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Pilar Goñalons Pons: «El #metoo está ayudando a crear conciencia social»

Feminista y socióloga, la migjornera da clases en una universidad de élite en EEUU, Pennsylvania

Trabajo. Pilar Goñalons durante un congreso de trabajo en Austin, Texas, celebrado en 2018

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Lugar y año de nacimiento

— Es Migjorn Gran, 7 de agosto de 1984

Formación académica

— Doctora en Sociología por la Universidad de Wisconsin-Madison, especializada en género, desigualdad y temas laborales. Licenciada en Sociología en la UB y Máster por la Universidad de Deusto en Migraciones y Diversidad. Investigó durante dos años en la Goethe-Univesität de Frankfurt las consecuencias sociales del desempleo en el equipo del sociólogo Markus Gangl.

Ocupación actual

— Profesora en la University of Pennsylvania (EEUU), centro privado que forma parte de la Ivy League, las ocho universidades más prestigiosas de ese país.

Pilar Goñalons Pons es profesora en una de las ocho universidades más cotizadas de Estados Unidos. Desde hace más de dos años vive en la histórica Philadelphia, ciudad donde se firmó la Declaración de Independencia en 1776 y que ha visto inmortalizados algunos de sus paisajes en películas de Hollywood (la historia del boxeador «Rocky» o «Philadelphia», que abordó la homosexualidad y la enfermedad del sida en 1993). Esta migjornera en realidad no se había planteado estudiar en el extranjero, pero una beca de la Fundació La Caixa cambió su rumbo vital. Un largo proceso de selección que concluyó con éxito le permitió doctorarse en la University of Wisconsin-Madison.

Ahora imparte clases en Penn (University of Pennsylvania) y está inmersa en el periodo que en el sistema universitario estadounidense denominan tenure track, un camino de seis años en los que el profesorado logra promoción profesional y seguridad laboral. Y su intención desde luego es completarlo.

Está en una de las universidades privadas de renombre en EEUU ¿cómo lo ha logrado?

—En realidad llegué a Estados Unidos en 2008 a otra universidad, la de Wisconsin-Madison, en la que hice el doctorado. Estaba en mi último año de universidad en Barcelona cuando un par de profesores me animaron a solicitar una beca de La Caixa. Siempre había sido buena estudiante pero nunca en mi vida pensé en esa posibilidad. Mi familia me animó, me presenté y me la dieron. Es un proceso largo, aplicas dos años antes de ir a EEUU. Me dieron la opción de cinco universidades y elegí la de Wisconsin-Madison («está en un estado muy, muy frío», recuerda) porque era la primera en el ranking de estudios de Sociología.

Y allí se quedó hasta 2014.

—Sí, en enero de 2015 me doctoré y a partir de ahí hice un break y me fui dos años a Alemania.

¿Por qué regresó a Europa?

—En realidad dudaba entre quedarme en EEUU o volver. Entonces un profesor mío de Madison, el sociólogo alemán Markus Langl, me invitó a participar como post-doc en su equipo de investigación en la universidad Goethe. Eso me permitía contemplar cuál sería mi vida profesional si decidía quedarme en Europa y al mismo tiempo no abandonar la posibilidad de regresar a EEUU, porque él allí es una persona muy reconocida.

¿En qué se centró la investigación en Frankfurt?

—En las consecuencias del desempleo, tras la última gran recesión, en las transiciones familiares, las desigualdades de género, la educación de los hijos y las actitudes políticas de los ciudadanos. Por ejemplo, cómo el hecho de tener un padre desempleado reduce las posibilidades de que un joven empiece la educación superior, o cómo el paro afecta a la fertilidad, bien porque las mujeres retrasan la edad de tener hijos, tienen menos o no los tienen. Vivir esos años en Alemania fue curioso, encontré una migración significativa de profesionales españoles, como enfermeras o del sector financiero, que habían visto bloqueadas sus oportunidades en España con la crisis.

Y prefirió volver a EEUU.

—Hubiera sido complicado quedarme dentro del sistema universitario alemán, primero por el idioma obviamente, que debía perfeccionar, y luego porque su sistema es más rígido que el americano. Me hubiera costado alcanzar mi posición actual, en la que tengo autonomía. Lo que me gusta del ámbito universitario en EEUU es que es muy dinámico y creativo.

¿Qué temas aborda en sus clases en la universidad?

—Sociología de género, teoría feminista, familia y sexualidad, algo de estadística también. La sociología de género estudia dos cosas yo diría que fundamentales: una es la distribución de recursos económicos, de poder político y estatus social entre hombres y mujeres, pero también por categorías sexuales (heterosexual y homosexual por ejemplo); y en segundo lugar, más a un nivel cultural, busca entender qué es lo que asociamos con la masculinidad y la feminidad, cómo eso cambia a través del tiempo y las sociedades. También ver cómo todo eso afecta a las relaciones de género, tanto en lo personal como en lo macro, las estructuras políticas, legales y económicas.

En EEUU surgió en 2017 el movimiento #metoo para denunciar los abusos y agresiones sexuales ¿qué opina de esa reacción a gran escala?

