Como sucede siempre o casi siempre con los Goya, también la entrega de las tres decenas de premios de este año, más el internacional, se encajaron en una ceremonia de metraje sobrepasado -tres horas y media- pero más sobria de lo que suele ser habitual. En un hilo conductor de autohomenaje permanente al cine nacional, con algún discurso insufrible, emergieron momentos de vistosidad, como el homenaje a la Velasco, y otros egoístamente emocionantes. Uno de ellos fue la subida al escenario de una menorquina, por primera vez desde que la academia instauró estos premios a imagen y semejanza de los Oscar, hace ya casi 40 años.
Margarita Huguet Fuguet (Maó, 1980), disfrutaba su primera nominación, asistía por primera ver a la pomposa ceremonia, en esta ocasión en la tierra de la chica yeye, y triunfó, vaya si triunfó. El intrincado trabajo de la cineasta mahonesa en «La Sociedad de la Nieve», la cinta de Bayona coleccionista de estatuillas -12-, la levantó de su asiento cuando Javier Veiga abrió el sobre y pronunció su nombre como ganadora del Goya a la mejor dirección de producción. Margarita siguió el ritual al uso, besó a Olga, su pareja, se dirigió al escenario, sacó un papelito y leyó sus agradecimientos. Alcanzaba así la cúspide de su carrera profesional de la mano del laureado director catalán con el que ya había trabajado en «El orfanato» y «Lo imposible». Ese progreso que la ha llevado a la alfombra roja le permite augurar convencida que «más adelante haré otra película con Bayona, seguro». Sería lo lógico considerando la extrema dificultad de esta última película, «sin duda la más complicada porque trabajar en la nieve es lo más anti-producción que hay». Describe que «hay que subir 3.000 metros cada día, sometidos al mal tiempo y la gestión de todo es un cuadro muy laborioso».
En esa película que ahora va a por el Oscar al mejor film internacional, Margarita Huguet ha gestionado a diario un equipo de 400 personas, «¿cómo?, pues con mucha mano izquierda y empatía con tanta gente, gestionando los egos y las emociones que son distintas en todos». El momento descrito el sábado para recoger el premio «fue único, mi primera nominación y mi primer Goya», explicaba ayer tarde a este diario.
El jueves escribió el borrador de su speech, el viernes lo compactó para ajustarlo al minuto de tiempo disponible y el sábado, en el vuelo Menorca-Madrid, le dio el último retoque. Le faltó, quizás, un guiño a la Isla, que Menorca fuera nombrada por una vez en la gala. «Si llego a tener un poco más de tiempo lo habría hecho, sin duda», dijo. Dedicó un «t'estim» a su pareja, «que es igual en catalán que en menorquín», añadió. No improvisó «porque no era plan hacerlo a riesgo de olvidar a algunos de los equipos que he gestionado en la película y a los que debía reconocer su gran trabajo».
A medida que avanzaba la ceremonia, vista la sucesión de «cabezones» que se llevaba la película delatora de la increíble tragedia de los andes, «entonces sí pensé que, jolines, también me lo podía llevar yo», recuerda, porque Margarita había llegado a Valladolid «pensando que tenía el 50 por ciento de posibilidades para ganarlo, pero la película está gustando tanto a la gente...». Estaba, asegura, «completamente tranquila, con el discurso escrito, pero cuando leyeron las nominaciones ya sí me puse muy, muy nerviosa».
La postgala se prolongó, al menos en el caso de la cineasta mahonesa, hasta las 5.30 de la madrugada, primero en la fiesta oficial de los premiados, en el recinto ferial de la capital pucelana, y más tarde en un local para todo el equipo de la película ya que muchos no habían podido asistir a la gala, relataba Margarita.
El domingo la sorprendió «sobrepasada por los imputs de la gente, tengo más de 150 mensajes sin leer y no sé cómo debe estar mi Instagram», decía desde Madrid donde pernoctaba ayer para volar a Menorca hoy lunes, porque Margarita ha vuelto a vivir en Maó tras 22 años en Barcelona, «aunque viajo constantemente, estar otra vez en la Isla es un privilegio».
Atrás queda una experiencia que, probablemente, podrá repetir un año u otro a caballo de una carrera más relanzada que nunca con este premio. Sincera, la directora de producción, admite que pese a vivir por primera vez la gala de los Goya «no hubo nada que me sorprendiera especialmente, estuvo bien, una gran fiesta con gran despliegue y ya está».
Aunque su primera intención era acudir a los Oscar el 10 de marzo, en Los Ángeles, difícilmente podrá hacerlo, «esa semana estoy en un proyecto con mi pareja, una película pequeña, catalana, nada que ver con la ‘sociedad', pero es trabajo y para viajar allí hay que ir, al menos, de jueves a domingo, demasiados días».
Tiempo tiene para observar, reobservar y enseñar a su familia y amigos de la Isla la estatuilla del célebre artista zaragozano que hoy mismo descansará «en una estantería grande que tengo en el comedor de mi casa en Menorca».