Recuerdo una escena de un festival estudiantil en el "Josep Maria Quadrado". Salía uno de los alumnos más simpáticos disfrazado de burro. Se iba a su establo, comía el pienso y muy estirado miraba fijamente al público y decía: "Pienso, luego existo". La frase de Descartes me viene a la memoria pensando en las concentraciones de los 'indignados', protagonizadas principalmente por jóvenes. No sé si conseguirán hacer realidad alguno de sus sueños colectivos, pero ya han derribado etiquetas que llevaban a la espalda. Ni pasan de todo, ni se encuentran para hacer botellón, ni son una generación perdida. Estas nuevas etiquetas tampoco pueden colgarse a todo el mundo, pero han conseguido transmitir una imagen que trasciende la protesta y con la que parece simpatizar la mayoría de la sociedad. Lo que queda claro, además de la indignación, es el desencanto por un sistema que crea demasiadas dependencias, que promete y que a menudo decepciona. Los motivos de las concentraciones espontáneas son evidentes, pero las soluciones no son fáciles. En el norte de África se lucha por la democracia, mientras que movimientos islamistas ganan terreno. Los riesgos no han de impedir los cambios. Los jóvenes de Puerta del Sol y de otras plazas de toda España dicen que "el sistema es antinosotros". Y tienen una buena dosis de razón.
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