—Lo veo como un momento social muy significativo, más allá de culpabilizar a ciertas personas que son abusadoras de gran calibre, está ayudando a crear una conciencia social para mirar las formas de abuso de forma distinta. A darnos más cuenta de que existen, de cómo funcionan, cómo se invisibilizan y aceptan, y ser más conscientes de todo ello, para cambiarlo. Hay que recordar que los delitos de agresión sexual son los que menos se denuncian, en EEUU hablamos de entre el 10 y el 30 por ciento.

¿Por qué todavía ese temor?

—Hay una capa cultural que hace que la mayoría de las veces que ocurren esas agresiones las víctimas se culpabilicen. «No debería haber aceptado la última copa»; es una dinámica que lleva a la invisibilización y a la no denuncia. Se minimiza la culpabilidad de la persona que comete esos actos, es brutal como apartamos el foco de ahí. Si hay un robo en una tienda no culparán a la víctima, el propietario, pero en este tipo de crímenes sexuales sí se hace.

¿Cree que se ha avanzado realmente en la igualdad?

—A mí, además del activismo social, me interesan los temas relacionados con los derechos laborales. Yo centro mucho mis investigaciones en la devaluación del trabajo femenino, creo que es un problema grave, tanto en el empleo pagado como en el no pagado. El hecho de que las mujeres que ‘en teoría' no han trabajado pero sí que lo han hecho, llevando la casa, los hijos..., tengan pensiones con las que viven en pobreza, representa la devaluación de ese trabajo femenino, su aporte social y económico, sistémicamente, ni se compensa económica ni socialmente. Y en cuanto al empleo pagado, muchos son trabajos de cuidados que también están mal pagados o están en economía sumergida.

¿Cómo puede cambiar esta situación?

—Es complejo. En los trabajos pagados a través de luchas sindicales, y en los no pagados, con políticas como la renta básica universal, que al menos permita una independencia económica. Es un tema en que habría que profundizar más, va ligado a los presupuestos públicos y la política social es cara; estamos en un momento en el que hay que replantearse prioridades. También hay que decir que EEUU en ese aspecto social está peor, ni siquiera hay permiso de maternidad pagado, si eres madre puedes ausentarte del trabajo 14 semanas pero recibes cero salario.

Este año acaba en España con más de 50 mujeres asesinadas por hombres, ¿por qué esta violencia y cómo frenarla?

—Hay estudios que muestran que en periodos de cambio en la relación de poder entre géneros puede haber periodos de mayor conflicto; éste sube porque precisamente se está cuestionando la relación de dominación-subordinación, puede ser que eso esté ocurriendo. Pero yo creo que se le da muchísima más visibilidad que diez años atrás, cuando simplemente no se contaba bien. Es difícil comparar, mi hipótesis es que esa violencia se ve más. Cambiarlo es complejo, hay que atacarlo desde muchos puntos de vista: la forma en que los medios informan, en la minimización del problema, en las conductas sociales precursoras de la violencia..., no hay que ser tolerantes ante formas de expresión sexista. A pie de calle hay que ser activo, pequeñas intervenciones para cambiar las cosas, si veo algo digo o hago algo, cuestionarlo.

¿Hay una mejor respuesta judicial ante los casos de violencia?

—Ha habido mucha formación, pero yo creo que todavía judicialmente hay mucha resistencia a entender la perspectiva de género. Además el ‘lobby' conservador lo denomina violencia intrafamiliar, ignorando todo el componente de género que existe.

Hablando de temas más agradables, ¿cómo es su vida en Philadelphia, le gusta la ciudad?

—Pennsylvania es un estado muy grande y rural. Sus ciudades importantes son Harrisburg, la capital; Pittsburgh, donde había mucha minería y ahora se realiza el fracking (una práctica polémica, la fractura hidráulica para extraer gas del subsuelo); y Philadelphia, que es muy histórica y está a dos horas al sur de Nueva York en coche. Fue la capital de Estados Unidos, y su casco histórico tiene bastante encanto, con edificios de época colonial y fachadas de ladrillo rojo, es muy bonito. Yo vivo en South Philly (Philly es el apodo coloquial de la ciudad), en uno de sus barrios; es una zona de casas adosadas que era italoamericana, también de ladrillo rojo. Allí, en el Italian Market, se rodaron algunas escenas de «Rocky». Puedo ir a la universidad en bicicleta, tardo 15 o 20 minutos.

¿Cuáles son sus planes más inmediatos?

—Me apetece quedarme los tres años para que me den el ‘tenure', esperemos (sonríe), pero a corto plazo, el año que viene estaré en Nueva York con una residencia. Recibí recientemente esta beca o premio, lo que hacen es liberarte de tus responsabilidades de profesor para que puedas ir a otro centro. Estaré en la Russell Sage Foundation, un instituto de investigación dedicado a las ciencias sociales y que tiene este programa para profesores visitantes, te pagan para formarte y no tienes que dar clases. Me iré allí a finales de 2020 y estaré hasta junio de 2021. Todo es muy a largo plazo, en esta profesión empiezas a investigar y no ves los frutos hasta dentro de tres años. A veces es frustrante, pero son gajes del oficio y te acostumbras.

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