Visibilizar el racismo como problema de salud pública y analizar su impacto en este ámbito son dos de los diversos objetivos del curso de la Escola de Salut Pública de Menorca en el que participa Melinda Pajunen, de la Fundación para la Innovación, Investigación, Formación y el Desarrollo Comunitario. Es el segundo año en el que este curso tiene cabida en el encuentro sanitario del Llatzeret.
Su curso aborda el racismo en la salud pública, ¿por qué es necesario tratar el racismo?
—Porque tiene consecuencias reales en la salud de las personas racializadas en el mundo, pero también en España. Consecuencias directas e indirectas, muchas poblaciones migrantes tiene limitado el acceso a la salud pese a que la consideremos universal. Existen trabajos institucionales y sociales que imposibilitan este acceso y es una urgencia ampliar esta conversación y llegar a acciones que pongan remedio a esta situación.
El curso «Racismo y Salud Pública» repite con una segunda edición que también se ha completado. ¿Una buena señal de que sí preocupa e interesa abrir estas conversaciones?
—Desde hace un tiempo observamos que hay un interés creciente. En el caso de la Escola de Salut Pública de Menorca, la acogida de las personas inscritas ha sido extraordinaria. Hay ganas de aprender nuevos marcos conceptuales y trabajar en ellos.
¿Por qué sigue siendo un tema tan poco abordado a estas alturas del siglo XXI?
—No sabría dar una única respuesta. En lo que se refiere al caso de España existe muy poca investigación que se centre en la raza en comparación con otros países como Estados Unidos o Reino Unido. Aquí estamos unos 20 años por detrás de ellos por cuestiones ideológicas, por cómo concebimos la raza… o tal vez, tenemos muy interiorizado el concepto de multiculturalidad y con eso nos basta.
¿Qué hace falta para avanzar y recuperar esos 20 años de retraso?
—De entrada, deberíamos perder el miedo a la palabra raza, al concepto y a todo lo que supone porque en España podemos hablar de todo, y hacer malabares, antes de reconocer que la raza es una construcción que tiene un impacto material real en las personas racializadas. Necesitamos generar una conversación y no pasarlo por el filtro de lo económico, que es el filtro al que estamos acostumbrados.
¿Hay que cambiar el cristal con el que vemos las cosas?
—La construcción de clase la tenemos todos muy clara, y la del género. Pero la raza todavía nos cuesta porque sitúa a las personas que tienen privilegios en una confrontación.
¿En qué sentido?
—En el sentido de que tal vez eso que toda mi vida he ignorado y he pasado por el filtro de la clase, no sea así y me sitúe no en el papel de víctima por cuestión de clase, sino en el papel de victimario en cuestión de raza.
¿El racismo es un problema de salud pública?
—Absolutamente. Con la pandemia se han visto muchas cosas, pero una de ellas ha sido el hecho de que todas las personas estamos conectadas, aunque haya gente que se empeñe en que no sea así. Tenemos que ver qué medidas y prácticas se pueden facilitar para que la salud pública sea universal y real para todo el mundo.
En el curso se habla y cuestiona el concepto eurocéntrico de la salud…
—Sí, debemos cuestionarlo y dejar de ponerlo siempre en el centro de todo para poner otros conceptos en él. Debemos abandonar las claves universalistas que forman parte del concepto europeo de que todo puede definirse para todos, personas y territorios, y las condiciones y circunstancias está demostrado no son equiparables y, por tanto, no pueden aplicarse en todas partes igual. Hablamos de empoderamiento de los otros, pero tal vez hay que elaborar acciones de desapoderamiento de la blanquitud.