El pasado domingo Benedicto XVI animó, no sólo a los católicos, sino también a todas las personas de buena voluntad, en particular a cuantos tienen responsabilidad en la administración pública y en las diversas instituciones, a "empeñarse en la construcción de un futuro digno del hombre" y recordó que practicar la caridad con los más desfavorecidos constituye la misión de la Iglesia, junto con el anuncio del Evangelio.
Definirme, una vez más, como creyente es obvio pero necesario; hoy preferimos hablar de solidaridad en vez de caridad porque dicho vocablo ha sido, en ocasiones, mal utilizado y mal interpretado cuando en realidad entraña un sentimiento de amor, de compartir; sin embargo mi apuesta sigue siendo por la justicia porque donde no habita, "ni siquiera como ideal o como búsqueda", la dignidad de la persona humana es mera palabrería.
La justicia no es perfecta ni constituye la totalidad de las exigencias éticas, por ello es necesario, incluso donde hay justicia que haya también caridad, sobre todo teniendo en cuenta que el Estado –los gobiernos– no resuelven ni podrán resolver todas las necesidades y carencias de la vida humana y es ahí donde la solidaridad, la caridad debe erigirse en el complemento imprescindible y necesario para restablecer la "armonía" y evitar situaciones colaterales de extrema penuria o falta de recursos para afrontar el día a día y poder seguir "soñando" en intentar hacer realidad la hipotética igualdad de todos los seres humanos.
He interpretado en este sentido el mensaje del Papa; por un lado recuerda a los católicos y a los creyentes, el mensaje de Cristo en la despedida a sus apóstoles poco antes de ser apresado: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros". (Del Evg. de San Juan). Por la otra parte, Benedicto XVI insta a los políticos a que actúen desinteresadamente en promover un clima de igualdad, de respeto, de libertad y justicia que alumbre un futuro digno para todos, un futuro en que todos nos sintamos capacitados para trabajar y sonreír, para vivir y amar, para ser felices compartiendo todo aquello que la naturaleza, generosa en grado superlativo, ha puesto al alcance de todos los hombres y de todas las mujeres… pero para que este futuro sea una realidad y la sociedad avance hacia los fines e intereses colectivos solo será posible con un soporte material e institucional adecuado y favorable, de lo contrario todo será mera palabrería.
Repetiré lo dicho en ocasiones anteriores, hoy, el hombre, la mujer, el ser humano debe conjugar el nosotros y desprenderse del yo egoísta, trabajar, incluso soñar en una sociedad participativa, solidaria, generosa, porque no podemos olvidarnos de que quienes carecen de lo más elemental, de quienes carecen de un techo donde cobijarse o padecen hambre y ven a sus hijos desnutridos y sin la más mínima sombra de una sonrisa dibujada en su famélica cara, para todos ellos, "el mañana es hoy". El hambre, la sed, la justicia no se sacian con palabras, sólo con hechos, con solidaridad, con caridad y sobre todo, con mucho amor.
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