La anexión de las provincias ucranianas de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón a la Federación Rusa, que Vladimir Putin materializó ayer tras unos referéndums ilegales, aleja la posibilidad de un acuerdo negociado para el fin de la guerra. Al mismo tiempo supone un desafío a toda la comunidad internacional que no reconoce las nuevas fronteras. El dirigente ruso se adentra en un callejón sin salida para materializar la estrategia encaminada a resucitar el viejo imperialismo ruso donde Putin se erige en el nuevo zar. Poco le importa violar los tratados que facilitaron la independencia de Ucrania utilizando consultas amañadas y sin ningún tipo de garantías.
El Kremlin se considera libre de cualquier atadura para ejecutar sus planes de expansión territorial, una dinámica que se contempla con gran preocupación en Occidente. Putin pone en jaque a todo el mundo. El reto es de dimensiones colosales porque todas las opciones son muy preocupantes, empezando por la que reclama el presidente Zelensky, que pide la entrada inmediata de Ucrania en la OTAN. Aceptar una decisión de estas características ampliaría la guerra a un ámbito continental, lo que se está tratando de evitar a cualquier precio. Lo que parece inevitable es que este peligroso movimiento de Putin no quedará sin respuesta y cualquiera de ellas provoca escalofríos.