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Menorquines con acento

Donat Meier: «El tiempo me enseñó que mi casa está aquí»

Donat llegó con tan solo doce años a la Isla, un lugar que, después de vivir en otros sitios, es donde le gustaría «hacerse viejo»

Vida menorquina. Este año se cumplen ya dos décadas desde que Donat se instaló en la Isla con su familia. | Gemma Andreu

La ficha

Nació...
—El 10 de diciembre de 1987, en Suiza.

Actualmente vive en...
— Ciutadella.

Llegó a Menorca...
— Este año se cumplen dos décadas desde que se mudó a la Isla con su familia.

Estudios
— Formación en Turismo.

Profesión
— Hostelería.

Su lugar favorito de la Isla es...
— La cala de Santandria, donde regenta el Hotel Bahía.

Menorca suele cruzarse en el camino de las personas por motivos como las vacaciones, el trabajo, el amor o la simple casualidad. Un destino que a Donat, dada su juventud, le vino impuesto por una decisión familiar: lo que en principio pareció no hacerle demasiada ilusión le condujo al lugar que ahora considera su casa.

¿Qué trajo a la familia Meier a Menorca?
— Mis padres vieron una oportunidad de negocio cuando se enteraron de que podían adquirir un hotel. Vinieron, se enamoraron de la cala donde estaba y tomaron la decisión de venirse con todo lo que teníamos a Ciutadella.

¿Y a usted qué le pareció?
— No me quedó otra que venir con ellos, tan solo tenía 12 años. En aquel momento me pareció algo quizás un poco brusco. Estamos hablando una etapa en la que comienzas a tener una vida con tus amigos, y claro, me arrancaron un poco de lo que tenía en Suiza.

Un lugar bien diferente a donde nació.
— No solo te cambian de lugar, sino que te llevan a vivir a otra cultura. Cuando llegué no hablaba ni una palabra de castellano, y menos aún catalán, y en el colegio todo era en menorquín. Me tuve que espabilar.

Sus padres se enamoran de la Isla, ¿y usted?
— De la llegada me acuerdo que vinimos en pleno invierno para que la conociera. Era por la tarde, y en el camino desde Maó solo veía vacas. Hay que tener en cuenta que venía de la capital de Suiza, de vivir en el centro de una ciudad grande. Nos mudamos a principios de verano, y ayudó el hecho de que no tuviera colegio; lo de los tres meses de vacaciones escolares me pareció genial.

Una vida realmente distinta a la de la ciudad.
— Totalmente. En Berna no podía salir solo más tarde las cinco, y aquí podía quedarme a jugar en la playa hasta las diez de la noche y no pasaba nada. Sin duda alguna en la Isla gozaba de una libertad mucho mayor y eso me encantó.

Pero aún así, supongo que los comienzos no serían fáciles.
— Al ser verano, como residíamos en Santandria, había muchos niños extranjeros con los que jugar, así que la vida no me resultó complicada al principio. Pero el día que comencé en el colegio ya todo fue un poco más brusco, de eso me acordaré siempre. Con 12 años me sentí un poco como un extraterrestre: todo el mundo se interesa por ti porque eres el nuevo, pero no entiendes nada de lo que te están diciendo. No me lo pusieron difícil, fue muy grato cómo me acogieron. Se puede decir que al cabo de un año ya dominaba bastante el castellano, que fue el idioma en el que me enfocaron para después avanzar en el menorquín. En resumen, fue una muy buena acogida.

Su vida en la Isla ha ido un poco por etapas, ¿cierto?
— Sí, la primera fue de los 12 a los 16. Estaba muy bien aquí y me había adaptado en el colegio, pero llegó el momento en que me planteé que buscaba algo más; quería volver a Suiza, donde estaban mis raíces. Me empeñé en que quería regresar y lo hice para convalidar los estudios de la ESO. Pero al poco de llegar ya quería volver a Menorca, tan solo estuve un año en Suiza. La primera salida de la Isla la afronté con ganas, pero también con muchas más ganas de volver.

Y volvió.
— Sí, pero me di cuenta que para ser algo más tenía que hacer algo más. Hice un grado medio en la Escuela de Turismo en Maó y cuando terminé decidí continuar los estudios en Mallorca. Allí, cuando acabé, tuve la suerte de incorporarme muy rápido al mundo laboral y comencé a trabajar para una gran compañía de hoteles de cinco estrellas. Una multinacional con la que viajé a otros destinos, Malta, Londres, Munich…

Pero siempre con Mallorca como base.
— Sí, durante cerca de siete años, hasta los 28. Después me llegó una oferta muy buena de trabajo en Suiza, en un hotel histórico, el Victoria Jungfrau, y no pude decir que no. Estuve dos años, una etapa que me sirvió para aprender definitivamente dónde estaba mi casa. A pesar de que allí tenía un trabajo que sería imposible en esta Isla, con el tiempo me di cuenta que mi hogar estaba aquí.

