No sé explicar la desazón que me produjo la lectura de la columna de Aurora Herráiz, consellera Insular de Menorca, en las páginas de este diario el día 17 de diciembre en las que explicaba su «desamor» por Miquel Camps, miembro del GOB Menorca. Me produce congoja que esta señora intente reducir un clamor social emergente a una sola persona como manera de desprestigiar un movimiento ciudadano que va mucho más allá que unas siglas o de una sopa de letras. Un movimiento que tiene un apoyo cada vez mayor de la sociedad menorquina para detener el despropósito absoluto que se está haciendo con la edificación de las «macrorotondas a ninguna parte» y la destrucción del paisaje único de la isla, siguiendo la estela desastrosa de sus predecesores en el cargo con la construcción del túnel de Ferreries.
De hecho, el mismo día que la señora Herráiz dedicaba toda clase de palabras con sentidos insultantes, dictatoriales y discriminatorios como «catalanes» o «castellano-parlantes» para referirse a personas que ejercían su derecho democrático de protesta, «Es Diari» de Menorca publicaba, en la tercera página, los resultados de su encuesta a los lectores, por la que más de un 70% de los consultados no les gustaba ningún proyecto de reforma de la carretera general.
Aurora Herráiz considera que la legitimidad democrática les viene dada por un «cheque en blanco» a través de diecisiete mil votos de las pasadas elecciones de mayo de 2011, sobre una población de 100.000 habitantes. La democracia es algo más que la elección de representantes que sirven a unos poderes corruptos, mafiosos e interesados en unos pocos privilegiados. La verdadera democracia se práctica cada día y sirve a todas las personas, no a la banca y a las constructoras.