Se recupera muy lentamente del atropello que a punto estuvo de costarle la vida en la madrugada del pasado 23 de agosto, en la plaza de Ses Palmeres de Ciutadella. La mujer, española de 34 años de edad, permanece desde entonces en el Hospital Mateu Orfila con seis costillas rotas y una considerable quemadura en la espalda resultado del paso de la rueda del taxi de su pareja sobre su cuerpo. Espera ser dada de alta a principios de la próxima semana aunque el tono de voz delata el dolor que dificulta su habla para la conversación.
Mantenía una relación complicada con J.P.R., de 39 años, natural de Ciutadella, con quien se había ido a vivir desde hace aproximadamente un año tras iniciar el romance. Idas y venidas del domicilio del hombre, en Cala Blanca, tras sucesivas discusiones y episodios violentos, sustanciados en varias denuncias habían sido una constante en los últimos meses. Admite la mujer que «él me ofrecía droga y yo le dejaba que viniera aunque la casa está a su nombre». Hacía solo tres semanas el presunto agresor, que permanece en prisión desde el día siguiente del suceso, había sido detenido de nuevo, acusado de haberla agredido violentamente en la cara.
La víctima relata el último capítulo de esta triste historia ocurrido el día 23: «Volví a confiar en él y habíamos quedado para hablar al salir del trabajo; sobre las 5 de la madrugada fui a buscarlo». Acudió a la parada de la Plaza des Born, pero no estaba allí y otros taxistas le indicaron que lo encontraría en Ses Palmeres. «Llegué y entré en el taxi, una furgoneta porque es para discapacitados», precisa, y como suele ser habitual «empezamos a discutir porque él quería que le dejara mi móvil ya que el suyo se había roto, pero discutimos por todo, por nuestra relación, por las peleas, por cualquier cosa».
Esa discusión motivó que el hombre, J.P.R., natural de Ciutadella, echara del coche a la mujer de malas maneras. «Me sacó del taxi, me tiró al suelo y luego dio marcha atrás y me pasó por encima con la rueda», relata.
La mujer no duda de la intencionalidad de la acción, porque él sabía que estaba allí y «cuando sintió que la rueda no pasaba, en lugar de pararse y comprobar el motivo, siguió y la rueda pasó sobre mi espalda, me la quemó y me rompió las costillas». Añade que «sé que estoy viva de milagro». Algo confusa recuerda que a continuación «me sacó de debajo del coche, me tiró el bolso tras haber puesto su tarjeta en mi móvil, me miró a los ojos, cogió el taxi y se fue cuando ya otras personas venían a ayudarme». No duda que «pretendió hacer ver que no había sido él, pero esto no se le hace ni a un perro, aún no puedo asimilarlo».
Concluye que «confío en la justicia pero si esta vez no me ayuda seré yo la que me vaya de la Isla, nunca jamás le perdonaré».