Por supuesto, Libia ha representado un duro reto para la OTAN, que hoy puede presentarlo como positivo. No fue fácil el comienzo de la misión, con un Obama que mandaba señales contradictorias. Tampoco lo había sido consensuar una legitimadora resolución del Consejo de Seguridad -la 1973-, que salió con más abstenciones de las deseables y a la que hoy claman por sustituir no pocas cancillerías, entre ellas la española. Costó tanto conseguirla que hay miedo a su actualización.
Solo una enérgica diplomacia francesa y el apoyo británico consiguieron involucrar a la Alianza Atlántica, demasiado acostumbrada al liderazgo norteamericano en la toma de sus decisiones.
En resumen, misión peculiar sin antecedentes. Por primera vez, los mandos militares no dependían de su habitual mando político, el Consejo Atlántico, sino de un grupo de contacto que en su última reunión de Estambul agrupaba a 29 países, no todos de la Alianza, y a siete organizaciones internacionales.
La lectura actual de la Carta Atlántica, de la propia de Naciones Unidas, de los estatutos de la Corte Internacional de Justicia y de la resolución 1973 lleva a dudar de todo, admitiendo las especialísimas condiciones de realpolitik que concurren en Libia.
La resolución 1973 trata de un pueblo libio, cuando todos sabíamos que había dos; excluye claramente las "tropas de ocupación", cuando el propio ministro de Defensa británico, Liam Fox, dijo que prestaban "servicios de inteligencia y herramientas de reconocimiento", y la CNN norteamericana aseguraba que fuerzas especiales de Reino Unido, Francia, Jordania y Catar operaban en la zona. The Daily Telegraph lo remató: Fuerzas especiales SAS operan en Libia con un papel decisivo. La OTAN se vio obligada el pasado 25 de agosto a negarlo en boca de su portavoz, Oana Lungescu: "La Alianza no persigue a ningún individuo especifico"; "la Alianza no puede tomar partido"; "ha habido una mala interpretación de las palabras de Fox, involucrando a la OTAN". Para complicarlo más, Londres puntualizó: "Este departamento , refiriéndose al War Office, nunca se pronuncia sobre las operaciones de sus fuerzas especiales".
No hay que ser Napoleón para estar convencido de que los éxitos de los rebeldes tienen mucho que ver con las ayudas en material de transmisiones -EEUU reconoce que mandó 20 millones de dólares en equipos de comunicación-, con el armamento entregado -Francia lo lanzó en paracaídas en las montañas occidentales de Nafusa y Catar, por vía marítima, lo introdujo por Bengasi-, pero, sobre todo, con los comandos de operaciones especiales que dirigen en primera línea el fuego a los aviones de la Alianza sobre objetivos tácticos bien determinados.
Alguien ha puesto orden en las diseminadas y tribales unidades; alguien ha pagado salarios; alguien ha seguido minuto a minuto la evolución de los acontecimientos desde Awacs o desde satélites reorientados especialmente sobre suelo libio.
Hoy no sabemos más. El difícil reto está asumido y hoy por hoy casi resuelto. La Alianza no podía permitirse otra alternativa.