lámico, que aterrorizó Europa hace una década y después fue casi aniquilado en Raqa, su capital en Siria, ha reaparecido con consecuencias sangrientas en Moscú. En la noche del viernes mató al menos a 93 personas en una salvaje ataque perpetrado por un comando armado, que después incendió la sala de conciertos en el Crocus City Hall. Es un golpe muy duro al recién elegido presidente Vladimir Putin, en un momento importante de popularidad, sobre todo por sus últimas victorias en Ucrania. El Estado Islámico se reafirma como grupo mayoritario yihadista y desafía el poder del Kremlin, que se alió con el presidente sirio Al Asad para contener a los islamistas. Los servicios de Inteligencia de Estados Unidos y de Gran Bretaña ya alertaron de que células terroristas del ISIS pretendían atentar en territorio ruso.
No está claro si las autoridades de aquel país tomaron en serio las amenazas. En un momento crítico y con numerosas amenazas para la estabilidad internacional, con la guerra de Ucrania en su segundo año, la invasión de Gaza, la tensión entre China y Taiwán, y las amenazas de Corea del Norte de invadir a su vecino del Sur, este ataque en Moscú motivará una respuesta enérgica y sangrienta de Putin. La tensión y el panorama internacional se complican más que nunca.