Cuando empezó a estudiar lo único que tenía claro es que quería dedicarse a la biología y que se formaría en Barcelona. Ahora mismo Tatiana Cajuso Pons (Maó, 1988) nos atiende desde Boston, donde realiza un postdoctorado y continúa investigando el cáncer de la mano de su mentora, Kathleen H. Burns, profesora de la Harvard Medical School. Licenciada en Biología, especializada en genética y doctora en Biomedicina por la Universidad de Helsinki, a donde se trasladó tras cursar la carrera en la UAB, Tatiana Cajuso dejó España a los 22 años y se dedica a la investigación; es una de las invitadas al Foro Illa del Rei, que se celebrará el día 17 y está dedicado a los talentos menorquines.
¿Cómo ha evolucionado su carrera desde que se doctoró en Helsinki?
—Ahora trabajo en Boston, en el Dana-Farber Cancer Institute, que pertenece a la facultad de Medicina de Harvard. Cuando me doctoré mi oponente fue la profesora Kathleen H. Burns, una líder internacional en el campo de los retrotransposones y su rol en humanos y cáncer. Para poder formar mi propio laboratorio, ser competitiva y optar a más financiación es importante hacer un postdoctorado en el extranjero, y tras ese contacto y esa discusión de la tesis, ella me ofreció trabajar en Estados Unidos. Me daba un sueldo y un puesto de trabajo y me dije «voy para allá».
¿En qué centra su trabajo ahora mismo?
—Kathleen es una experta reconocida internacionalmente en los retrotransposones o ‘genes saltarines', ha hecho grandes avances en este campo. Sigo intentando entender cuál es el rol de estos genes en el cáncer colorrectal, pero en Finlandia utilizaba la genética y secuenciaba tumores de pacientes. Aquí aprendo a usar técnicas nuevas para intentar entender ese rol de los genes a tiempo real, intentamos modelar el progreso de un cáncer de colon de un tumor benigno a maligno mediante técnicas de ingeniería celular.
¿Cómo se realiza esa investigación?
—Tenemos modelos, una línea celular y organoides (miniórganos), obtenidos de pacientes sanos que se realizan una colonoscopia y dan consentimiento. De ahí troceamos el tejido y sacamos células para crear los organoides, es como un minicolon y nos permite estudiar qué sucede cuando inducimos cambios clave que sabemos que se dan en el cáncer colorrectal.
¿Qué ventajas reportará su estudio?
—Parte de mi trabajo aquí es utilizar los genes saltarines para ver si podemos detectar el cáncer antes, la idea es que se pueda llegar a detectar un tumor con un análisis de sangre lo antes posible, este es un punto nuevo de mi trabajo, ver qué podemos hacer en los primeros estadios del proceso tumoral, saber qué componentes hacen un tumor más maligno y qué herramientas utilizar para detectarlo y erradicarlo en ese momento, antes de que sea un cáncer avanzado.
¿Están cerca de su objetivo, la detección con una analítica?
—Hay mucha gente trabajando en ello, estamos bastante cerca pero hay que tomarlo con cautela, tarda tiempo, hay que tener muchas cosas en cuenta antes de poder utilizarlo y tener el cien por cien de confianza.
¿Está en el epicentro de la investigación?
—Boston es la capital de la biomedicina, está la Universidad de Harvard, los hospitales relacionados, el MIT, hay mucha historia e instituciones que investigan, eso ha llevado a empresas privadas, startups, a desarrollar técnicas de diagnóstico entre otras cosas. Hay muchísimo bullicio en la investigación biomédica, no solo la del cáncer.
¿Cuándo se fue a estudiar, pensó que llegaría a EEUU como investigadora?
—Sabía que quería estudiar biología y que iría a Barcelona, lo demás fue paso a paso. Ahora mirando atrás es fácil conectar los puntos pero en ese momento no lo era. Durante la carrera me gustaban las prácticas en unos laboratorios de diagnóstico clínico, me interesaba la genética y hablando con mi profesora surgió la idea de lo importante que era salir al extranjero, aunque inicialmente era pasar cinco meses en Finlandia y regresar.
Pero se quedó y concluyó allí su doctorado ¿por qué?
—Porque estando allí ví las opciones, era fácil, tenía la financiación para hacer el doctorado, el contrato y las ventajas de tener un sueldo, la opción era quedarme allí o volver a España sin saber en qué condiciones podría hacer el doctorado, sabía que estudiantes de mi época ni siquiera tenía financiación y trabajaban gratis, o con sueldos de mil euros parte del año y otra parte, en el paro. Vivir así en Barcelona era complicado. En Finlandia estaba encantada, podía cobrar y cotizar mientras me doctoraba.
En las circunstancias que describe ¿se plantea el regreso?
—Es difícil volver, la pregunta es en qué condiciones, porque aunque España lleva una trayectoria de invertir en ciencia, se invierte poco, las opciones se reducen. Tú quieres volver a tu país, donde están tu familia y amigos, pero se me hace mucho más fácil, a la hora de volver, hacerlo a Finlandia que no a España. Allí hay más opciones para una investigadora joven, me gustaría independizarme, empezar mi propio laboratorio y sé que la financiación en España es más limitada. Mi idea es regresar el verano próximo a Finlandia y seguir con el postdoctorado en remoto.
¿Qué es lo que falla en España, cómo evitar la fuga de talento?
—En el campo de la investigación interesa que la gente salga y se forme, la cuestión es cómo atraemos ese talento de vuelta y también cómo atraer el talento de otros sitios, esto enriquece la ciencia. Creo que tiene que haber un enfoque claro y consistente, que no vaya cambiando, un compromiso para que la financiación sea estable y que aumente cada año. España tiene mérito y reconocimiento, pero hay que impulsar más el talento. Nuestro país invierte en nuestra educación y muchos nos vamos, algunos no vuelven, y los frutos económicos y éticos de la investigación se quedan fuera.
¿El trabajo en remoto permitiría volver a Menorca?
—La verdad es que sí, la pandemia ayudó a que mucha gente se diera cuenta de que se puede hacerse. En mi caso como trabajo en laboratorio, haciendo experimentos, es más complicado, pero el día de mañana podría permitirme hacer temporadas largas.