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Cartas de los lectores

Desprecio político al idioma (y 2)
También lo del inglés tiene su aquel. Hoy mismo, en la Oficina de Correos hacía cola frente a un cartel que ponía "Solicite el ticket de compra" ¿Es de verdad necesario usar una palabra que no está en el diccionario? ¿Tan difícil es usar "comprobante", "recibo" o cualquier otra palabra similar?

Lo mismo sucede, por ejemplo, con "Parking" que, por supuesto, tampoco es palabra que exista en español, y que se prefiere a "Estacionamiento" sin justificación posible.
El uso torticero de las normas que rigen los idiomas no es excusable y sólo sirve para generar confusión y además, en el caso del autor de la carta que ha motivado estas líneas y en el mío propio, un gratuito fastidio.

Es por ello que me parece que en menorquín se debe escribir Mahó y, en español, Mahón; lo de Maó aparte de ser feísimo, nunca ha sido, al menos que sepa, el nombre de la ciudad.

"Mahó", aunque pudiese ser incorrecto desde un punto de vista estrictamente ortográfico, que no lo sé, sería, en cualquier caso, un hermoso arcaísmo menorquín que se ha conservado vivo hasta nuestros días, lo que es admirable y parece razón más que suficiente para preservarlo como parte del patrimonio cultural de la Isla.

Desde mi punto de vista, la hache de Mahó está en la misma situación que, por ejemplo, las equis de Texas o México, que en una interpretación chata de la ortografía del español moderno se deberían escribir con jota, que sería lo pertinente al representar en estos casos la letra equis, técnicamente hablando, un fonema fricativo velar sordo por evolución, a partir del XVI, del original medieval fricativo palatal sordo, es decir, que suena a nuestra jota actual.

Afortunadamente, y en contraste con la triste suerte del que nos ocupa, esos nombres mantienen la preciosa grafía clásica, no sólo por atesorar siglos de historia o porque la Real Academia Española, receptiva y atenta a la voluntad de los hispanohablantes la admita consciente de la riqueza que suponen los arcaísmos sino, también, porque los habitantes de esos lugares, orgullosos de la herencia recibida de sus mayores y deseosos de transmitirla intacta a sus descendientes, lisa y llanamente, así lo han querido.

Para terminar, me gustaría señalar que a raíz de un caso parecido sucedido en Andorra, el cambio del tradicional topónimo "Canòlich" que pasó a escribirse "Canòlic", el diario de esa localidad publicaba un editorial en el que, entre otras cosas, decía lo siguiente, que me parece muy ilustrativo:

"Paradoxalment, la decisió s'ha adoptat unilateralment, al marge del comú que ha defensat, defensa i defensarà la forma tradicional (…) La comissió tècnica i el consell de ministres s'emparen en criteris tècnics i lingüístics sòlids per modificar un arcaisme, però en les qüestions de toponímia hi ha altres elements, de caràcter més sentimental, que també han de ser avaluats. La modificació dels noms de localitat ha de comptar amb el territori. No es poden imposar i encara menys amb escasses argumentacions i sense un ampli debat que vagi molt més lluny d'un grup de treball tancat. (…) El mateix Nomenclàtor oficial català va haver d'assumir el 2003 un centenar de topònims incorrectes o no ajustats a la tradició toponímica i en contra dels criteris dels tècnics per la pressió dels mateixos ajuntaments i la seva població".

¿Querían romper con siglos de tradición y modificar el nombre histórico de su ciudad los miles de mahoneses que solicitaron ser oídos y a los que se les negó la palabra?
Juan José Cavero
de Corondelet Christou
Alaior

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