Vampirolandia
Érase una vez, un descorazonador país lleno de vampiros. Nosferatus había sido en tiempos lejanos el primero de ellos. Sus descendientes se hicieron numerosos, y con el paso de las generaciones, aprendieron a sobrevivir refinando sus actos bestiales, de mordiscos sin ton ni son, por otros más acordes con los tiempos actuales. Al fin y al cabo, las inevitables salpicaduras de sangre en la ropa al hincar el diente, siempre habían sido manchas difíciles de lavar. Ahora ellos vestían pulcros trajes, derrochaban poder y en lugar del tradicional bocado, usaban corruptamente la palabra, la retórica, la dialéctica, la demagogia para llevar al huerto a los lugareños mediante el engaño. Ya no hacía falta, como en los viejos tiempos, entrar a saco por las ventanas de madrugada, aunque algunos añoraban esos tiempos románticos. Ahora podían hacerlo tranquilamente por la televisión.Cuidaban su imagen de seriedad y rigor, en eso no habían cambiado, pues seguía siendo una cualidad indispensable para que el lugareño se sintiera confiado. Habían construido, en lugar de castillos tenebrosos como antaño, suntuosos edificios marmóreos, grandes enormes, desmesurados desde donde dirigían con perversión sus terroríficos planes. Los llamaban eufemísticamente, bancos de inversión, lobbys, programas políticos, agencias de calificación, centros financieros y otras lindezas por el estilo. Todos ellos muy crípticos, aunque sin duda, justo es considerar, debidos a cuestiones de herencia congénita.En Vampirolandia, habían encontrado por fin una razón para no morir. Atrás quedaban aquellas pequeñas ingestas de sangre no siempre voluptuosas, aquel ir y venir del sepulcro atolondradamente, aquellos ajos infames, aquellas revueltas populares llenas de crucifijos y estacas. En Vampirolandia, los antiguos descendientes de Nosferatus se desbebían por otro tipo de sangría más inmoral y mucho más rentable. Eran felices sangrando, sin piedad, los bolsillos de los sufridos lugareños, y disponían a su antojo de una inmensa despensa de población embaucada.
Todo iba bien, la sangría era puro derroche y aquella lujuria garrapatera parecía no tener fin. Los cementerios se llenaron de sepulcros, criptas y panteones de lujo donde los nuevos vampiros rejuvenecían recordando las formas de vivir de sus antepasados. Pero, en el frenesí de su insaciable condición de chupóptero agotaron a todo bicho viviente, y Vampirolandia se convirtió en un crepúsculo, un desolado país de muertos, de moribundos, de almas en pena y gente mortecina, que se arrastraban desangrados con los bolsillos hechos trizas, huyendo hacia fronteras de territorios vecinos . Y chupetín, chupetazo este cuento de vampiros se ha acabado.
Jordi Viola
Alaior
IB3 Televisión
Siempre nos han "vendido la moto" que la televisión nuestra, o sea, la autonómica, que por cierto la financiamos con nuestros impuestos, es de todos los isleños… mallorquines, menorquines, ibicencos, etc.El pasado fin de semana el Atco. Baleares jugaba - el domingo a las 12 horas - con el Mirandés para el ascenso pertinente a la segunda división nacional, el encuentro fue retransmitido por ¿nuestra? televisión autonómica. Me parece perfecto que se efectúen este tipo de retransmisiones.Mi pregunta es, ¿por qué no se ha retransmitido ninguno de los dos partidos que el Menorca Bàsquet ha jugado fuera de su cancha -por cierto ganando los dos- contra el Grupo Iruña Navarra para el ascenso a la ACB?Supongo que esta misma pregunta se la han hecho muchos más aficionados a este bello deporte que es el baloncesto.
Por cierto en las Noticias de IB3 del sábado noche, ni mención del Menorca Bàsquet que ya había ganado el partido del viernes y que jugaba el domingo el segundo.
Como dice el refrán, "si no quieres caldo, dos tazas", por la noche dominguera se volvió a emitir en diferido dicho partido, o sea, el Mirandés- Atco. Baleares.
"Si vivim coses veurem o no veurem".
José Barber Allés
Maó
La grata sorpresa de Still Morris
El pasado fin de semana me desplacé a Menorca para disfrutar durante unos días de sus bonitas playas y de un entorno maravilloso. Además de todo ello, por si eso no tuviera que ser suficiente, el sábado por la noche me llevé una de esas grandes sorpresas que completaron unos días de ensueño. La sala Akelarre de Maó ofrecía el concierto de un músico, Still Morris, que me dejó gratamente sorprendido. Acompañado por una banda con siete músicos y todos de una gran calidad fueron regalándonos una serie de temas propios que me emocionaron de principio a fin. Me emocionaron y me trasladaron a algunos años atrás, a ese época en que el rock se convirtió en clásico, los grupos grababan siete álbumes y tenían una legión de fans que les seguíamos a todas partes y nos comprábamos todos sus discos. Still Morris suena a uno de esos grupos. Y los músicos que le acompañan también. Esa noche nos ofrecieron casi dos horas de concierto espectaculares, donde no faltó un solo de batería, un punteo de guitarra puesta detrás de la cabeza al más puro estilo Jimi Hendrix, además de un violín eléctrico tocado con gran maestría, una corista con una voz apabullante y una sonrisa encantadora, un teclado que acompañó brillantemente todas las composiciones y un bajista que cumplió con creces su cometido. Con unas melodías y composiciones que se notan cuidadas hasta el detalle y esa manera de interpretarlas en el escenario, Still Morris pasó a formar parte muy seguramente de la lista de grupos a seguir de muchos de los que allí compartimos esos momentos. También quería destacar la sala donde tuvo lugar el concierto, la sala Akelarre Jazz Dance de Maó. Una sala con unas condiciones de sonido espectaculares y bonita decoración, algo poco habitual en las salas de conciertos de este país. Se podría decir aquello de... tanto monta monta tanto, que en este caso sería... la sala estuvo a la altura de una banda como la de Still Morris, igual que Still Morris estuvo a la altura de una sala como Akelarre. Si tuviera que poner un pero en toda la noche sería para el público. La sala estaba a medio aforo, podríamos haber sido mucho más, de hecho la ocasión lo pedía. Pedía una sala llena, abarrotada, en la que no pudieras casi ni moverte para llegar a la barra o fuera imposible llegar a primera fila. Faltó calor humano, la ocasión lo pedía, el nivel de lo que allí se estaba dando lo merecía. Y así, con el sabor ese que te deja en el cuerpo una noche de buen rock en directo, me fui a dormir pensando lo afortunado que era de haber podido disfrutar tanto en tan pocos días. Y de que siga existiendo una isla como Menorca, tan simple, tan sencilla, casi virgen... y tan bella y con tan gratas sorpresas como esa noche fue Still Morris.
Gracias y Felicidades por un trabajo tan bien hecho.
Javier Tubert Serantes
Palma de Mallorca