En el campo de refugiados del norte de Kenia se está produciendo un reparto de alimentos a cargo de un hombre de color y uno blanco. Una cola interminable de mujeres está esperando su plato mientras un silencio desolador les acompaña. El varón de color se acerca a una de las señoras que están esperando con un bebé en brazos. Le coge el niño y se lo lleva. Ha fallecido. Y la mujer, sigue sentada esperando su alimento. Sin sollozos, ni palabras, ni muecas. Quien vivió la estampa no puede borrar esta situación de su subconsciente. La dureza de la imagen le hace fuerte para seguir inmortalizando momentos de esta índole y es que, según asegura "intento reflejar la dignidad del ser humano en sus penurias". Tal y como ocurrió con ésta.
Emilio Chamizo es un fotógrafo nacido en Asturias, crecido en Francia y casado con una menorquina. En la Isla donde ha instalado su Ítaca. Aunque se dedique a la fotografía convencional, su pasión son los viajes para poder ofrecer "fotografía con afán de sensibilizar", según manifiesta. Y es que "cuando empiezas, luego no puedes parar", comenta.
La extrema dureza que retratan sus ojos y capta su objetivo es la realidad y la cotidianeidad de las zonas que pisotea. Después de haber conocido comunidades salvajes, zonas de las FARC, campos de refugiados, ciudades devastadas y grupos ajenos al significado de civilización, será el día 10 de enero cuando parta de nuevo en busca de la crueldad más triste de la vida pero, a su vez, la más digna. El objetivo es Somalia, en concreto, el campo de refugiados instalado en la frontera con Etiopía. Acompañado de una mochila, mucho más pequeña que el equipo de fotografía, Chamizo llegará a Adís Abeba donde dejará que la suerte le guíe. "Con el transporte que encuentre intentaré llegar al campo de refugiados que está a mil kilómetros hacia el interior del desierto" señala y asegura que hay que ir discreto y con mucho cuidado puesto que la zona vive un conflicto étnico constante. A pesar de la peligrosidad del lugar, Chamizo indica que después de haber estado en la zona de las FARC, "los viajes que hago ya no me asustan de la misma manera", remarca.
Sus ojos reflejan ilusión por sensibilizarse de nuevo con las comunidades más pobres materialmente hablando pero más ricas de espíritu, por vivir actos de humildad y de hospitalidad entre los que menos tienen. Según Chamizo, "en los lugares más inhóspitos y más áridos es donde la gente es más hospitalaria, nunca sé donde voy a dormir, pero la gente se ofrece para darte cobijo". Recuerda cuando en las selvas de Colombia, en concreto la etnia Kubeo, "una familia me invitó sin tener nada, ni comida ni nada. Aun así, la madre me dio su plato". Y añade que "aunque se encuentren en la miseria y vivan en un vertedero, sus labios sonríen y expresan felicidad".
Las imágenes que consigue inmortalizar requieren de un proceso de habituación y aclimatación en la zona. Recuerda que primero hay que vivir como ellos puesto que "como dijo Gandhi, no puedes luchar en una sociedad a la que no perteneces, por eso, si no tienes comida sabes qué significa pasar hambre y si no tienes bebida sabes qué es pasar sed". No obstante, indica que "la gente suele ser reacia a que le retrate en su dolor pero gracias a la integración, a conseguir formar parte del momento, del ambiente, lo consigo".
Emilio Chamizo pone sus ojos al viaje a Ecuador, de regreso a Quito. Estaba comiendo en un comedor popular donde ofrecían dos platos y un postre. "El primero era sopa y no me gustó, según me ponían el segundo, se me acercó un niño de siete u ocho años pidiéndome si se podía comer el plato que había dejado. Le dije que sí y se fue. Cuando volvió lo hizo con dos niños más y empezó a repartir cucharadas dando una al más pequeño, otra al mediano y otra para él y así hasta acabársela . La señora del comedor preguntó rápido quién iba a pagarlo". De allí que no conciba un paisaje sin el ser humano, es éste el que da sentido a la imagen y convierte una postal en una fotografía.
De los viajes de Chamizo nos quedamos con una frase, la que le dedicó el cabecilla de la tribu mentawai, en las islas volcánicas de Indonesia. Se tratan de cazadores recolectores que viven en chozas, en plena selva, en casas colectivas. Durante los últimos días de su estancia en esta zona, este chamán le preguntó qué hacían los blancos en aquel lugar, puesto que ellos llevaban viviendo así muchos miles de año y lo podían seguir haciendo muchos miles de años más, "y con rotundidad, levantó el dedo y dijo, vosotros no", y es que "no hace falta tener carrera ni ser un sibarita para saber que el mundo en qué vivimos no puede seguir así".
Chamizo prometió a su mujer dejar de hacer estas locuras y sentarse ante el ordenador para llegar a publicar un libro, pero sin lugar a dudas, aún no ha llegado este momento.