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El orgullo de un pueblo al que aún se cierran puertas

Gitanos de Menorca afirman percibir todavía situaciones discriminatorias, tanto en la vida cotidiana como en el acceso a un trabajo o a un piso

En el Ayuntamiento de Maó el lunes con motivo del Día de la Resistencia del Pueblo Gitano

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«Mis hijos tienen estudios, pero cuando presentan un curriculum a un trabajo, cuando ven su apellido están sentenciados». El apellido es Heredia y quien lo cuenta es Santa, madre gitana de Maó, con cinco hijos de los cuales asegura que «solo hemos ido a una comisaría para hacernos el DNI, ninguno ha tenido nunca ningún problema. No hay racismo en la Isla, hay antigitanismo». El prejuicio sobre el pueblo romaní sigue presente, y Menorca no es una excepción. Así se expuso en el acto celebrado en el Ayuntamiento de Maó el lunes con motivo del Día de la Resistencia del Pueblo Gitano, evento que dejó muy satisfechos a todos los participantes por ser novedoso y gratificante, un encuentro emotivo según tres de las participantes.

Ascensión Contreras explica que sí conoce casos de rechazo y percibe gestos, actitudes, «comentarios hacia tus hijos fuera del colegio, saludas y no te responden...». Y eso que, asegura, «yo me relaciono con todo el mundo, nos dedicamos a nuestra vida, a la casa, al trabajo, somos como cualquier persona». Por contra, Amalia Contreras, que lleva cincuenta años en la Isla, asevera que «nunca hemos sentido discriminación ni rechazo de ningún tipo». Es más, Amalia explica orgullosa que se relaciona naturalidad con familias no gitanas, «es una satisfacción».

El acto contó con la presencia de la Federación de Entidades de Gitanos y Gitanas de Balears, cuya directora, Jero Mayans, comenta que «en Menorca los gitanos están muy integrados» en relación, por ejemplo, a Mallorca, «pero siguen produciéndose conductas racistas». Señala que se dan, sobre todo, «en el colegio, en un autobús a la hora de elegir asiento, para un trabajo...». Mayans subraya que «el problema de la vivienda es muy importante, no les quieren alquilar». «Si busco una casa no me la alquilan», corrobora Heredia.

Mayans asegura que el gitano, ahora mismo, es el único colectivo discriminado solo por un factor étnico, «porque son de aquí desde hace muchas generaciones». De hecho, Santa Heredia refrenda, con simpatía, que ella es «endémica de la Isla, como la sargantana de la Illa de l'Aire». Se desconoce cuántos gitanos hay en Menorca y Balears. Ascensión comenta que se tienen bien localizados, «de hecho, casi todos somos familia, de la misma rama». En Menorca no se produce la concentración física que sí existe en Mallorca ni los bajísimos índices de escolarización que allí llegan a ser del 27 por ciento. «Son realidades muy diferentes», asegura Mayans.

El enemigo principal del pueblo romaní es el estigma, el prejuicio. «A veces los maestros tienen miedo de reprender a un niño gitano porque temen represalias de las familias, esto es algo falso y no ayuda a su educación», comenta Mayans. Santa Heredia lamenta que «solo se nos menciona cuando alguien roba, y no somos ladrones, ni peleantes. No entiendo por qué no nos aceptan, por qué este desprestigio. Al gitano bueno no se le conoce, solo al malo». Ascensión reprocha la actitud de los medios de comunicación «que en lo negativo destacan cuando alguien es de etnia gitana, me molesta esta etiqueta, yo soy tan española como cualquier otro. Siempre nos tiran encima la porquería».

El racismo, matizan, no es generalizado. Ascensión, Amalia y Santa se sienten bien acogidas por muchos menorquines, es más, aseguran tener buenos amigos no gitanos. Santa apunta un mayor rechazo entre la casa media-baja, sin estudios, «cuesta mucho eliminar los prejuicios. Nos toleran pero no soportan», cuando entre sus costumbres intergeneracionales está, explica Santa, el respeto, la ayuda a quien más lo necesita. La clave, apuntan, para vencer esta barrera es conocerlos bien, en persona, en la cercanía, como integrantes orgullosos de «un pueblo superviviente», fiel a sus tradiciones, con sus rasgos característicos (la piel «aceitunada» que comenta Santa y «nuestra lengua que hablamos un poquito» según Amalia), pero con las mismas inquietudes, anhelos y, ante todo, los mismos derechos que cualquier otro.

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