Los insultos racistas proferidos en el campo de Mestalla contra el jugador del Real Madrid Vinicius Jr. son el último episodio de un comportamiento inaceptable en los estadios españoles, consecuencia de una actitud condescendiente de la sociedad y las instituciones implicadas. Lo ocurrido deriva de años en los que determinados grupos de aficionados han gozado del beneplácito de las directivas e impunidad a todos los niveles, una situación que ha superado el límite de lo aceptable hasta alcanzar un bochornoso eco internacional. Es necesario endurecer los protocolos antirracistas en el fútbol y el conjunto del deporte español. Lo sucedido con Vinicius –del que existen innumerables precedentes- es el ejemplo de una forma de entender la afición por el deporte y la defensa de unos colores por parte de una minoría que se están imponiendo. Los equipos, la Federación, La Liga, árbitros y un marco jurídico adecuado son la base de un acuerdo que marque con claridad las líneas rojas que no se pueden rebasar desde las gradas –y no sólo en la temática racista– contra los jugadores; la contundencia de las sanciones no puede dejar dudas en el objetivo de expulsar de los campos de fútbol –y otras disciplinas deportivas– a la afición más indeseable. El conjunto de la sociedad rechaza esta errónea manera de entender la pasión por el fútbol.
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