemplo?
—Ofreciendo soluciones y no solo antidepresivos. Se está descubriendo que las causas de la depresión no dependen de los niveles de serotonina, como siempre se había creído. Se tienen que entender las numerosas causas, de origen hereditario, la predisposición, de orden psicológico o aspectos ambientales que ocasionan sufrimiento.
Habla también de una ética asistencial.
—Talarn se refiere a que se escucha poco al paciente y se le estigmatiza con un diagnóstico cronificador. Se inutiliza con ello su proyecto vital, puesto que la enfermedad es tratada desde un ámbito casi exclusivamente biológico. Se requieren medios de todo tipo para no diagnosticar a las personas bajo la perspectiva farmacológica y sin utilizar los recursos médicos, psicológicos, pedagógicos y sociales necesarios para que la persona aprenda a ser capaz de dirigir su vida.
¿Cómo definiría el ‘arte de ser', tantas veces recogido en su poesía?
—Enseñar a futuros psicólogos y trabajar como terapeuta y psicoanalista me ha llevado a estudiar al ser humano en condiciones de normalidad y de patología. El arte de vivir, que todos practicamos a diario, exige organizar distintos recursos, mantener la confianza en nosotros mismos y dar sentido a nuestros actos. La felicidad es un trabajo constante de la persona frente a sus responsabilidades. Y estaría más en el camino que se recorre que en alcanzar su objetivo.
El apunte
Una personalidad que reúne ciencia, humanidades y estética
Maria Vives Gomila (Palma, 1941) es doctora en Psicología y profesora emérita de la Universitat de Barcelona (UB), donde se graduó, en la primera promoción. Ha ejercido como psicóloga clínica y psicoterapeuta y ha trabajado en el ámbito de la investigación, en libros y artículos científicos como los relacionados con el estudio de la personalidad y el test de Rorschach, identificando y diferenciando la presencia de patologías.
«Tener un diagnóstico, como depresión, permite indicar el tratamiento más oportuno para superar la dificultad y el sufrimiento que ha generado; ayudar a la persona a que se conozca, pueda superarlo y vivir mejor», precisa. Desde esta vertiente humanística se entiende que se haya dedicado a la poesía y narrativa. Es autora de tres poemarios, «Senderos» (2008), «El río de la vida» (2012) y «Blanca lluna plena» (2019); de la novela «La herencia» (2017) y «Las alas del viento» (2020) y de otro libro en prosa en camino.
Además de su trabajo como docente en la UB, es creadora del máster «Psicología clínica y dinámica» y ha coordinado cursos en la Universitat Internacional de Menorca Illa del Rei (UIMIR). Es miembro también del IME.