Investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA) de la Universidad de les Illes Balears (UIB) estudian desde hace casi dos años el ecosistema del puerto de Maó y su capacidad de respuesta a las agresiones naturales y la acción humana. Por sus características, dimensiones e historia, el puerto mahonés es idóneo para este tipo de estudios. En la zona central se registran profundidades de hasta 30 metros, mientras que en la bocana la columna de agua apenas supera los 14 metros. Además su morfología está condicionada por una larga falla que dibuja bajo la lámina de agua un valle de paredes de gran pendiente.
Aunque aún es pronto para sacar conclusiones, pues todavía resta un año de trabajo para concluir este proyecto financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, ya se han obtenido datos llamativos. Uno de ellos revela que en los meses de verano las aguas del puerto se renuevan con mayor rapidez que en invierno. Ese intercambio se produce básicamente en las capas más superficiales, las más calientes, mientras que en las profundidades, el agua permanece prácticamente estancada. La estratificación de la columna de agua es tan grande, que mientras en la superficie pueden registrase en época estival entre 22 y 23 grados centígrados de temperatura, en el fondo apenas se alcanzan los 14 grados. Los investigadores han detectado que en estas condiciones, las partículas orgánicas que caen al fondo procedentes de algún vertido residual o correntía de lluvia, apenas se destruyen ya que los procesos bacterianos son más lentos al existir menos proporción de oxígeno. Si a este hecho se añade que el agua tampoco se renueva con facilidad como ya se ha apuntado, los científicos advierten que cualquier nuevo aporte de materia orgánica que llegue a la zona, ya sea por causas naturales o por la mano del hombre, afectaría seriamente a un ecosistema que se demuestra demasiado frágil.
Según explica el oceanógrafo e investigador principal del proyecto, Gotzon Basterretxea, el objetivo del estudio es profundizar en los mecanismos químicos, físicos o biológicos, mediante los cuales estos fenómenos naturales o antrópicos (causados por el hombre) y que se producen en zonas semi-cerradas como bahías o puertos, pueden afectar a los ecosistemas y terminar así por alterar su capacidad de respuesta a las agresiones.
La hipótesis principal que maneja el equipo es precisamente que estas alteraciones bruscas de "alta energía" (tormentas, oscilaciones del agua, aportes de aguas residuales) pueden estar regulando el comportamiento del sistema y, de hecho, pueden ser más importantes que el estado habitual del puerto "de baja energía", porque a la larga están condicionando la evolución del sistema. La velocidad de recuperación de la rada después de sufrir episodios de alta energía es, según los científicos, un indicador excepcional de la capacidad de las aguas del puerto de afrontar los cambios.
Información en tiempo real
Para comprobar esta hipótesis, un equipo multidisciplinar de 14 científicos entre los que se encuentran biólogos, químicos y físicos del CSIC, del IMEDEA, y de las universidades de Barcelona, Cádiz y México, instalaron a principios de 2010 un complejo sistema de instrumentos de medición. Todos ellos han proporcionado información continua sobre las oscilaciones del nivel del mar, las corrientes, la salinidad, la temperatura y la meteorología en el interior del puerto. También se han realizado análisis biológicos y bioquímicos de las aguas. Los medidores han estado instalados en el interior del puerto hasta hace apenas unos días, y conectaban a través de un cableado subterráneo con tres estaciones en tierra situadas en las proximidades de Sa Punta des Rellotge en Maó, en el Lazareto y junto a Cala Corb en Es Castell. Los datos se enviaban en tiempo real a través de internet a los servidores de IMEDEA (UIB-CSIC), donde eran procesados y publicados en su web. "Si sabemos como responden los ecosistemas a determinados forzamientos como la subida del nivel del agua, la temperatura, o la acción del hombre, podremos prever cuál será la evolución del sistema, cómo cambiará y las consecuencias. De esta forma se podrán hacer recomendaciones para mejorar la capacidad del ecosistema a la hora de afrontar los cambios", indica el responsable del proyecto.
Hace unos días, un grupo de investigadores, con Basterretxea a la cabeza, retiró los medidores para iniciar ahora un largo proceso de cotejo de datos a partir de los cuales extraer las conclusiones del proyecto. Según explica el geógrafo, quien agradece la colaboración prestada por Autoridad Portuaria de Balears, el estudio también debe analizar las alteraciones en los minerales del fondo como el fósforo, un nutriente esencial que controla la productividad y la riqueza de las aguas del puerto. En relación a la existencia de materiales pesados en sus aguas, el investigador se muestra muy cauto. Matiza que la mayoría de las mediciones se han realizado en la zona media de la rada, aún así reconoce que en la zona de la Colársega y disueltos en el agua se han detectado trazas de minerales procedentes de las industrias de transformación desarrolladas en Maó desde el siglo XIX. "Los sedimentos encontrados en el agua no son especialmente altos. Tal vez llama la atención que la concentración de plata si está por encima de lo normal. Pero aún debemos estudiar todos los datos recopilados", señala.
El proyecto de tres años de duración denominado EHRE forma parte del Plan Nacional de I + D + I puesto en marcha por el Ministerio de Ciencia e Innovación y tiene un presupuesto de 140.000 euros. Las primeras conclusiones del estudio se conocerán previsiblemente en verano de 2012.