El ataque combinado de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña sobre instalaciones vinculadas con el programa de armas químicas del régimen sirio de Bachar al Asad conmovió ayer, de nuevo, al mundo. Al bombardeo, siguiendo los eufemismos bélicos de estos casos, se le atribuyen efectos quirúrgicos suficientes para evitar nuevas oleadas, una contención que también ha logrado limitar la respuesta de Rusia. De hecho, el presidente Putin no plantea represalias militares derivadas de una ofensiva que ha obtenido el aval de la mayoría de los gobiernos occidentales, incluido el de España.
Siria está inmersa en una cruenta guerra civil a la que se superponen diversos conflictos, un polvorín que Al Asad maneja en defensa de su interés.
La tibia respuesta de Rusia al bombardeo norteamericano, francés y británico permite suponer que el episodio de ayer tendrá, por fortuna, un alcance limitado; a la espera de los movimientos reales de Al Asad respecto al uso de armas químicas contra la población civil. Con todo, la acción militar sobre Siria en nada resuelve la raíz del conflicto que azota, desde hace muchos años, el país y que sufren sus ciudadanos. Un factor que no puede ignorarse.