Algo ya intuía.
— Me di cuenta de que estaba más centrado en mi vida laboral; desde Mallorca me cambié de un buen trabajo a otro mucho mejor, y en Suiza estaba contento en lo profesional, pero ya no me sentía identificado. Lo que hice fue mirar por mi bien, no por mi futuro laboral, y regresé.

¿Y aquí cómo se gana la vida?
— En el sector del turismo. Uno de los motivos por los que decidí volver fue por que mi padre, que había adquirido el Hotel Bahía, llegó un momento en que planteó el relevo. Somos tres hermanos: el mayor siempre había vivido en Suiza y mi hermana pequeña no quería saber nada del mundo de la hostelería. Entonces, mi padre me dijo, «o lo coges tú o se pone en venta». La decisión fue rápida, en 24 horas ya había presentado mi renuncia en el otro trabajo.

Regresó por una buena causa, un negocio familiar y con mucha historia en Ciutadella.
—Exacto. Solo pensar que el negocio no fuera ya de nuestra familia fue una idea que no me gustó nada. El hotel está vinculado a todos los recuerdos que tengo de una etapa muy importante en mi vida. El sentido de casa va ligado también al hotel en el que he crecido, en Santandria.

Un hotel muy ligado a las actividades de naturaleza. ¿Su idea es continuar con ese modelo o innovar?
—El hotel es histórico y emblemático, este año cumplirá 65 años. La idea es seguir con ese concepto, al igual que con el restaurante, con el producto local y algún plato como seña de identidad suiza, pero principalmente cocina mediterránea. Siempre hay que innovar, el que no va con el tiempo se va con el tiempo, pero el modelo de base tiene que seguir ya que responde a lo que mucha gente busca.

¿Qué opina del modelo turístico menorquín?
— Me encanta. La Isla ha hecho muchas cosas bien, como mantener la originalidad y la naturaleza. Que no se haya comercializado demasiado hace que de cara al futuro sea más interesante. Hay proyectos que vería bien que se hicieran para tener un turismo de más calidad y durante todo el año, pero ahí juegan muchos otros factores, como tener aviones directos. Venir desde el extranjero en invierno es una odisea. Luego hay que tener una oferta complementaria, no solo vale con abrir un hotel. Quizás un campo de golf más estaría bien. La buena noticia es que se vayan a abrir las cuevas de Cala Blanca.

Por fin.
— Espero que sí. Creo que darán un gran impulso a la zona. En Mallorca va gente desde toda la isla a las cuevas del Drac; lo mismo pasará con las de Cala Blanca. Lo único que me preocupa es que no vale solo con abrirlas, hay que tener una infraestructura alrededor. Las cuevas van a ser bonitas sí o sí, pero el visitante no solo se va a quedar con esa imagen, sino también con el entorno.

¿Vienen suizos a Menorca?
— Cada vez más. Cuando llegamos nosotros, hace veinte años, la verdad es que venían muy pocos. Ahora tenemos vuelos directos en verano, y eso nos ha dado un gran empuje.

¿Qué es lo que más le gusta de la vida aquí?
— Muchas cosas, pero diría que la gente, me siento muy bien recibido. Me gusta mucho también la gastronomía del Mediterráneo; la naturaleza, el submarinismo… El tiempo, si lo comparamos con el frío de Suiza. También las personas que me han marcado durante mi juventud, que se han convertido en mis amistades. El vínculo más íntimo lo tengo aquí.

¿En qué porcentaje diría que se siente menorquín?
— Me siento casi más menorquín que suizo. Creo que he vivido un poco más de tiempo en Suiza, pero el más importante, el de formar mi persona, lo he pasado aquí.

Nos suelen vender Suiza como un país con gran calidad de vida.
— Los sueldos son mucho más altos, pero la vida también es mucho más cara. Aunque aquí tenemos una seguridad social que en Suiza no existe. La gente se queja bastante de la Seguridad Social porque ya lo ven como algo normal, pero si se sale de España, como no vayas a Cuba, creo que no encontrarás una salud para todos como ésta. Creo que se debería valorar más lo que tenemos.

¿Qué le ha aportado Menorca?
— Aquí he aprendido a vivir la vida, a disfrutarla, a apreciar lo que tienes. La gente de aquí me ha enseñado mucho los valores de que solo se vive una vez y que hay que hacerlo intensamente. Hay que preocuparse un poco menos por el mañana. De donde vengo, en mi cultura, uno tiene todo muy estructurado, te pasas la vida corriendo detrás de metas, y aquí aprendes a vivir sin esa presión social. Menorca me aporta sensaciones buenas y sanas. Mi proyecto laboral y personal ahora están aquí, me gustaría hacerme viejo en la Isla.

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