Sedaví es una de las localidades donde la DANA impactó con mayor virulencia, dejando numerosas víctimas mortales, anegando calles y destrozando infraestructuras. Testigo de ello está siendo Juli Mascaró Bosch, un arquitecto ciutadellenc residente en Puçol, que colabora en la evaluación de daños en viviendas e instalaciones sedavienses. Es una «situación extrema», con demasiadas vidas perdidas y de la que «costará mucho tiempo y dinero recuperarse».
El menorquín no dudó en apuntarse a la lista confeccionada por el Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana, donde más de tres cientos profesionales se unieron para ayudar en las valoraciones de daños en edificios e infraestructuras. Él lo hizo para colaborar con el área de Servicios Sociales de Sedaví, donde trabaja su exmujer y madre de sus hijos. Un departamento que ha quedado saturado e, incluso, «han perdido algún usuario».
Juli define la situación como «emocionalmente muy dura, no se pueden recuperar las vidas de las personas», mientras que lo material será cuestión de dinero. «La afectación ha sido muy general, ha afectado a todo el pueblo, en las zonas más afortunadas el agua alcanzó medio metro, en las que menos, fueron dos metros», lo cual «lo dejó todo inservible y se puede tirar, aunque algunos intentan recuperar muebles y objetos».
En su caso, su contribución se prolonga desde el sábado, yendo hasta Sedaví «andando más de una hora y media, cuesta mucho desplazarse, hay carreteras cortadas, coches bloqueando calles», y además, «llevándolo todo encima, agua, comida, porque allí no se puede comprar nada». Todo, en un contexto de «organización desbordada», con tantos profesionales queriendo ayudar, que es difícil planificarlo.
Daños y desolación
La prioridad son «las inspecciones en edificios con peligro de derrumbe y que hay que apuntalar», indica el arquitecto, quien añade que, «a nivel de estructura, no han sufrido demasiado, hay otras zonas donde ha sido peor». Quizá «hay una docena de casas» que presentan daños severos, pero en la mayoría de casos son afectaciones «en instalaciones eléctricas, contadores sumergidos, tabiques o suelos destrozados». Y es que, explica Juli Mascaró, «por debajo de Sedaví transcurren acequias de antiguos cultivos, que han roto hacia arriba», arrasando las plantas bajas de los inmuebles y «rompiendo tuberías, el agua entraba a las casas por la red de saneamiento».
Por otro lado, los destrozos en las fachadas de los pisos no han sido excesivos, a pesar de que «muchos coches golpearon» empujados por las corrientes. «Ha sido un desastre, la gente está muy afectada, muy cabreada, triste, en shock, lloran cuando inspeccionamos sus casas», admite este vecino de Puçol, que aprecia que, a día de hoy, «todavía nadie se ha atrevido a hacer una estimación de daños».
Un rayo de luz y reflexión
Dentro de la catástrofe, Juli destaca «la gran disponibilidad de la gente por ayudar» y reconoce que «me ha sorprendido mucho la gente joven, dispuesta a embarrarse cada día». Por eso, «dentro de lo malo, es la luz, ha surgido una solidaridad que es bonito ver».
El ciutadellenc cree que, una vez pase lo peor será el momento del «luto, ahora la gente está demasiado ocupada, saldrá todo luego». Y lanza una reflexión sobre urbanismo. «Habrá que replantear la arquitectura, antes se construía porque estos episodios ocurrían cada 500 años, pero con las perspectivas climáticas actuales, hay que revisarlo, construimos islas impermeables en los núcleos urbanos donde el agua no cala» y se producen estos desastres.