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Las lavanderas

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Se ha recuperado la lavandería del último Hospital Militar de la Isla del Rey que funcionó hasta 1964. Donaciones particulares, trabajos de voluntarios bien canalizados con paciencia y tesón por Xiscu Moragues, lo han hecho posible.

Me dirán que rehacer una lavandería de los tiempos del jabón "Lagarto" y de lejía hecha en casa a base de cenizas, no tiene valor histórico. Pero para nosotros los voluntarios, tiene un indiscutible valor emocional. Por supuesto también testimonial, porque en un hospital la higiene, el agua abundante, el lavado de prendas, tiene su importancia.

Primera lección aprendida: la lavandería se ubicó inmediata al pozo. El mismo que la leyenda asigna a la espada de Alfonso III cuando en Enero de 1287 recién desembarcado en la Isla "dels Conills" como se la llamaba entonces, necesitaba agua para sus hombres y para el ganado que transportaban sus naves. Por si fallaba el pozo ahora también hemos descubierto unas canalizaciones que conducían agua desde el depósito inmediato a la torre, allá en lo alto del edificio. También han quedado claros los desagües y la zona en que se acumulaban las cenizas para precipitar legía con agua caliente. Los fuegos donde se calentaba el agua y la chimenea han sido también restaurados.

Pero no va por ahí la "otra historia". Va por unas señoras encargadas del lavado del hospital: sabanas, pijamas, batas, colchas, manteles.

Cuentan también las leyendas que estas señoras eran de complexión fuerte, bíceps reforzados de tanto fregar y estrujar, duras de pelar en el oficio-¿qué se ha creído la Superiora que todo este montón de sabanas puede estar seco y planchado esta tarde?-, pero conscientes de la importancia de su trabajo, fundamental en un hospital. Una de ellas Josefa la más veterana, se acordaba aun de los días de los italianos, cuando ingresaron de golpe más de 300 quemados y heridos del "Roma". Ella era muy joven y acababa de incorporase al hospital. Era nieta de un cantero ibicenco que llegó a Menorca con las obras de La Mola. Se acordaba de aquellos días con emoción aunque no podía precisar el año en que se produjo. A sus años había incorporado algunos quilos de mas, los que no tenía cuando algún "marinaio" italiano le echaba los tejos: "pobres, tan jovencitos y tan guapos, me daban pena" dijo un día. Pero a pesar de los años y los quilos aun daba guerra.

Con ella lavaba Martina. Más técnica, mas detallista, arrimaba menos el hombro. Le encantaban las batas de los médicos. Identificadas todas, unas recibían más cuidados que otras: "el Dr. Echevarría es un sol y me da las gracias cada vez que me ve". Josefa de vez en cuanto le lanzaba alguna puya: "ya está bien que siempre sea yo la que mete las manos en lejía; mira como las tengo". Pero se llevaban muy bien las dos, que contaban con la ayuda eventual de una tercera, Teresa, que compaginaba lavandería con cocina. Es la que se encargaba de todo el material de cocina y comedor: servilletas, manteles, trapos.

Resumo: las tres señoras, fuertes, de buen ver y mejor yantar, formaban un buen equipo. Radio Menorca acompañaba sus jornadas de trabajo y era frecuente oírlas cantar las mismas melodías que llegaban por las ondas. Teresa había cantado en el coro del Orfeón Mahonés de lo que presumía antes sus compañeras.

¿Pero, donde empieza la historia? La historia comienza cuando a la llegada de nuevos reclutas, los veteranos les mandaban a la lavandería a entregar sabanas y colchas para su lavado. Allí en su territorio, a puerta medio cerrada, Josefa, Martina y Teresa no solo se alegraban de ver gente nueva en el Hospital sino que, alegres y socarronas, "apretaban" a los jóvenes soldados que a sus 19 años de entonces –no sé qué pasaría hoy- no sabían cómo reaccionar. Uno de ellos me contó que estuvo a punto de dar parte de las matronas. Pero en aquel entonces no se llevaba lo del acoso y pensó que se reirían de él. ¿Qué hizo? Esperó la llegada del siguiente llamamiento y gastó la misma novatada a los nuevos. Y así de generación en generación.

No me negarán que hasta la lavandería de la Isla del Rey, tiene su alma.

Luis Alejandre Sintes

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