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MI CITA ANUAL CON DOÑANA (y 2)

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Tiene Doñana, desde lo que yo sé, teniendo claro que es mucho más lo que ignoro, mucha, pero que mucha tela que cortar. Quiero decir que hay tema para debatir. Fíjense que llevo muchos años yendo al Parque Nacional de Doñana, pues siguen igual que la primera vez que visité el Parque, por aquellos inmensos campos no se ve un conejo, que son, a la sazón, la despensa ambulante, la intendencia de águilas, gatos monteses, de tanto en tanto también se cebarían el meloncillo y la jineta si encontrasen algún conejo, pero sobre todo debería ser la despensa de esa joya de la fauna española, que es el lince ibérico (Felis lynx), más pequeño que el lince europeo y con las "patillas" más largas que aquél. Bien, pues como les decía, no han sido a la presente capaces de crear donde está prohibida la caza terminantemente, una población de lagomorfos sana y estable, que sería sin duda la que garantizaría la intendencia del lince y propiciaría su demografía.

Me pregunto cuando estoy en Doñana cuánta gente vive del Parque Nacional. Me pregunto qué dineros recibe el Parque de España o de Europa para salvar al lince de la precariedad numérica que le ha llevado a ser el felino más amenazado de extinción. No es disparatado decir que cada lince que tiene Doñana le ha costado ya al contribuyente, sea de aquí o de otra zona europea, docenas de millones. Si me dijeran que cada lince de Doñana ha supuesto una inversión de más de 100 millones de pesetas, me lo creería. Y mientras tanto, a uno no se le alcanza a comprender cómo este mismo año algunos pueblos de la Comunidad de Madrid no han tenido en su término nada que cosechar porque verdaderas plagas de conejos se los han comido todo, al extremo de tener los propietarios de las tierras que acudir a la administración en demanda de socorro para erradicar esas bandadas de conejos que están incluso descortezando la durísima madera de los troncos de los olivos. Mientras tanto en Doñana siguen las águilas y los pocos linces que tiene, sin tener un mal conejo con que llenar la andorga. Me decía un trabajador cualificado de Doñana en un gesto de confianza o en la necesidad de "desembuchar" tanta frustración, que "cuanto más dinero reciben para el lince, menos linces hay". Uno, en sus maldades, puede tener la percepción de que hay gente que ya le va bien con los linces que tiene Doñana, pues de tener los que realmente tendría que tener, ni ellos ni ellas tendrían el trabajo que ahora tienen. Lo cierto es que no se me alcanza a comprender esa incapacidad para que el Parque Nacional tenga una población conejil por lo menos aceptable. Y me entristece saber que mientras eso no suceda, los linces de Doñana estarán en peligro de extinción. Tengo también la percepción de que hay demasiada gente que va y viene por las instalaciones del parque como si el lince tuviera su futuro en la gente que por allí pulula en vez de en el conejo. Mientras tanto, ni la prensa ni los políticos hacen o dicen nada que ponga luz a estos asuntos. Es como si Doñana o el lince no existieran.

Como no sólo de fauna vive el viajero, elegimos un día para ir a comer a Portugal. Me llamó mucho la atención la petroquímica que hay al llegar a Huelva. Un emporio fabril gigantesco. Pero lo que más me llamó la atención fue esas cosas que hacemos o deshacemos los humanos. Fíjense qué cosa: nada más entrar en Portugal, acaba usted de recuperar una hora. Es decir, que si pone usted un pie en España y el otro en Portugal, por poner un horario, podrá tener usted un pie a las 10 y el otro a las 9.
Algo que no deben dejar de hacer si por ventura visitan Portugal es disfrutar de su excelente cocina del bacalao y de sus vinos de Oporto. En Portugal preparan el bacalao como no lo comerá usted en parte alguna. Se lo digo después de haber disfrutado de un bacalao a la brasa, con una salsa de almendras y un toque de miel. Antes había puesto las papilas gustativas en guardia disfrutando de unas almejas al vapor. Eso junto a un excelente vino, me justificaban los 200 km. entre ir y volver de Doñana a Portugal. Luego fueron algunos kilómetros más porque al regreso, pensando en el bacalao y en los linces de Doñana, me confundí de carretera y a poco estuve de no acabar en Sevilla. Menos mal que vi un diminuto letrero que decía Matalascañas y aquella zona la conozco piedra a piedra.

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