El gobierno formado por ERC y Junts en la Generalitat de Catalunya ha pasado a la historia. 3.000 militantes de Junts, que representan el ala radical de esta formación, han roto el Ejecutivo y sitúan al presidente, Pere Aragonès, en una difícil minoría. Obligado a realizar ejercicios de prestidigitación política al contar con el exiguo apoyo de sólo los 33 diputados de ERC en el Parlament de Catalunya. La oposición suma 102 diputados. Se abre un periodo de inestabilidad y de incertidumbre con la renuncia de los seis consellers de Junts. Aragonès afirma que, a pesar de esta soledad parlamentaria, piensa continuar gobernando «por responsabilidad». Desde el resentimiento, la imputada por corrupción presidenta de Junts, Laura Borràs, apartada de la presidencia del Parlament, reclama elecciones anticipadas o que Aragonés se someta a una cuestión de confianza. «Junts gana, Aragonès pierde», proclama Borràs, que con Puigdemont ha convertido la política catalana en un juego de personalismos y vetos. ERC formará un Govern monocolor que incorporará a independientes, pero de duración muy incierta. Están en el aire los presupuestos autonómicos de Catalunya, con el interrogante del futuro de Junts, que, desde la radicalización, reivindica la pulsión independentista en lugar de apostar por el diálogo, la negociación y el entendimiento.