Fueron tres los intérpretes y muchos los mensajes que se lanzaron el sábado en el Teatre Principal de Maó ante más de 500 personas. Pero sin duda fue el silencio quien se atrevió a hablar, a conversar y comentar sobre desolación, rabia, locura, dolor y búsqueda de la verdad en "La muerte y la doncella".
Pasados diez minutos de las 21 horas se levantaba el telón para recibir a Paulina Salas (Luisa Martín), una mujer traumatizada y marcada por su pasado, por su etapa universitaria, 15 años atrás, cuando fue secuestrada, vejada, torturada y violada durante la dictadura de Pinochet. Su marido, Gerardo Escobar (José Saiz), prestigioso abogado, llega a casa anunciando que ha sido nombrado presidente de la comisión gubernamental que va a investigar las atrocidades y los crímenes cometidos durante la dictadura.
Curiosamente, Escobar ha pinchado la rueda del coche y un médico que pasaba por la zona se ofreció a llevarle. Escobar le ofrece quedarse en casa para evitar de nuevo la carretera, pero al despertar descubre que ha sido atado de pies y manos y que está siendo apuntado con una pistola.
Paulina Salas le ha reconocido, se trata del doctor Miranda (Emilio Gutiérrez Caba), un médico que participó en el secuestro y las sesiones de tortura infligidas a la entonces joven estudiante. Es a partir de entonces cuando poseída por un ataque de rabia, por el odio y por la búsqueda de la venganza, Paulina Salas le recuerda cada dosis de barbaridad que le era suministrada durante su secuestro. Sin duda, "La muerte de la doncella", un cuarteto de Schubert que Paulina escuchaba durante sus torturas y que encuentra en el coche del médico, es el detonante de un episodio cargado de sentimiento al que el público respondió con un intenso silencio lleno de nostalgia y comprensión.
Al final, Paulina Salas se conforma con que el médico confiese y escriba su versión. Pero su marido accede a las peticiones del doctor Miranda, quien, manteniendo su postura de víctima y buscando la manera de obtener la libertad y alejarse de aquel ambiente claustrofóbico y lleno de tensión, acepta narrar los hechos que le dicte Gerardo Escobar para que concuerden con la realidad vivida por Paulina. Salas, que intuye la traición de su marido, introduce en su historia varios errores que el doctor Miranda corrige sin darse cuenta. Es así cómo Paulina Salas ratifica sus sospechas sobre el torturador.
A punto de poner fin a su tragedia propinándole un disparo, Paulina Salas suelta el arma y desaparece con la mirada puesta en una de las frases escritas por Miranda que decía que "no puede haber peor castigo que el que me impone la voz de mi consciencia".
Es así cómo el público fue testigo de una historia ambientada en el 1990, etapa de transición democrática, aunque con la vista puesta en 1975, etapa de la dictadura de Pinochet. Esta pieza teatral escrita por el dramaturgo chileno Ariel Dorfman fue también representada ayer en el Teatre de Calós de Ciutadella.
Seguramente el cuarteto de Schubert seguirá sonado en los corazones de quienes asistieron a la representación como emblema de la tortura y a su vez símbolo de la búsqueda de la justicia.