¿Conoce usted
el Ateneu?
Llevo dos años formando parte de un grupo de lectura, en un centro de jubilados de Mahón. Leer siempre ha tenido un interés especial para mí y he descubierto que hacerlo en grupo es muy enriquecedor por la diversidad de interpretaciones y aportaciones que se dan y sobre todo por de aprender a escuchar.
Propuse el año pasado, unas visitas culturales guiadas complementarias, que resultaron muy interesantes y satisfactorias para el grupo. Visitamos el Predio de Sant Antoni (The Goldem Farm); el Museo de Menorca; la Biblioteca Pública; el Ateneu… una experiencia para continuar repitiendo. Fue además algo curioso, me sorprendió, al comprobar que algunas personas entraban por primera vez en algunos de estos lugares, sobre todo en la Biblioteca o el Ateneu.
Del Ateneu de Mahón quiero hablar particularmente por ser una entidad cultural centenaria. Un referente cultural dentro y fuera de Menorca, una entidad sin afán de lucro, que lo único que pretende es poner una amplia oferta cultural de calidad, al servicio de todos los ciudadanos.
El Ateneo ofrece aulas de música, dibujo y pintura, idiomas, fotografía, informática; dos grupos de lectura, un grupo de filatelia y numismática, etc. Una interesante biblioteca está a disposición de todos los ciudadanos y una sala de lectura donde los socios pueden leer a diario tanto la prensa local, como nacional.
Además el Ateneu ofrece, ciclos de conferencias, tertulias semanales, ruedas de prensa y mesas redondas, cine club, audiciones musicales. Allí se hacen también exposiciones y pintura, fotografía o documentos de interés histórico, así como también, presentaciones de libros.
Es gracias a la fidelidad y sensibilidad cultural de los socios ateneístas, que esta entidad cultural se ha mantenido abierta al servicio de los ciudadanos durante más de cien años, por lo que si Ud. amigo lector, si es de los que se inclinan por la cultura, apueste por el Ateneu haciéndose socio i beneficiándose de todas sus ofertas. Que no nos quepa ninguna duda, que apostar por la cultura es apostar por el futuro.
Antonio Olives Camps
Maó
In memoriam
de Antoni Moll Rosselló, el senyor Toni
Avui m'han enviat per correu electrònic un escrit que immediatament m'ha recordat i m'ha fet pensar en mon pare. Ell es dedicà sobretot a la seva professió, era l'apotecari des Mercadal i molt orgullós que n'estava, però també durant uns anys va complementar aquesta tasca amb la docència. Eren temps difícils, tenia molts fills i no guanyava prou doblers per mantenir-los, així que quan se li va presentar l'oportunitat d'impartir classes a l'Institut de Ciutadella la va aprofitar. Feia classes de Física i Química i crec que també de Matemàtiques. Disfrutava ensenyant i em sembla que a jo aquesta passió me la va transmetre. Molts són els alumnes que recorden el seu pas per l'Institut i alguns d'ells són destacats professionals dins del seu àmbit. Mon pare em va comentar que algunsd'aquests alumnesli havien dit que bona part del seu èxit va ser gràcies a ell. Sé que ells van agrair a mon pare precisament una cosa: els va ensenyar a pensar i a no conformar-se en aprendre i aplicar mecànicament unes fórmules determinades davant de problemes concrets sinó que els ensenyà el perquè, el procés per arribar a aquestes fórmules.
Jo, com a tots els meus germans i germanes,a banda d'ensenyar-nos a pensar, tenim molts més motius per estar-li agraïts. Però arrel d'aquests pensaments que tenc ara mateix he cregut que seria polit retrer-li un homenatge adjuntant l'escrit que apuntava més amunt:
Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota: Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada.
Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leo la pregunta del examen y decía: "Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro".
El estudiante había respondido: "Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio".
Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de sus de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física. Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contesto que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excuse por interrumpirle y le rogué que continuara.
En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: "Coge el barómetro y déjalo caer al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronómetro. Después se aplica la formula altura = 0,5 por g por T al cuadrado. Y así obtenemos la altura del edificio". En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta.
Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
Perfecto, le dije, ¿y de otra manera? Sí, contestó; éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando en la pared la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea.
Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Éste es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quieres es un procedimiento más sofisticado, puedes atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Dado que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la velocidad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad, al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.
En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su período de precesión. En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, siguió, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.
En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares). Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios sus profesores habían intentado enseñarle a pensar. El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica. Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia, es que le habían enseñado a pensar.
Tant de bo els estudiants d'ara poguessin dir de tots els professors i mestres el mateix que els seus alumnes van dir de mon pare.
Maria J. Moll Gómez de la Tía
Ciutadella