A aquel modelo de Estado Mayor francés que inspiró a Blake, le siguió setenta años después un modelo alemán, consecuencia de la reunificación de estados a mediados del siglo XIX.
Presididos por SAR el Príncipe Felipe culminan hoy 10 de Junio, los múltiples actos conmemorativos del bicentenario de la creación del Cuerpo, luego Servicio de Estado Mayor. Anoche en la Iglesia de San Salvador de Valladolid, se rindió un emotivo homenaje a su creador, el General Blake fallecido en la capital castellana en 1827.
Para muchos lectores puede que la conmemoración no sea importante. Pero para las Fuerzas Armadas y en concreto para el Ejército es más que significativa, no sólo por las circunstancias históricas que rodearon a la decisión de crearlo, sino porque su recorrido histórico es una muestra viva de lo que ha sido el de nuestra Patria como nación. Nació en circunstancias dramáticas; luego, disuelto tras el regreso de Fernando VII que quiso borrar toda la ingente legislación liberal promulgada en Cádiz –Constitución de 1812 incluida–; fue reorganizado tras las fratricidas Guerras Carlistas, disuelto por elitista posteriormente, vuelto a organizar, hasta hoy, que constituye un esencial apoyo a la decisión de los mandos y a la organización operativa y logística de las fuerzas.
El Consejo de Regencia lo aprobaba un 9 de junio de 1810 en un Cádiz, sitiado por las tropas de la Grand Armée, que resistía gracias a la fortaleza de sus defensas y de sus defensores y al dominio del mar del Estrecho que ejercía la escuadra de nuestro eventual y recién aliado Inglaterra. La Familia Real estaba en el exilio y la Península prácticamente ocupada. Aislados destellos como el de Bailén, habían quedado eclipsados por la superioridad de los regimientos de Napoleón.
El general Ricardo Blake, un malagueño de ascendencia irlandesa, a sus 51 años había presentado dos semanas antes unas «Apuntaciones para la creación de un Cuerpo de Estado Mayor» que fueron las aprobadas por el Consejo. Blake había aprendido de sus fracasos y tenía claro que si quería vencer a las tropas del Emperador, debía crear un instrumento adecuado y a su medida. No podían actuar los ejércitos de cada Junta sin coordinación; no podían perderse los esfuerzos con nuestros aliados portugueses e ingleses; no se podía acudir a un campo de batalla, cada día más amplio por el empleo de la maniobra y por el alcance progresivo de la Artillería, sin una buena cartografía. No bastaba siquiera el «coup d´oeill» de un genio como Napoleón para abarcar el campo de batalla. Era necesario un órgano para la «conducción de operaciones» que apoyase con lealtad y disciplina intelectual las complejas funciones del General en Jefe. Con una plantilla inicial de 62 ayudantes había nacido el Cuerpo de Estado Mayor que ya incluía en su organización dos secciones que con el tiempo, se convertirían en el Depósito de la Guerra, más tarde Servicio Geográfico, y en el Servicio Histórico, dos ramas que han dado unos frutos impagables. A los oficiales de Estado Mayor se les exigían conocimientos muy amplios que abarcaban desde la trigonometría esférica, esencial para los levantamientos topográficos, los manuales de táctica, el nivel de idiomas, el conocimiento de la Historia Militar o la valoración de las capacidades de destrucción de pólvoras y explosivos. Con los lógicos matices el nivel de exigencia sigue igual.
A aquel modelo de Estado Mayor francés que inspiró a Blake, le siguió setenta años después un modelo alemán, consecuencia de la reunificación de estados a mediados del siglo XIX, que obligó a crear un Estado Mayor General que integrase y dirigiese con responsabilidad las operaciones de los ejércitos incorporados e integrados sucesivamente.
La Segunda Guerra Mundial marcará un nuevo modelo, que es el que se sigue hoy con lógicas adaptaciones: el norteamericano o aliado. No se apoya en la genialidad de un jefe como Napoleón, ni en una aristocracia responsable como en el caso alemán. Nace un «staff» a imagen y semejanza de las grandes empresas, buscando la eficacia, la economía de medios, la especialización. Desarrolla los mandos conjuntos y combinados –aspecto que Alemania no contempló en la guerra–. Por último, da importancia a la logística e introduce la multinacionalidad aún a costa de dar menos importancia a la excelencia intelectual.
Pero, la conmemoración nos obliga a reflexionar sobre el presente y sobre el futuro.
Desde 1999 la formación de nuestros diplomados es conjunta –Tierra, Armada, Aire y Guardia Civil– con marcado carácter de especialización. Considerado como el «doctorado» de la profesión, su rendimiento en distintos Cuarteles Generales nacionales e internacionales es más que satisfactorio.
Pero ¿hacia dónde vamos? ¿Cómo adecuamos su formación en un mundo complejo que obliga a revisar permanentemente los parámetros que llevan al ser humano a la guerra? ¿Cómo actuar ante la opinión pública cuando las noticias corren más que la pólvora?
Aparte de su preparación técnica, el oficial de Estado Mayor, como su mando, debe ser líder, políglota, psicólogo, comunicador, dar buena imagen. ¡No lo tiene fácil!
¿Qué le aconsejaría Blake? «Haz de tu esfuerzo, del sacrificio, de la excelencia, del valor, de tu lealtad –la virtud más difícil de observar hoy en dia–, de tu disponibilidad, de la cercanía a las tropas, tu modo de vida. Apóyate en los valores que cimientan tu vocación y serás capaz de todo».
¡Reflexionar sobre ello, sería el mejor homenaje que podríamos dedicarle hoy a Ricardo Blake!
Artículo publicado en "La Razón"