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Com més mar, més vela

De museos con la power balance

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Estaba yo en Palma inmersa en plena desintoxicación laboral, en ésas estaba, cuando el mundo se puso del revés. Calle Catalunya en dirección a la "Horrach Moyá". Una buena galería –sin duda–, rompedora, sin complejos y siempre a la última. Camino por la obra de Susy Gómez, experimental y evolutiva, todo un lujo del que me gustaría disponer en Menorca, pues aguardo a que algún día se quiebre la barrera expositiva por vivir en una isla de islas.
Mañana completita de artes varios y prosigo por Jaime III. ¿Mi meta? llegar al Museu de Mallorca antes de que eche el cierre. Así las cosas, iba mirando mi pulsera "Power Balance", nueva y reluciente, brillando en mi muñeca y regalada la víspera anterior por una más que amiga que me había jurado y perjurado que me iba a cambiar la vida. Pues en ésas iba, toqueteando el brazalete de silicona que según decían ofrecería a mi cuerpo el mismo estado de armonía y equilibrio que tuvo antes de la contaminación por sustancias químicas, comidas rápidas, la falta de ejercicio y el estrés. Casi nada y casi todo, porque el efecto en mí de este talismán moderno fue, para entendernos, simplemente rocambolesco….
Ilusa por consumir su fondo arqueológico, cuatro o cinco funcionarios de cháchara en la taquilla del Museu de Mallorca me paran los pies para indicarme que el centro está de reforma y, por tanto, clausurado al público. Aun así, me dejan echar un vistazo a una tienda habilitada en nada más y nada menos que en una estantería Ikea, modelo estrongën lack (de esas de 60 euros que todos hemos comprado), donde yacían tirados dudosos libros culturales repletos de polvo obrero.
Huyo de allí, rauda y veloz, hacia uno de mis museos predilectos. Por respeto al pintor, guardaré el centro en el anonimato de este artículo por lo que allí hallé. Aparte de incuestionable talento, tres barreños de plástico azules también vivían en el edificio. Dichosas goteras, pensé, y comprometidos impulsores privados de arte que sobreviven como medianamente pueden, pues las partidas, como ya sabemos, siempre navegan por otros derroteros.
Exhausta por el fracaso de mi itinerario, ya sólo me quedaba Barceló. Los panes y los peces no podían fallarme, o sí... Allí, a las puertas de La Seu dos parejas de jubilados valencians exigieron de mis explicaciones acerca del porqué del cierre, simplemente por el mero hecho de ser aborigen.
A todo esto, la pulsera, de sonrisa floja, me dijo: "tu tranqui, que yo esto lo arreglo…" A aquella desastrosa mañana cultural le siguieron minutos, horas y poco más de un mes durante el que he cuestionado el poder de la "Balance". Hasta hace tres días ha sido mi compañera fiel, la moda en mi brazo, mi tesoro, como diría el Gollum de El Señor de los Anillos. Y digo "hasta" porque fue entonces cuando me paró la policía e intentó inmovilizar mi coche argumentando que en la base de datos de Tráfico mi vehículo disponía del seguro caducado desde 2006.
Más por mal que no por bien, salpiqué al agente de la autoridad con todo mi extra de energía del brazalete en boga. Una tormenta de palabrería del estilo "yo soy una ciudadana honrada, usted qué se ha creído…" que concluyó felizmente una vez deshecho el entuerto burocrático. Poco sabía aquel joven guardia de mis sonados refuerzos de muñeca, una pulsera que por el bien de todos los residentes que moran esta isla ya descansa en el fondo de mi cubo de la basura.
In memoriam.

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