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Blog: Entre dos islas

Carlos III

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Como expresión de júbilo por la recuperación de Menorca del poder de los ingleses... S.M el Rey Carlos III queriendo dar al Ejército de España y de sus Indias una muestra de su real aprecio, ordenó a los Virreyes, Capitanes Generales, Gobernadores y Comandantes Militares reuniesen a las guarniciones y presidios y notificasen su regia felicitación...»

Carlos III (1759-1788) había heredado una España mutilada –Gibraltar y Menorca– por la Guerra de Sucesión. En la paz que siguió a la Guerra de los Siete Años (1756-1763), priorizó la recuperación de La Habana y Manila sobre aquellas plazas. La deuda seguía pendiente, cuanto bloqueó por dos veces Gibraltar. Fracasados los intentos, prosperó la idea de conquistar Menorca. El alejado esfuerzo naval inglés ante el levantamiento independentista de sus colonias norteamericanas fue aprovechado como «baza estratégica». Menorca se conquistó a base de bloqueo naval, tren de sitio, artillería, zapadores e infantería, es decir, mediante sacrificio y esfuerzo de guerra. Se inició un 6 de enero de 1782. Tres descargas de fusilería anunciaban el comienzo del asalto al Castillo de San Felipe en el puerto de Mahón, donde se defendía el grueso de las tropas inglesas, que un mes después firmaban su rendición. Si hoy levantase la cabeza el buen Rey Ilustrado, se alegraría de ver a tanto uniformado en su Palacio de Oriente, en un acto presidido por un descendiente suyo, sexto de una compleja línea sucesoria, sostenida a veces por regencias, quebrada por dos repúblicas y una dictadura. Sentiría que el Rey Juan Carlos ha sabido hacerse «querer y respetar» –precisamente por este orden, como marcan las Ordenanzas– por sus tropas. Que también es afable, cercano, puntual, quizás menos frugal en las comidas, pero que conserva intacto un sentido profundo de su responsabilidad como Monarca. Se consolaría comparando sus dificultades económicas con las actuales. No en balde Esquilache fue Ministro de Hacienda y de la Guerra. Dos tercios del presupuesto se dedicaban a Ejército y Armada, lo que le obligó a realizar la primera emisión de títulos de deuda pública, llamados vales reales. Hoy, comprobaría que se dedica a Defensa un 1% de lo que llamaría Renta Nacional, pero arrastrando un endeudamiento en programas militares (40.000 millones de euros) que representa cuatro veces el presupuesto anual total del Ministerio. Estaría contento viendo las gradas de sus arsenales de Ferrol y Cartagena trabajando a buen rendimiento. Deberíamos explicarle los programas europeos del Eurofighter y del A-400 para que comprendiese la sangría que representan, teóricamente compensada por los beneficios de la cooperación industrial y de la integración europea. ¿Desde cuándo no estamos en guerra con Inglaterra?, preguntaría, ¿y Gibraltar? No acabaría de comprender que para 325 plazas de tropa y marinería para 2011, se presenten 15.000 aspirantes, con lo que le costó movilizar quintas y levas e incluso vaciar cárceles para completar sus unidades y guarniciones. Preguntaría por sus Ordenanzas de 1768. Le explicaríamos que se mantuvieron prácticamente intactas, hasta hace pocos años. Luego, con un «buenismo» a la moda se desposeyeron de términos guerreros y se deslegalizaron, pasando de Ley de Cortes a Real Decreto de Gobierno. Esta filosofía se ha aplicado a otras leyes. Hoy no hay «motines de Esquilache», pero mas de veinte mil recursos han sido cursados contra una Ley de la Carrera Militar, por Jefes y Oficiales de los Ejércitos y de la Armada a instancias judiciales. Se alegraría de saber que mas de tres mil soldados sirven fuera de nuestras fronteras con buena moral y mejor eficacia, porque mantienen firme el sentido vocacional de la profesión de las armas. Localizaría bien al Líbano, pero habría que explicarle dónde está la tierra afgana. Estas tropas están hoy muy bien consideradas por la sociedad a la que sirven, aunque sufren frecuentes desengaños, normalmente en períodos de promesas y pactos electorales. Aquella costosa y magnífica obra que terminó Juan Martín Zermeño en 1779 en Montjuïc para proteger Barcelona, se «fundió» en un mitin del Palacio de Sant Jordi hace siete años. Poco faltó para que pasase lo mismo con el Alcázar de Toledo, hoy recuperado Señor, como Museo del Ejército, no sin concesiones y esfuerzos. Comprobaría que conservamos el Himno Nacional que implantó en 1770, aunque hayamos sido incapaces de ponerle letra y que nuestra Bandera sigue siendo la de la Armada, instituida como nacional en 1785. También ha sufrido y sufre frecuentes ataques, y no de Inglaterra precisamente.

Poco más, Señor. No pelean «golillas» contra «arandistas», pero no andamos mal de confrontaciones sociales y políticas. Ya no somos potencia y el sol se pone cada día en nuestros dominios. Seguimos con la práctica del «chichibeo», bien alimentada en amplios medios de comunicación por «petrimetres», aquel arquetipo de su tiempo feminizado y sofisticado que S.M. odiaba. Hemos vuelto a los matrimonios de conveniencia. Los emigrantes son diferentes de los que colonizaron Sierra Morena con Pablo de Olavide. A las conmemoraciones patrióticas y religiosas las llamamos «puentes» o «acueductos». No obstante, a pesar de todo, las gentes de armas, siguen fieles a unos valores que S.M. bien conoce. Gracias, Señor, por hacernos recordar estas cosas.

¡Feliz Pascua Militar, querido y respetado rey Carlos III!

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Artículo publicado en "La Razón" el 6 de enero de 2011

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