El Auditori de Ferreries se vestirá mañana (19 horas) de gala para recibir la visita de uno de los grandes del teatro español, Rafael Álvarez ‘El Brujo’ (Lucena, Córdoba, 1950). El artista es la estrella de la programación especial para celebrar el 25 aniversario del escenario en el que representará «Iconos o la exploración del destino» con la vista puesta en los clásicos y la tragedia griega.
¿Son los clásicos un refugio al que siempre podemos volver?
—Los clásicos son eternos, por eso se llaman así, porque están tocando los temas de siempre. Cambian las formas, cambia el tiempo y cambia el escenario, pero hay algo que permanece siempre, que es una lucha con lo desconocido. Hay una cosa humana que está en la mitología, en los clásicos, en la tecnología, en el mundo moderno y está en el mundo antiguo. Por eso son tan atractivos los clásicos.
¿Son la voz que nos habla desde otro mundo?
—Nos hablan de otro mundo porque están en otro tiempo, pero nos hablan del alma. Muchas respuestas para problemas y situaciones del tiempo contemporáneo las encontramos en los clásicos con otro lenguaje, con otra forma. Nos cuentan cómo ellos vivieron esa misma lucha.
«En el arte del teatro los clásicos están muertos hasta que tú no les encuentras un sentido». La frase es suya. Los clásicos está ahí, pero a los contemporáneos nos toca jugar también un papel activo.
—Claro. Es que la cultura solamente de escaparate, la cultura solamente arqueológica, de erudición, de enciclopedia, sí tiene un valor, tiene un valor como el que conserva muebles viejos muy bonitos porque son antiguos en un almacén, pero no tienen ningún significado más allá del de ser poseídos por el coleccionista. Pero cuando esos muebles se convierten en una cosa que también tiene su funcionalidad, son prácticos y también te sirven para el conocimiento, para el día de hoy, pues entonces adquieren vida.
¿Sobre qué reflexiona en la obra que trae a Menorca?
—Es una obra que se estrenó en el Festival de Mérida, que se dedica al teatro romano y griego, a la tragedia, a la comedia, al teatro de Plauto, Terencio, Sófocles… Allí realicé una reflexión sobre los mitos clásicos, sobre los personajes típicos de las tragedias. Cogí cuatro, Medea, Antígona, Hécuba y Edipo. Entonces, en clave de humor y con un lenguaje accesible al público de hoy, hago una reflexión sobre el concepto del destino en la antigüedad y qué es el destino, porque sin entender qué es el destino no puedes comprender qué es la libertad.
¿El humor es una especie de herramienta para transmitir ese tipo de mensajes?
—El humor te distrae, te relaja, te abre el entendimiento. Te abre el diafragma y el corazón, te divierte, te despelota. En ese momento de humor, de compartir, surge la empatía y surge la receptividad para digerir cualquier cosa que en una situación de mayor tensión y rigidez no la entiendes.
¿Cuál diría que es un clásico clave para usted?
—En general, diría que «El Quijote». Tiene muchísima fuerza y muchos mensajes, muchos significados, mucho misterio y está muy vivo en mí. También el teatro de Shakesperare.
¿Algún día usted también será recordado como un clásico?
—Yo ya soy un clásico (risas). Desde hace algunos años, desde que me jubilé. Todos somos unos clásicos cuando pasamos de los 65.
Además de un clásico, El Brujo también se ha convertido en un icono del teatro español.
—Ya son tantos años que te conviertes en un icono directamente de forma natural. Cuando eres joven quieres ser conocido, quieres trabajar, quieres poder vivir de esta profesión, que eso ya te parece un milagro. Luego ya viene ese momento en que lo consigues. Después viene otro que es de estabilidad y al final te conviertes en un icono. Ya después de un icono... Bueno, vamos a dejar un icono un rato largo ahí...
¿Cómo ha evolucionado su propia percepción del destino a lo largo de la vida y cómo se refleja eso en la evolución de su obra?
—El destino para mí ha ido cambiando en el sentido de que antes era una cosa borrosa. También cuando me iba mal era como una fuerza ciega que te pone ahí obstáculos. Pero ahora ya lo veo más bien como una fuerza inteligente, que tiene también su significado y que está abierta a tu colaboración por medio de tu libertad. Hay una conjugación de destino y libertad en el sentido de que tu libertad hace lo que tú elijas y lo que tú eliges configura tu destino también para el siguiente paso.
¿Qué espera que se lleve el espectador tras ver «Iconos o la exploración del destino»?
—Espero que se lleve un momento de una hora y media en la que se olvide totalmente de todo en la vida, de cualquier preocupación y hasta de dónde ha dejado aparcado el coche para ir al teatro. Que reciba un baño de belleza poética a través de los textos, de la música y la risa y la diversión. Que se lo pase muy bien y que cuando salga lo haga renovado.
En un mundo tan acelerado como el actual, lleno de estímulos, ¿cree que el teatro sigue siendo un espacio privilegiado para la reflexión?
—Pues sí. El teatro tiene una cosa y es que te conserva todavía la presencia viva y directa en un mundo donde la presencia humana cada vez escasea más. Ahora vas a un sitio y tienes una máquina. Pero en el teatro hay un individuo que está ahí. Y si tú te subes al escenario y le pellizcas, la función se la jodes, pero es una prueba de que hay vida.
¿Es el teatro especialmente necesario en épocas de crisis?
—Cuando vino la covid tuvimos muchos problemas. Estábamos todos a aterrorizados, el teatro fue vapuleado. Luego los límites de aforo hacían muy difícil la cuestión económica, pero a medida que se fueron suavizando las restricciones la gente iba con un hambre de teatro impresionante. Yo no vi nunca una cosa igual.
Este mes habrá representado cuatro obras diferentes. Después de tantos años dedicados al teatro, ¿qué le sigue motivando a subir a un escenario y compartir reflexiones con el público?
—Pues que veo que tiene un significado, que tiene un propósito, que me encuentro feliz haciéndolo y que por la calle a veces la gente me para y me dicen cosas maravillosas. Entablo con el público una relación no solo de artista que representa un espectáculo, sino algo más profundo que eso. Una relación anímica, una relación muy especial.
... otros tras jubilarse se dedican a cortar malas hierbas y cuidar un pequeño huerto... Don Rafael sigue encaramado sobre las tarimas... respect...