Alfredo Pastor (La Seu d'Urgell, 1944) ofrecerá un ciclo de conferencias en el Ateneu de Maó, que empezará este martes, en las cuales dará algunas claves para entender la actualidad económica. Pastor es doctor en Ciencias Económicas por la Universitat Autònoma de Barcelona y en Economía por el Massachusetts Institute of Technology. A lo largo de su trayectoria profesional, ha ocupado cargos como el de secretario de Estado de Economía, director de planificación y director general del Instituto Nacional de Industria, presidente de Enher, consejero del Banco de España y economista del Banco Mundial, entre otros. Es autor de diversos libros de divulgación y catedrático de Teoría Económica desde 1976.
Ofrecerá un ciclo de conferencias en el Ateneu de Maó. ¿Nos falta formación económica a los ciudadanos?
—Más que formación económica, que es una cosa técnica, nos falta la idea de que nosotros somos los participantes de la economía. La economía no es una cosa separada de nosotros como lo es el mundo físico. La economía somos nosotros.
La primera conferencia que ofrecerá se titula «La economía: una ciencia inexacta». ¿Por qué es inexacta?
—Porque el sujeto de la economía es el hombre, que es un animal muy complicado, y normalmente la economía se centra solo en un aspecto de la conducta humana, que es el que se refiere a la consecución de la riqueza y los bienes materiales, y las personas hacemos otras cosas a parte de esto. Por eso las predicciones económicas son muy poco precisas.
Usted defiende que la economía tiene que estar al servicio de los ciudadanos y perseguir el bien común.
—Sí, la consecución de los bienes materiales tiene que estar al servicio de cosas superiores, porque el bienestar no es sinónimo de riqueza. Uno puede ser rico e infeliz, y al revés.
¿La globalización de las últimas décadas ha reducido las desigualdades o las ha aumentado?
—En algunos casos la globalización ha permitido disminuir la desigualdad, como en China, pero en países como el nuestro la ha aumentado, porque ha hecho desaparecer muchas cosas. Menorca, por ejemplo, ha sufrido con la globalización, porque muchas actividades que se realizaban en la Isla se han ido a otros sitios, donde había mano de obra más barata.
¿Se podría haber regulado de otra manera?
—Son tendencias tan fuertes que son difícilmente regulables, pero seguramente en los próximos años la globalización se limitará. Primero porque los costes de transporte necesariamente subirán y después porque la situación política en el mundo no la favorece.
Otro concepto económico de actualidad es la inflación. ¿Por qué los bancos centrales suben los tipos de interés para contenerla?
—La inflación se produce cuando la demanda de un bien es superior a la oferta. Entonces, el precio de aquel bien sube, y una manera de frenar esto es parar la demanda de inversión de las empresas. Si el tipo de interés sube, la demanda de la inversión baja, y hace que la economía se enfríe y los precios dejen de subir. Lo que pasa es que si la economía se enfría y baja la inversión, también bajan los salarios y la ocupación y aumenta el paro. Además, si sube el tipo de interés de las hipotecas, la gente compra menos viviendas y esto también contribuye a enfriar la economía. En estos momentos, la subida de los tipos de interés es un mecanismo muy indirecto para hacer bajar la inflación, pero es el mecanismo que tienen los bancos centrales.
¿Qué otra solución habría?
—Hacerlo de otra manera sería difícil, porque para frenar el consumo le tendrías que decir a la gente que está prohibido gastar más de unos determinados euros al día, y esto en un país como el nuestro es una cosa imposible.
Otra de las conferencias del Ateneu lleva el título de «Robots, ordenadores y termómetros, los nuevos jinetes del apocalipsis». ¿Tan mal pinta el futuro?
—Nos enfrentamos a tres cosas que son concebidas como amenazas: las máquinas, que sustituirán a las personas en el trabajo, el cambio climático, que nos obliga a una transformación muy profunda de nuestra economía, y la inteligencia artificial, que también puede ser un peligro.
¿Cómo afectará el cambio climático a la economía?
—Si no paramos el aumento de las temperaturas y se cumplen las predicciones, habrá partes de la Tierra donde ya no se podrá vivir. Por ello, la lucha contra el cambio climático implica prescindir en lo posible de los combustibles fósiles y esto afecta a toda nuestra economía.
El capitalismo se basa en el crecimiento perpetuo, pero se aplica en un mundo de recursos finitos. ¿Esto no es una utopía?
—Sí que lo es, lo que pasa es que los recursos no se acabarán mañana y muchos tienen una visión a muy corto plazo.
¿El decrecimiento es posible?
—Más que hablar de decrecimiento, tendríamos que hablar de un crecimiento diferente. Lo que no estaría mal es que los países que hoy son más pobres pudieran crecer más para igualar su nivel material al nuestro. A ellos no les podemos decir que dejen de crecer, pero nosotros sí que nos podríamos organizar de otra manera ahora que ya hemos adquirido un nivel de prosperidad más que razonable. Lo que pasa es que la palabra decrecimiento tiene una connotación muy negativa, pero yo creo que tendríamos que dar una importancia menor al crecimiento. Por ejemplo, podríamos crecer menos y repartirlo mejor para que no hubiera tanta gente en el umbral de la pobreza. En nuestro nivel de renta, esto sería más importante que crecer más.
Ahora se habla de reducir la jornada laboral hasta las 37,5 horas. ¿Cómo lo ve?
—Sería posible, porque de las 40 horas semanales, los trabajadores pierden más de dos horas y media, que son improductivas. Tendríamos que intentar que los frutos del progreso económico no sirvan para tener más bienes, sino más ocio.
En el Ateneu también hablará sobre la economía española.
—España es un país que económicamente va bien, pero hay algunas cosas que se tendrían que arreglar. Tener un nivel de productividad más alto que el que tenemos, nos permitiría tener unos salarios más elevados, y en esto el Gobierno no puede hacer gran cosa. Se podría reformar la administración, que es muy poco eficiente, pero las empresas tienen que crear trabajos más productivos y que la productividad se refleje en los sueldos. Esto lo tiene que hacer toda la sociedad.
El crecimiento de la economía balear en las últimas décadas no ha ido acompañado del incremento del bienestar de los ciudadanos, y las Islas han descendido en el ranking de renta per capita. ¿Cuál es el problema?
—El problema es que la industria del turismo y la hostelería son sectores que crean poco valor añadido. Las Islas tendrían que procurar crear puestos de trabajo de más calidad y limitar el crecimiento del turismo, porque es un sector que tiene una capacidad limitada.